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Crónica desde Nueva York: pizza o muerte, la última guerra del trumpismo

Poco importa que expertos como Eric Goldstein, director del Consejo de Defensa de Recursos Naturales, hayan recordado que es “un tema de salud y de buenos vecinos”

Trozos de pizza en NY, en la protesta trumpista.

Trozos de pizza en NY, en la protesta trumpista. / / IDOYA NOAIN

Idoya Noain

La derecha más desquiciada de Estados Unidos, y también la más entregada a capturar como pueda la atención, ha vuelto a poner la pizza en el centro de sus batallas, ahora en Nueva York. Y las cosas no van tan lejos como en el ‘pizzagate’, la teoría conspiratoria sobre una supuesta red de pederastia de poderosas figuras demócratas que empezó a propagarse cuando Donald Trump se lanzó a la arena política y que llegó a llevar a un fanático a disparar un rifle de estilo militar dentro de una pizzería en Washington, donde obviamente no encontró ni rastro de niños esclavizados, pero el teatro del absurdo no se le queda muy lejos.

Lo que ha prendido la mecha esta vez ha sido una normativa del Departamento de Protección Ambiental de Nueva York que, a partir del 27 abril, obligará a los establecimientos con hornos de leña y carbón instalados antes de 2016 a añadir a sus chimeneas y sistemas de extracción filtros para reducir hasta en un 75% la contaminación de partículas y a hacer revisiones periódicas sobre sus emisiones.

La normativa tiene su origen en 2015, cuando recibió luz verde en la Administración del alcalde demócrata Bill de Blasio. Entró en vigor al año siguiente y originalmente daba plazos hasta 2020, que se retrasaron por la pandemia. Pero resucitó el verano pasado ya con Eric Adams, otro demócrata, en la alcaldía. Y con la inestimable ayuda de un artículo del tabloide ‘New York Post’, se prendió la mecha de otro ciclo de indignación exagerada en la ultraderecha y de desinformación.

Aquel artículo decía, falsamente, que se estaba atacando a las pizzerías para que redujeran “emisiones de carbono”, cuando es una norma que afecta a todas las cocinas comerciales y su principal objetivo no es la lucha contra el cambio climático sino reducir esa contaminación con minúsculas partículas que se instalan en los pulmones y está asociada a enfermedades como bronquitis, asma, enfermedades cardiovasculares o cáncer.

Poco importa que expertos como Eric Goldstein, director del Consejo de Defensa de Recursos Naturales, hayan recordado que es “un tema de salud y de buenos vecinos” y que hace décadas que las autoridades a todos los niveles imponen controles en emisiones de contaminación de partículas en plantas eléctricas, incineradoras, calderas o vehículos de motor. Poco importa que la regulación se haya elaborado en consultas en las que, además de autoridades, han participado propietarios de negocios.

Una afectación mínima

Figuras destacadas entraron en el juego de la distorsión. Lo hizo, por ejemplo, Elon Musk, repicando la historia del ‘Post’ y diciendo que la norma era una “total gilipollez” que “no marcará ninguna diferencia en el cambio climático”. Lo hizo la congresista ultra Lauren Boebert, que quizá al ser de Colorado no sabía que erraba al decir que “la mayoría de las pizzerías en Nueva York usan hornos de ladrillo de hace décadas y se van a ver afectados”. En realidad, se estima que la regulación afectará a solo cerca de 100 establecimientos en una ciudad donde, además, desde que el inmigrante italiano Frank Mastro inventó el horno de gas en 1930, numerosos locales usan eso y no el carbón o la leña para sus pizzas, incluyendo la mayoría de los más de 4.500 establecimientos que se dedican al clásico neoyorquino de los ‘slices’, la pizza que se vende por trozos.

Entraron también en el circo de la furia desorbitada ante el supuesto 'pizzapocalipsis' personajes que han encontrado en el trumpismo un filón de publicidad, como Scott LoBaido, un artista de Staten Island, el barrio de Nueva York donde el expresidente y de nuevo candidato presidencial republicano para noviembre obtiene mejores resultados electorales. Ya en verano LoBaido hizo una protesta frente al Ayuntamiento lanzando trozos de pizza y gritando “pizza o muerte”, convenientemente difundida por redes sociales y medios de ultraderecha. Y para este miércoles, un par de días después de estar en Mar-a-Lago presentando una película que ha rodado, organizó otro acto similar.

Retórica xenófoba

Allí no había un solo dueño de pizzería y sí un par de docenas de agentes de policía, un puñado de cámaras y un grupúsculo de personajes que dejaban claras sus tendencias políticas: uno con la bandera “Trump o muerte”, otro con la gorra roja de 'Make America Great Again', dos más que desplegaron una pancarta con el lema: “Acaba el muro”. Estaba un hombre que confundía el tema de la protesta hablando sobre impuestos y un par de turistas de Nepal. Y estaba LoBaido, que llegó con unas cuantas cajas de pizzas y que antes de ponerse a lanzar cuatro trozos sobre la verja del Ayuntamiento lanzó una diatriba contra Adams y los demócratas plagada de misma retórica xenófoba que Trump usa contra los inmigrantes, o de asaltos al fiscal de distrito Alvin Bragg (el mismo que tiene imputado al expresidente por los pagos a Stormy Daniels en uno de los cuatro casos penales contra el republicano).

Manifestantes a favor del muro con México.

Manifestantes a favor del muro con México. / / IDOYA NOAIN

LoBaido, grandilocuente, proclamaba: “Tienes que hacer sacrificios para hacer historia y lograr cambios”. Había hablado con el jefe de policía (que jugón le preguntaba con gesto impasible de qué eran las pizzas que había llevado). Sabía que sería esposado. Y lo fue, pero contra lo que circuló en redes sociales no fue arrestado.

LoBaido había prometido también que la mitad de las pizzas se llevarían a un refugio para personas sin hogar, para que no se les acusara de tirar dinero y comida. Pero pasaba el tiempo tras su “protesta” y las cajas seguían en el suelo. La mujer que le había dicho que ella se encargaría ni siquiera sabía dónde estaba el refugio del Bowery y cuando se le indicó que tendría que caminar 20 o 25 minutos pareció desistir. La causa, al parecer, tiene sus límites.

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