Iván Redondo iba camino de Extremadura aquel 10 de julio cuando sonó su móvil. Le llamaba el presidente del Gobierno. El jefe de Gabinete tuvo que dar la vuelta y volver a Madrid. Su vida acababa de dar un vuelco. Descubrió que no iba a convertirse en ministro de la Presidencia. Supo que ese cargo iba a ser entregado a su más acérrimo adversario. Y constató que ya no era imprescindible para Pedro Sánchez. Recogió sus cosas en cajas y salió de su despacho, en el edificio de Semillas. Hasta aquí, la historia intrascendente de cualquier relevo en el Ejecutivo. Lo sucedido después, en cambio, ha sacudido a la esfera política en la capital, perpleja al descubrir a un Redondo a un millón de años luz de aquel personaje que a todos había fascinado, como si despertaran de una ensoñación. En medio año ha pasado de ser el asesor áulico del presidente, el gurú de la estrategia, el artífice de los milagros, el líder fascinante que hablaba en una especie de código encriptado, y una de las personas con más poder del país a convertirse en el blanco de burlas y chanzas, en el personaje que esquivan quienes están en la pomada, sonrojados por haberle frecuentado.

Nadie acierta a comprender cómo "ha dilapidado su reputación, su prestigio". Nadie entiende cómo influyó en Sánchez durante tanto tiempo. No hay respuestas sencillas, solo una sensación de estupor. Quienes le conocen apuntan en una dirección, el factor humano: "Es una cuestión de ego. Ha cumplido cuarenta años. Se ha muerto su perro. Ha perdido el mejor trabajo que tendrá en su vida. Enfurece porque ya le había contado a todo el mundo que iba a ser ministro. Y lo que más loco le vuelve, porque es lo que más le duele, es sentirse derrotado por Félix [Bolaños]".

Solo quince días antes de aquel 10 de julio, Redondo había comunicado a su equipo que iba a ser ministro de la Presidencia. Repartió cargos. Les expuso el proyecto. Iban a ser, les dijo, dos años de vorágine, de "guerra civil total", en el epicentro del poder. Él iba a ser un miembro del Gobierno beligerante, con proyección pública y todavía mayor influencia: en su nueva cartera ministerial quería mantener, también, las dos áreas que ya estaban bajo su control, el Gabinete de presidencia y la comunicación del Ejecutivo. Tras este esprint, les contó, se retiraría. Habría cumplido su sueño dorado.

"Él dijo que iba a ser ministro de la Presidencia, que lo había hablado con Sánchez. Si se lo dijo claramente o es algo que él interpretó por su cuenta no lo sabemos", explican fuentes cercanas a Redondo. Sin embargo, apenas unos días después, la promesa parecía irse desvaneciendo. Explicó a su entorno que solo aceptaría la cartera si incluía todos los departamentos que él había solicitado. "Algo intuía, fue bajando el tono, y el viernes ya dice que no lo va a coger, porque no era como él quería". El sábado se produce la llamada de Sánchez. "Él se echa un farol impropio. O esto, o me voy". Y el presidente trató de que siguiera como jefe de Gabinete, pero ante el todo o nada, le dijo adiós.

Otras fuentes que hablaron con Redondo aseguran, en cambio, que no tenía intención de retirarse, sino que había decidido dejar atrás su etapa como asesor y empezar una carrera política. "Se obsesionó con llegar a ministro. Se veía como número dos de Sánchez. Soñaba con ser [Emmanuel] Macron, un líder político sin partido", asegura una de las personas con las que habría hablado de su futuro. Fuentes socialistas aseguran que tenía previsto consolidar algún puesto de poder en el PSOE, algo que pretendía que cristalizase en el Congreso Federal de octubre.

Redondo desmiente ambas afirmaciones. Fuentes próximas al exasesor han hecho circular la versión de que la Moncloa envió dos emisarios a presionarle para que aceptara el cargo de ministro y que, al negarse él, acabó fuera del Gabinete, una cita filtrada posteriormente a los medios de la que se ha hecho público incluso algún sms. Las dos personas que cenaron con Redondo son Miguel Barroso -ocupó el puesto de Redondo con José Luis Rodríguez Zapatero y es consejero del grupo Prisa- y José Miguel Contreras, periodista y especialista en comunicación política. Hubo cena, explican ellos, pero lo único que constataron fue el interés de Redondo por alcanzar una cartera ministerial, si no más.

La conclusión que extraen es que necesita construir un relato propio que entierre la idea de que le echaron. Ese relato, el de su marcha voluntaria, empezó el mismo día que recogió su despacho en la Moncloa, cuando dejó una nota indicando que irse había sido decisión propia. "Hay que saber parar", escribió entonces. En el mismo tono se expresó cuando le preguntaron por su marcha: dijo estar contento y haber elegido él el momento de cambiar de vida. Su relato, sin embargo, cuesta de digerir en la esfera política: no es habitual que un presidente amenace a alguien para que acepte ser ministro.

