Este miércoles he ido a cruzar un paso de cebra regulado por semáforos en Msheireb, el centro neurálgico de Doha, y me he dado cuenta de que había siete agentes de seguridad regulando el tránsito de las personas. Algo que, escrito queda, podrían hacer las clásicas luces verdes, ámbar y rojas por si solas, pues esa es su función. Pero no, en Qatar, al menos durante el Mundial se necesitan siete seres humanos complementarios para esa misión y ni así los transeúntes y los vehículos les hacen caso, pues cruzan cuando quieren y por donde quieren.

Después de cuatro semanas por aquí, llega un punto en el que ya no trato de comprender los motivos de este tipo de disfunciones. He desistido. Así que, sencillamente, los observo y luego los cuento por aquí. Y ya está. En el fondo, ese cruce con más vigilantes de seguridad que el Banco de España era una bendición, porque al menos tenía un paso de cebra, aunque fuera orientativo.

Porque en esta ciudad hay tramos de un kilómetro de largo en los que es imposible cruzar una avenida por un paso de cebra. Estoy exagerando, sí, pero solo por 100 metros. Me pasó en uno de mis primeros días en Doha. Salí de mi hotel a comer algo y vi al otro lado de la calle un restaurante con buena pinta. No encontré ningún paso de cebra, así que me puse a caminar en su búsqueda. Después de un rato, desistí. Uno de los fracasos más absurdos de mi vida.

¿Avenidas o autopistas?

Tampoco estaba la opción de haber cruzado a lo loco. Habría sido una temeridad, porque aquí conducen sin miedo a la muerte ni a la factura del chapista, pero ni siquiera era viable. Más que nada porque, como ya he ido contando por aquí, en Qatar adoran las vallas y las ponen en todos lados. Digamos que hay muchas avenidas que ejercen de distribuidoras interiores del tráfico rodeado o peatonal, digamos un equivalente a la Castellana madrileña o la Diagonal barcelonesa, que en realidad tienen aspecto de M-30 o de Ronda de Dalt.

Cruzarlas solo es viable a partir de pasos elevados. El problema es que, según comprobé en Google Maps, en el tramo en el que estaba el restaurante anhelado para cenar aquel día, el paso más cercano estaba a 900 metros de mi posición. Una brecha urbana tremenda que se repite en cada división entre barrios, a excepción de los más céntricos.

Y en las avenidas que tienen pasos de cebra y semáforos, la situación no es mucho mejor. Como en Qatar están permitidos los giros de 180 grados en cualquier cruce, la regulación del tráfico se complica, porque los semáforos tienen que habilitar más turnos distintos para el paso de los coches en diferentes dirección, en especial en las intersecciones en forma de cruz. La consecuencia es que, en muchos de ellos, un peatón se hace viejo esperando a su luz verde y encima tiene que aprovecharlo a la carrera, porque la oportunidad de cruzar apenas dura unos segundos.

Reciclaje peculiar

No es lo único que llama la atención de las calles de Doha y el modo que han sido construidas. Fuera del centro, es difícil encontrar papeleras en las aceras. A pesar de ello, eso sí, las calles están bastante limpias, lo cual habla muy bien de los residentes en Qatar y de los servicios de limpieza públicos. Sí existen, salpicados sin aparente criterio, contenedores que parecen abandonados por alguien. En las zonas más privilegiadas, los hay de dos tipos: basura estándar y reciclaje. En general. Ahí se tiran juntos cartones, vidrios, plásticos y todo lo que pueda reciclar de algún modo.

Otra carencia importante de Doha es la inexistencia de bancos, algo que yo achaco a lo poco que apetece sentarse en una plaza o en mitad de la calle en un país cuya temperatura diaria media durante seis meses al año supera los 30 grados. Y a que la población del país es insultantemente joven: solo un 2% de los residentes tiene 65 años o más.

Entre unas cosas y otras, en pocos días tenía clara una conclusión: Doha está muy mal hecha. Pero como yo entiendo de fútbol, y no demasiado, pero desde luego no de urbanismo, decidí contrastar mi sensación y con la ayuda de mi compañera Analía Plaza llegué hasta un revelador artículo publicado por la doctora en Diseño y Planificación Urbanística Simona Azzali, publicado en 2017 en la revista Urban Design International.

Ciudad fragmentada

"El resultado de la rápida y apresurada urbanización de Doha se refleja en la fragmentación de la ciudad. Se ha prestado poca o ninguna atención a los espacios urbanos abiertos en los planes de desarrollo de la ciudad. Los pocos que existen no parecen responde a ningún criterio. Además, el apresurado crecimiento inmobiliario generado por las políticas de liberalización del suelo y las inversiones públicas no solo ha generado fragmentación social, económica y física, sino también ha afectado a la manera en que se han gestionado los planes de desarrollo", afirma Azzali.

Y continúa: "Desde un punto de vista procedimental, la planificación de Doha está caracterizada por la fragmentación, debido a su privatización y a la ausencia de coordinación entre diseñadores y ejecutores del plan y el desarrollo basado en megaproyectos en lugar de a través de la aplicación de un 'masterplan' integral".

Pero ojo con echarle la culpa a Qatar, porque quizá gran parte de la culpa de que Doha esté mal hecha esté mucho más al oeste, según la investigación de Azzali: "El estudio muestra una ausencia de planificadores locales con suficiente formación y por tanto la dependencia de Qatar de consultorías internacionales, que generalmente demuestran un bajo nivel de conocimiento a las especificidades y necesidades del Golfo Pérsico".

Aunque no parece tan difícil poner pasos de cebra en cada cruce, regular bien los semáforos y salpicar por ahí unas cuantas papeleras y bancos, la verdad. Y algún pequeño parque fuera de las zonas más privilegiadas, ya que estamos. Quizá para el próximo Mundial.