Hace apenas un par de días me despedía del llavero del Seat 1200 Sport, de llaves auténticas, con el que completé más de 1.000 kilómetros durante la 21ª edición del Rallye des Princess21ª edición del Rallye des Princesses. Fueron seis días de conducción por tramos abiertos, navegación en las complicadas y estrechas carreteras del norte de Francia y una auténtica conexión con este coupé de 1976. Es difícil explicar como puedes enamorarte de una máquina, pero voy a tratar de contároslo en este artículo. Seat Históricos ha sido el Cupido de esta historia de la que, os puedo asegurar, no se ha escrito el epílogo. Es más, se trata ya de la segunda entrega. La primera tuvo lugar en el Rally Motul Costa Brava de 2022, pero eso lo dejaremos para otra ocasión e incluso un posible “remake”.

Como millennial que soy llevo toda la vida escuchando el mantra del “antes todo era mejor”. Probablemente será un mal compartido de todas las generaciones pero, en mi caso, siento que tienen toda la razón. Me confieso melómana de décadas pasadas y, pese a que la tecnología e internet han hecho de nuestras vidas un compendio de comodidades, siempre han llegado acompañadas de renuncias. Además, la automoción ha sido la primera, que no la última, industria en el punto de mira por su impacto en el medio ambiente. Todo ello da como resultado un futuro nada optimista para el “petrolhead” que, por ahora, tiene en los rallyes de clásicos una vía de escape.

Isidre López tuvo clara esa visión al restaurar parte de la colección de Seat Históricos para su participación enpruebas europeas de regularidad. Tal como os explicaba al inicio, hace unas semanas tuve la fortuna de participar en una de ellas: el Rallye des Princesses. Más allá del cliché del nombre, que trato de desmontar en la crónica de nuestra participación junto a un Seat 124 Sport, pilotado por Renata Zanchi e Ingrid Peeters, se dio la situación perfecta para transgredir con el espacio tiempo y comprender la pasión por los clásicos.

Nací en el hervidero de una Barcelona del 91, en plena recostrucción para los Juegos Olímpicos que darían paso a la década del descubrimiento y reconocimiento del cambio climático. Para una parte mayoritaria de la población, el agujero de la capa de Ozono y el calentamiento global es una realidad, tan interiorizada como la electricidad que nos permite cocinar, cargar nuestros smartphones y, porqué no, nuestros vehículos y servicios de movilidad.

Eso no quiere decir que estemos dispuestos a renunciar a pequeños placeres de épocas pasadas. Hablo de los vinilos, el café de cafetera italiana, comida sin aditivos o una jornada de conducción con un Seat 1200 Sport.

Mirar al pasado para valorar el presente

Me confieso ferviente defensora de los vehículos cero emisiones, para un entorno urbano y, por ahora, para aquellos usuarios que puedan permitírselo. Tampoco se puede negar la revolución y beneficio que suponen las nuevas tecnologías en la automoción, tanto en el ámbito de la seguridad como del confort y la usabilidad de los coches. Sin embargo, y tras conducir el Seat 1200 Sport durante una semana, siento que todos los usuarios de la carretera deberían tener su contacto con un clásico. Empezando por lo que ayuda a poner en valor de todos esos avances.

Todavía tengo muy presente un instante del Rallye des Princess. Estábamos circulando por las calles atestadas de tráfico de París y tenía al Seat 124 Sport delante. Más allá de la belleza de esa zaga rectangular y muy baja, me sorprendió ver las cabezas de la piloto y copiloto a través de su luneta trasera.

Fue entonces cuando tiré la cabeza atrás y me encontré sin respaldo, esencial para evitar lesiones críticas en las cervicales ante cualquier impacto. ¡Voy en un coche de los 70’s! Y todo cobró sentido: las normativas, los sonidos insistentes del cinturón, el airbag, el ABS…

Miré a mi lado y tenía a mi copiloto, Clémence de Bernis, con un roadbook de viñetas en blanco y negro. Esa era nuestra herramienta de navegación, junto a las matemáticas necesarias (y sin calculadora) en caso de pérdida, por los kilómetros sumados al marcador. Los nombres de las carreteras y los pueblos pasaron a ser vitales, no circulábamos sin rumbo guiadas por un GPS o un Head-Up Display frente a nuestros ojos en el parabrisas. Fue entonces cuando conecté.

