El técnico que aprieta las tuercas de las pantallas de una antena de telefonía enganchada a un camión acepta cómplice la formulación de la pregunta: "Esto que hacéis es p'al tema ¿verdad?". "Sí, es p'al tema", confirma. Y el tema, en el lugar de la conversación, y en kilómetros a la redonda, es la exhumación de Franco.

Donde durante días se han aburrido los guardias civiles vigilando que nadie apareciera a dar "espectáculo", como diría la vicepresidenta Calvo, han comenzado a pulular trabajadores y trabajadoras con vestimentas diversas.

Cortavientos de Eulen llevan los de la antena, que deben proporcionar 4G a la prensa. Pantalones blancos y chalequillo azul las y los limpiadores, pocos, que se afanan en la basílica. Un hábito negro con capucha lleva un monje flaco que charla con ellos. Y chalecos amarillos sobre el uniforme verde los guardias que, en número considerable, preparan la última fase de su operativo.

Su trabajo acabará cuando, si el tiempo lo permite, un helicóptero parta con el féretro más famoso de España. Este jueves, un poderoso Eurocopter Cougar aterrizó y despegó en pruebas en una explanada lateral de la basílica de la Santa Cruz.

Y por la tarde un grupo de realizadores de televisión se subió a la cornisa, por ver de emplazar cámaras cerca de donde el escultorfranquista Juan de Ávalos dejó la Piedad y el Cristo muerto que presiden la portada del templo.

Todo se prevé cuidadosamente. En este país acostumbrado a mover huesos de cunetas a cementerios, la coreografía de la exhumación de Franco es compleja, un asunto de Estado que enciende emociones en miles de casas de fusilados, y que se ha convertido en un fotomatón de la campaña electoral: político que toca el botón, político que se retrata.

Como afectados por el peso de la didáctica pública que está en juego, los empleados de Patrimonio Nacional se mueven por la explanada de granito pensativos, concentrados, con la mirada fija, en actitud tan grave como la de los frailes.

Adoración nocturna

Cinco kilómetros carretera abajo, en la cancela de hierro forjado del recinto, la vigilancia se ha estrechado, y han pasado un buen rato de cola de identificación los miembros de un grupo de adoración nocturna que han venido a rezar a la hospedería de los benedictinos que custodian el Valle.

De noche, el comedor se llena de católicos integristas. En un hostal que no tiene televisiones, muchos hablan de Cataluña; casi ninguno de Franco. No quiere tocar ese tema César, joven sacerdote de un pueblecillo de cerca de Villalpando, en Zamora. Su charla es sobre lo mal que está la Iglesia sin unidad de pensamiento entre sus ministros: "¿Sabes lo que me dijo una feligresa en un pueblo de Toledo? 'Padre, cada vez que nos cambian de cura, nos cambian de religión'".

Entre los comensales, sirve crema de calabaza y carrillera en salsa una camarera decana, que vio enterrar a Franco y ahora va a ver su desentierro. Aquí hay empleo indefinido; es lugar de pocos cambios.

En un pasillo del establecimiento se expone un diorama en paneles por los que se leen paralelas la historia del mundo y la del cristianismo. Llegados los años 30 del siglo XX, desfila un título: "Totalitarismos", y debajo Hitler, Mussolini, Stalin€ e inesperadamente para el tinte del lugar, el franquismo.

Fuera, de noche cerrada, la única adoración a la Cruz de los Caídos se la hacen los faros de los coches de la Guardia Civil cuando llegan los cambios de guardia.

El enorme monumento mortuorio está a oscuras, con dos agentes en la negra puerta tras la que reposan los huesos de 33.833 españoles. Aparece el coche en silencio, con su luz estroboscópica azul en el techo y, al girar para aparcar, ilumina con sus faros la portada. En los ratos de niebla, la escena se vuelve espectral.

"A mí no me grabe"

En la vecina localidad de San Lorenzo de El Escorial, a la hora del paseo de los jubilados y los escolares, un hombre y dos mujeres de edad cruzan la hermosa lonja de granito del Real Monasterio. Y reaccionan de forma desigual si se les pide opinión de la exhumación de Franco para publicar.

"No habléis con periodistas", les aconseja él. Calla la de en medio colgándose de sus hombros. Y la tercera, de bonito peinado blanco, sin hacerle caso responde: "A los muertos creo yo que les importa poco donde los pongan. Eso solo nos importa a los vivos. Yo no voy a opinar, no me grabe. Pero digo yo que si esas señoras que el otro sábado se pusieron a chillar a la Guardia Civil en la puerta del Valle diciendo que querían ir a misa, de verdad querían ir a misa, aquí sobran iglesias para elegir, vamos, si es que lo que querían es ir a misa, ya le digo".

En el Real Sitio escurialense, en una reunión nocturna, un grupo de franquistas meditaba este jueves cómo oponerse a la exhumación, si es necesario con sus propios cuerpos. Maldecían al "okupa" Pedro Sánchez hablaban de "profanación de tumbas". Entre sus móviles circula por whatsapp una llamada a participar en una sentada de protesta ante la puerta del Valle.

La exhumación de Franco "es parte de la revolución roja", se queja Pilar Gutiérrez, hija de ministro franquista de los 70, presidenta del ultracatólico Movimiento por España, profundamente decepcionada por "la traición de la Guardia Civil, que está con los rojos y no con los nuestros".

Zorros sarnosos

Pero los preparativos siguen. Coches de operarios vienen y van. Por momentos se acaba la quietud en el Valle de los Caídos, y los animales devuelven provisionalmente el terreno que habían ganado a los hombres en este Prípiat español, políticamente radiactivo, histórico y abandonado.

Durante estos días de espera se ha visto un zorro de hermoso rabo gris merodear el restaurante cerrado hace años, y a una familia de corzos cruzar la carretera interior del complejo, y a una piara de jabalíes hozar los jardines del aparcamiento.

Sería un bucólico entorno ambiental si todos esos animales no sufrieran de diversos males. Es como si les hubiera caído la misma maldición del lugar que torna decrépitos y agrietados los edificios. El zorro pertenece a una tribu infectada toda de sarna; sus hermanos pierden el pelo, y morirán de frío cuando lleguen los hielos. Los corzos no llegan a viejos, porque se ha extendido entre ellos una enfermedad pulmonar. Y los jabalíes "pronto olerán el meo de lobo y creo yo que se irán", apuesta un jardinero de Patrimonio Nacional, sabedor de que los senderistas de la zona han visto huellas del viejo depredador, que al parecer vuelve a la montaña de Madrid, él, sus pisadas y su orina, tras un siglo de ausencia.

Sólo los cuervos reinan sin problemas en las ramas de los pinos, pues hace tiempo que las ardillas dejaron de estar, diezmadas por las garduñas sarnosas y por una pareja de búhos que se esconde en lo oscuro del bosque. En los montes de Cuelgamuros libran los animales una pelea; como los hombres la sostienen en torno a su monumento.