Llamadas al Ibex

Fuese cual fuese su proyecto, pocos comprenden las decisiones que ha ido tomando después de salir de la Moncloa. Ningún jefe de Gabinete del presidente del Gobierno antes se había paseado por los platós de televisión, ni había concedido entrevistas para hablar de su trabajo en la Moncloa. Al contrario. El silencio es la regla no escrita de todo el que deja el cargo. Revelar detalles y buscar protagonismo suele restar valor ante futuros clientes que buscan discreción y llaves para abrir puertas. "Ha llamado a medio Ibex, pero, ¿quién le va a contratar? Si fichas a alguien es para que te abra puertas y te ayude con el Gobierno. Si no me puedes ayudar no me aportas nada. A fin de cuentas, Iván no es un gran directivo", razonan fuentes del mundo empresarial.

"Uno no es nunca un buen asesor de sí mismo", concluye un experto asesor en comunicación política que mantuvo relación con Redondo tratando de vislumbrar por qué actúa así. "Quiere limpiar su imagen, necesita demostrar que él renunció al cargo de ministro, que no le echaron", explican fuentes que se relacionaron con él. "La prensa y la derecha crearon un estereotipo de un Sánchez no preparado y alimentaron la idea de que había detrás un Redondo brillante moviendo los hilos. Se cimentó algo que no era cierto, una leyenda", concluye una de las personas con las que mantuvo una comunicación fluida.

Todas las fuentes consultadas apuntan al nombramiento de Bolaños como ministro de Presidencia en el desencadenante de la conducta de Redondo tras dejar la Moncloa. "Lo de Félix le destruyó, fue lo más doloroso de todo. Porque Félix simboliza la vuelta al partido, la cultura del partido. Le invade una sensación de fracaso, porque su proyecto era alejar a Sánchez del PSOE", resume el que fuera uno de sus interlocutores habituales. "Le ha estallado la cabeza. No rige. Estaba en una guerra mortal con Félix, una hostilidad terrible", afirman fuentes conocedoras de esa tensión.

La sensación que ha arraigado es que Redondo echa a perder todo su capital en la entrevista que concede a Jordi Évole en su programa. No logró explicar por qué aquella conversación anunciada a bombo y platillo entre Sánchez y Joe Biden se convierte en un hazmerreír. Su respuesta en bucle "estamos en contacto" cuando le preguntan por su relación con Sánchez tampoco dejó a nadie indiferente. "Lo de Évole lo mata. Está destruido. Pasa de asesor áulico a ser un chisgarabís, un lunático", explican fuentes gubernamentales.

Algunos han querido ver en sus entrevistas y augurios un acercamiento a Yolanda Díaz para ayudarla en su candidatura. El entorno de la vicepresidenta y ministra de Trabajo lo niega: "No han vuelto a hablar desde que se fue", zanjan.

¿Por qué tanto tiempo?

¿Cuándo toma conciencia Sánchez de que debe iniciar una etapa sin Redondo? Es algo paulatino, coinciden todas las fuentes consultadas. ¿Por qué lo mantuvo tanto tiempo? "Cuando se cierra la puerta del coche y van ellos dos, ahí hay magia. El líder puede llorar, hay sensaciones. Eso te une tanto que pierdes la perspectiva", valora un especialista en comunicación política cercano a la Moncloa.

"Fueron un cúmulo de errores y una sensación de ambición sin límites", explican fuentes gubernamentales. No gustó su comparecencia en el Senado el 27 de mayo. Debía ser una intervención de mero trámite, pero saltó a todos los titulares con un discurso que en la Moncloa interpretaron como un ensayo de su papel como ministro, como si estuviese dando la réplica en una sesión de control: "Me tiraría por un barranco por el presidente del Gobierno", dijo, para estupefacción de la Moncloa. Llovía sobre mojado. Apenas unas semanas antes, el 4M, Ángel Gabilondo sufrió una debacle en las elecciones que coronaron a Isabel Díaz Ayuso. Aunque Redondo ha negado haber dirigido dicha campaña, fuentes que colaboraron en ella lo desmienten. Aseguran que él dirigió la contienda e impartió doctrina a Gabilondo constantemente. El propio candidato visitaba asiduamente la Moncloa aquellos días y especialistas en el equipo de Redondo elaboraban sus discursos.

"El 4 de mayo a las ocho [de la tarde] seguía diciendo que había empate técnico [entre PP y PSOE]", asegura un dirigente socialista. "Ese día el presidente del Gobierno se despertó pensando que, realmente, el PSOE podía ganar porque era lo que Iván le contaba", abunda la misma fuente. Es más, explican, el enfado de Sánchez radica en que él mismo, como presidente, asumió el relato de Redondo y aseguró a varios dirigentes que podían incluso ganar en Madrid. Esa espina, dicen, marcó un antes y un después.

Hubo otra señal de alerta: la moción de censura de Murcia, en marzo. Redondo estuvo fuera de esa operación, lo que algunas fuentes interpretan como una de las primeras señales que demuestran una progresiva desconfianza que fue cada vez pesando más a los logros conquistados por el jefe de Gabinete. Redondo había llevado a Salvador Illa a la primera posición en las elecciones catalanas de febrero. Aconsejó a Sánchez presentar la moción de censura a Mariano Rajoy cuando otros dudaron. Anticipó escenarios, supo entenderse con Unidas Podemos y recibió los elogios de las plumas más afiladas. "Lo mató su ego", dicen quienes le conocieron. "Ni voy a entrar. Estoy en mi nueva vida", da él por toda respuesta.