El Bocanegra se conduce

El fino y gran volante del Seat 1200 Sport me pareció entonces más bonito. Era el fiel reflejo de la simplicidad de un pasado que había llegado a mi vida para hacerme valorar el presente. Empecé a sentir como su dirección era pura y sincera, sin artificios pero lo suficientemente ligera para movernos sin problemas entre el tráfico parisino. Una facilidad que desaparecía en cuanto bajabas velocidad o tratabas de maniobrar. Eso sí, los minúsculos y vibrantes retrovisores inspiraban cero confianza para tomar decisiones. Por suerte, a la hora de aparcar se compensaba con las compactas dimensiones del 1200 Sport: 3,67 metros de largo por 1,55 de ancho y 1,25 de alto.

Pronto tomé conciencia de la importancia de conducir. Así, a secas. La concentración fue requisito indispensable para sentarme al volante de un clásico de cuatro velocidades y la palanca de cambios más tosca, imprecisa y dura que había probado en mi vida. El marcador de revoluciones es lo de menos, el bloque del 124, colocado en posición transversal en el Bocanegra, te habla y te exige. Ese fue el nombre comercial, o del pueblo, al primer vehículo desarrollado por el centro técnico de Martorell tras la ruptura con Fiat. Un coche completamente nuevo al que dotarían de cualidades deportivas, aprovechando lo que ya existía en la firma española. También sería el último en denominarse según la cilindrada de su motor.

Hablo, por ejemplo, del nombrado motor, del que sientes su mejor rango porque la insonorización es un detalle a valorar desde hace cuatro días. Estás rodeado de chapa y punto. Eso sí, en una preciosa pero llamativa carrocería diseñada por los carroceros Inducar de Terrassa. Los asientos en perfecto estado, y que supuestamente te recogen mejor que otros de la marca, acaban por ser una butaca de torturas pasadas las cuatro horas. Además, los pedales quedan ligeramente inclinados al lado derecho así que tardas un tiempo en acostumbrarte a la posición de conducción. Se lo perdonas todo.

Incluso el llegar con la voz rota de elevarla para poder mantener una conversación decente pasados los 90 km/h. Una velocidad que sientes muy alta para circular por las carreteras más reviradas de Normandía. ¿No vamos muy rápido? Le preguntaba en más de una ocasión a Clémence cuando conducía entre tramos para llegar a tiempo al punto de control. Apenas iba a 80 km/h. Suficiente para sentir el brío de su bloque de 4 cilindros en línea y apenas 67 CV de potencia, entregadas sobre las 5.800 rpm. Una fuerza que se quedaba corta en momentos claves de la regularidad. Por ese motivo están más cotizados los Bocanegra de segunda serie, fabricados a partir de 1977 con el bloque “catorce treinta” de 77 CV. Una caballería ideal para empujar sus 805 kilogramos de peso pluma.

Pero esa es otra de las realidades de ir en un coche clásico: no necesitas ir más allá del límite de la vía. Más aún cuando encuentras cruce tras cruce, rotonda tras rotonda, y tienes un sistema de frenos de un Seat del 76 (disco y tambor) que, por no tener, no tiene ni servofreno. No fueron una, o dos frenadas de emergencia, fueron varias en las que las ruedas se bloquearon y recorrimos metros sin sentido, dejando una marca de lo más reveladora en el asfalto. Una dosis de humildad que cualquier conductor debería probar antes de criticar las ayudas a la conducción y seguridad (ADAS) actuales.

A pesar de esa lucha constante, la previsión necesaria, una concentración agotadora y más de un ¡Ay, ay!, jamás he disfrutado tanto de las sensaciones al volante de un coche de producción y generalista. No olvidemos que el Seat 1200 Sport del 76 era deportivo sí, pero para el pueblo. No tendría un Bocanegra con este color verde Kent para ir a trabajar, os lo aseguro, pero una vocecita en mi interior me anima a dejar atrás el raciocinio para invertir en felicidad. Primero debería mudarme al extrarradio.