Perfil
Edmundo González: la inesperada carta del cambio en Venezuela que se ha quedado en el camino
El candidato opositor Edmundo González desmiente que padezca una "enfermedad terminal"
"Nunca, nunca, nunca había pensado estar en esta posición", repite Edmundo González Urrutia. A los 74 años, el exdiplomático abandonó la zona de placidez propia de un hombre casi retirado para convertirse en el instrumento de la oposición venezolana para derrotar en las elecciones a Nicolás Maduro. Después de los resultados electorales del 28 de julio, y tras acompañar los reclamos opositores por un recuento de los votos que le dieron la victoria a Nicolás Maduro, González Urrutia ha abandonado algo más, su país. Este domingo 8 de septiembre, el opositor ha dejado su patria rumbo a España, en calidad de asilado político.
González Urrutia ha sorprendido a propios y extraños. Fruto de una suerte de picaresca política se constituyó en el candidato de la Plataforma Democrática Unitaria (PUD). La justicia había inhabilitado por 15 años a María Corina Machado, ganadora de la primaria opositora en octubre pasado. El Consejo Nacional Electoral (CNE) frustró luego la posibilidad de que la académica Corina Yoris la representara. Podía pasar un camello por la aguja del CNE, pero no alguien a quien Machado delegara sus aspiraciones. Pero, en los hechos, González Urrutia fue ese camello. Nadie le asignó en principio importancia a su postulación. Parecía ser un competidor testimonial, y por eso se prestó a que su nombre figurara en una papeleta. Sucedió, sin embargo, lo contrario. Con el correr de los días devino alternativa, la del candidato más impensado. Ahora, asilado en España, se sabrá si su figura se diluye o adquiere otra relevancia en la trama política.
Los venezolanos tuvieron que memorizar su doble apellido y conocer su historia personal a las apuradas. Se enteraron entonces que se había graduado en Estudios Internacionales en la prestigiosa Universidad Central de Venezuela (UCV) para, más tarde, realizar un posgrado en Estados Unidos y comenzar una carrera diplomática. Escribió ensayos sobre problemas globales. Desmenuzó a autores consagrados como el sociólogo norteamericano John Kenneth Galbraith, discutió el concepto de "choque civilizatorio" de Samuel Huntington y se internó en las frondosas páginas de China, de Henry Kissinger, para comprender una jugada política que cambió el mundo a comienzos de los 70. Participó de las misiones diplomáticas de Venezuela en Bélgica y Estados Unidos. Fue embajador en Argelia y Argentina. Este último destino coincidió con el ascenso de Hugo Chávez, con quien colaboró para acercar a Venezuela al Mercosur. No se demoró en tomar distancia del bolivariano y retornar a la actividad académica.
"Trabajé con un embajador que me decía: 'Tú tienes que tener un logro más en la vida'". El recuerdo adquirió otro sentido a la luz de sus nuevas responsabilidades. El candidato de la PUD se muestra recatado frente a los micrófonos. No tiene el don de la oratoria. La voz a veces se pierde en el aire.
El factor Machado
"El candidato afiche", lo llamó el madurismo con desdén. "Títere", ha dicho Maduro. Le consideró una mera imagen detrás de la cual está Machado. A estas alturas es muy difícil disociar la suerte de ambos. González Urrutia recibió el respaldo de la dirigente de derechas y capitalizó su popularidad. A pesar de las circunstancias, nunca dejó de reconocer "el liderazgo" de ella. De alguna manera integran una fórmula que el 28-J intentó probar su eficacia: González Urrutia al Gobierno, Corina al poder. Nada de eso ha ocurrido.
En 2019, cuando Juan Guaidó se autoproclamó "presidente encargado", Machado era una protagonista lateral del conflicto interno. Si bien había iniciado su carrera política en sintonía con el nacimiento del chavismo y tuvo, muy joven, fuertes controversias en la Asamblea Nacional con Chávez, 22 años más tarde la líder de Vente Venezuela ha adquirido también una centralidad impensada. "Gane las primarias", le dijo el bolivariano en la Asamblea Nacional, en una de sus últimas intervenciones. Eso sucedería en 2012, en otra Venezuela.
Pero antes, y por mucho tiempo, Machado fue el rostro de un antagonismo radical con el Palacio de Miraflores que la llevó a tomarse fotos sonrientes con George Bush en el Despacho Oval, avalar las sanciones económicas de Estados Unidos e, incluso, mostrarse favorable a que el Tratado de Asistencia Recíproca (TIAR) interviniera militarmente en Venezuela en nombre de la Organización de Estados Americanos (OEA) para desplazar a Maduro del poder.
Durante las primeras elecciones primarias organizadas por la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), en 2012, obtuvo 3,81% de los votos frente a Henrique Capriles, que ganó con 64,33% y compitió por la presidencia. Once años más tarde, Machado ganó las elecciones internas de la oposición por amplia mayoría. A partir de aquel octubre, su papel comenzó a modificarse. De pasar de promover abstenciones y las alternativas más aguerridas, se inclinó por la salida electoral junto con otras fuerzas opositoras. Hasta al madurismo le costó reconocer en ella a la antigua contestataria absoluta, promotora de las soluciones políticas imposibles.
Ya sea por astucia política o por comprensión de la contingencia o el modo en que interactúa con González Urrutia, Machado ha ablandado su discurso y hasta se exhibe ante multitudes como una figura carismática que, en situaciones de mayor intimidad también puede presentar rasgos solidarios y comprensivos que no se le conocían. El Gobierno está convencido de que se trata de un acto de impostura, y por eso la llama "demonia". Al candidato verdadero también le valió el mismo calificativo. Maduro los repitió en la noche electoral.
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