Las personas se catalogan entre sí por los criterios más variopintos, y ese inventario de rasgos determina el tipo de afinidad que podemos llegar a mantener entre nosotros, la simpática raza humana del mundo occidental. Algunos catalogan al prójimo por ideologías, otros por el equipo de fútbol del que son aficionados, otros según el lugar donde nacieron. Hay tantas formas de sentir filias y fobias entre nosotros como particularidades componen nuestra personalidad. En mi caso, lo que determina mi interés o desinterés por las personas tiene que ver con los gustos musicales, de modo que mi particular nacionalismo interior está más ligado con la habilidad de un punteo de guitarra que con el color del voto que se introduce en la urna. Dime qué música escuchas y te diré quién eres.

Por ejemplo, podría llegar a caerme bien e interrelacionarme, sería posible, con un tipo extremo, pongamos, un negacionista del covid, incluso un terraplanista, si dispone de una variada discoteca donde se entremezclen R&B de los 60 con rock británico de los 70 y alguna vaca sagrada de la década de 1980, léanse los Smiths, The Cure o Echo & The Bunnymen. Puede que el muchacho sea idiota por creer que la Tierra es plana, pero, al menos, y si obviamos el tema de conversación que probablemente nos desuna, tendremos otro asunto del que hablar con cierta propiedad. Mantengo amistades desde hace 30 años con personas en las antípodas de mis simpatías políticas con las que me une, aparte de una sólida relación personal, la pasión por ciertas bandas, o escritores o incluso distintas suertes del toreo, asunto éste del que, como la política o la religión, les aconsejo que no discutan nunca si se quieren preservar las relaciones que se han ido apuntalando con el paso de los años.

A mí me cae bien Andrea Levy, que es del Partido Popular, tanto como Diana Morant, la nueva ministra de Ciencia del Gobierno de Pedro Sánchez. Luego vendrán el juicio político y el análisis, pero lo primero que hago si trato de hacerme una idea de cómo es un cargo público es indagar en sus gustos musicales en busca de una primera impresión. La ciencia lo llama TOC. Esa faceta condiciona absolutamente mi primera opinión, y en ambos casos, las dos mujeres cuentan con mis respetos en cuanto a lo musical.

Van a entender mejor esta patología mía con el ejemplo siguiente. Puede que Iceta ande algo triste por dejar Política Territorial, pero me abre una puerta a la esperanza su nombramiento como ministro de Cultura. Recuerdo que las veces que se ha desatado en público con algún bailecito lo ha hecho al ritmo de canciones de Queen, una banda que, aunque sobrevalorada por la repentina muerte de Freddy Mercury y una reciente película interpretada por imitadores en lugar de actores, cuenta con mi admiración y respeto.

La biografía de nuestros políticos está alimentada por la falsa semblanza que a menudo les fabrican sus asesores. Expertos en comunicación y mercadotecnia les arman perfiles en Facebook, Twitter o Instagram como quien construye un personaje en función de las perspectivas electorales del cliente. En cuentas de redes sociales que a menudo no manejan ni ellos mismos, aparentan una cotidianidad impostada con la que deben presentarse al votante, pero no es la que atesoran realmente. Es algo más o menos sencillo si se conoce el caladero de votos donde se lanza la caña: directo, ingenioso y precavido en Twitter; familiar en Facebook; ecologista, amante del deporte y de la vida sana en Instagram. Esas plataformas envuelven un producto que hay que sacar al mercado de la política y todo eso está al alcance de cualquier asesor a poco que conozca al personaje público.

Pero los gustos musicales son otra cosa. A riesgo de que un periodista descubra el fraude en una entrevista, esa afición no se puede construir en la asesoría de campaña. No es lo mismo presentarse ante el electorado como aficionado al reguetón, con su mensaje machista la mayoría de las veces y la trompetita estridente, que como aficionado a Sufjan Stevens o a Sharon Van Etten. Por eso me caen bien Levy y Morant. Si buscan en Spotify por el nombre de la nueva ministra de Ciencia, los aficionados a la buena música van a llevarse una grata sorpresa. Lo mismo para la Levy, con cuyas listas se podría emprender un placentero viaje por carretera.

Morant tiene 41 años y, por su edad, podría padecer lo que los expertos conocen como “parálisis musical”, una reacción cerebral que se explica y reduce a la frase “ya no se hace música como la de antes”, que en realidad significa “no has vuelto a escuchar una canción nueva desde tu despedida de soltero hace 20 años, muchacho”. Lejos de sufrir tal discapacidad, la lista de Diana Morant podría pincharse en Benicàssim o amenizar los entreactos del Mad Cool: Bunbury, Vetusta Morla, Sidonie, Arctic Monkeys, Iván Ferreiro, León Benavente, Arcade Fire, Lori Meyers, Maika Makovski, La Habitación Roja, Fuel Fandango, Pulp, Coque Malla... A mí esta lista me representa.

Recientemente, hemos sabido que la ministra propició en 2014 un encuentro entre el entonces aspirante a la Secretaría General del PSOE, Pedro Sánchez, y el grupo valenciano La Habitación Roja, amigos de Morant y de los que el presidente del Gobierno siempre se ha declarado fan. Sánchez andaba ese año en disputa con Susana Díaz por el control del partido. A aquel encuentro con la banda valenciana acudió también el hombre que acompañó a Sánchez durante toda aquella 'road movie' por la geografía española, José Luis Ábalos. En ese tiempo, Diana Morant compartía con Sánchez más los gustos musicales que los políticos, dado que la exalcaldesa de Gandía apoyaba a Susana Díaz. Curiosamente, presidente y ministra han acabado en el mismo equipo en detrimento de Ábalos.

La única referencia musical que he encontrado en Internet sobre el ya exministro de Fomento es su pasión por la gran artista peruana Chabuca Granda, mítica, inmensa, aunque alejada generacional y estilísticamente de la banda sonora de este nuevo Gobierno. Me da que Ábalos es de esos que mientras escucha con los ojos cerrados 'La flor de la canela', acaso la pieza más popular de Chabuca, enciende un cigarro y se dice a sí mismo: “Ya no se hace música como la de antes”.

@jorgefauro