No tiene sentido hablar de ‘Un segundo’, cuya proyección ha inaugurado este viernes la 69ª edición del Festival de San Sebastián, sin relatar las tribulaciones que ha sufrido hasta llegar aquí. Definida por Zhang Yimou como "una carta de amor al séptimo arte", y diseñada para devolver al cineasta chino el prestigio autoral que adquirió con títulos como ‘Sorgo rojo’ (1987) y ‘La linterna roja’ (1991) y posteriormente perdió por culpa de sus incursiones en el terreno del ‘blockbuster’, la película tenía previsto ver la luz hace dos años y medio. El gobierno de Xi Jinping, sin embargo, se encargó de evitarlo.

Zhang Yimou, durante el rodaje de 'Un segundo'.

Se desconoce qué fue lo que disgustó de ella a los censores -cuyo cometido, después de todo, incluye silenciar los detalles de su propio trabajo-, y no podemos preguntarle a su director al respecto porque no ha viajado a San Sebastián; cuando la película fue abruptamente retirada de la Berlinale de 2019 solo unos días antes del día previsto para su ‘premiere’ mundial por supuestos "motivos técnicos", en todo caso, nadie dudó de que al aparato del Partido Comunista Chino (PCC), que ese mismo año celebraba el 70º aniversario del nacimiento de la República Popular y acababa de apretar un poco más su control sobre los medios y la industria del entretenimiento, no le hacía ninguna gracia una película ambientada durante la desastrosa Revolución Cultural de Mao Zedong. Zhang tuvo que modificar su montaje varias veces y rodar nuevas escenas que añadirle antes de obtener finalmente el visto bueno para estrenarla.

Reeducado

Quizá a causa de esos cambios y quizá no, ‘Un segundo’ está lejos de ser el gran manifiesto que habría cabido esperar sobre aquel tumultuoso periodo durante el que el propio Zhang, por entonces un adolescente, fue internado en un campo de reeducación política. Retrato de la amistad que se establece entre una niña huérfana y un preso que se ha fugado con el único fin de poder ver un noticiero en el que su hija aparece fugazmente, tiene un poco de ‘road movie’ y de comedia, algo de melodrama familiar y mucho, en efecto, de homenaje al cine. Algunas de sus escenas tratan de capturar la catarsis que ver una película en grupo puede proporcionar, y otras observan con cariñoso detalle el proceso de restauración de un rollo de celuloide. Y a lo largo del relato se insiste en la capacidad del cine para mantener vivo el pasado y hasta acercarnos a aquellos seres queridos que no están con nosotros.

Humor negro

Entretanto, ‘Un segundo’ confirma el talento de su director a la hora de manejar el humor negro -ya lo demostró en dos de sus ficciones más infravaloradas, ‘Keep Cool’ (1997) y ‘Una mujer, una pistola y una tienda de fideos chinos’ (2009)- y su capacidad única para componer imágenes deslumbrantes, pero al mismo tiempo evidencia también una considerable falta de cohesión narrativa y temática; sus ideas están ahí, superficialmente presentes, esperando en vano ser usadas de forma significativa, y es en parte por eso que su relación central no llega a acumular la carga emotiva que Zhang sin duda trata de atribuirle. Por supuesto, es imposible saber cuánto de eso es consecuencia de la censura; lo que sí parece claro es que las alteraciones sufridas por la película respecto a su forma original son las culpables de su incomprensible epílogo, y de que las verdaderas motivaciones de su protagonista nunca lleguen quedar claras. Y, aunque por momentos se detectan en ella alusiones tanto al tipo de abusos contra la población cometidos en nombre de la Revolución Cultural como al uso propagandístico que Mao daba al cine con el fin de lavar el cerebro de los campesinos, la mirada que Zhang dedica a aquella época es más nostálgica que crítica. La que Zhang mantiene con el PCC es una relación llena de desencuentros y reconciliaciones. Tras dirigir ‘Vivir’ (1994), que fue premiada en Cannes y prohibida en China a causa de sus críticas al gobierno comunista, se convirtió en una figura incómoda para el régimen; no fue hasta 2008, cuando dirigió las ceremonias de apertura y clausura de los Juegos Olímpicos de Pekín, que logró recuperar las simpatías de la oficialidad. Durante los años siguientes, el cineasta firmó ‘Las flores de la guerra’ (2011) y ‘La gran muralla’ (2016), películas de mensaje patriótico que parecían explícitamente diseñadas para complacer al poder, pero entre la una y la otra fue sancionado por haber violado la polémica política del hijo único que imperaba en el país. En medio de la polémica suscitada por ‘Un segundo’, por último, Zhang dirigió la ceremonia de celebración del 70º aniversario de la República, probablemente a modo de declaración de buenas intenciones. Ya ha estrenado una película más después de ‘Un segundo’, titulada ‘Cliffwalkers’, y tiene otras dos ya rodadas y pendientes de aprobación por los censores. Que tenga mucha suerte.