Tensión en las calles

Radiografía del descontento social que calienta la primavera en Europa

Huelgas y protestas multitudinarias se suceden desde hace semanas en varios países europeos ante el aumento del coste de la vida o las reformas del Estado del bienestar

Manifestantes protestan en Francia.

Manifestantes protestan en Francia. / EFE

Ricardo Mir de Francia

Las calles de media Europa vuelven a estar en ebullición, sacudidas por un malestar palpable por el aumento del coste de la vida, la pauperización de los trabajadores y un horizonte de estrecheces sin demasiados visos de mejorar a causa de los legados de la pandemia y la revolución tecnológica en curso. Millones de personas se han echado a la calle en las últimas semanas. En Alemania paralizaron esta semana el transporte público para reclamar salarios dignos, una huelga descrita como el mayor paro de las últimas tres décadas. En el Reino Unido los plantes de profesores, funcionarios, enfermeras o ferroviarios se suceden desde hace meses. Algo similar a lo que sucede en PortugalPaíses Bajos y Bélgica, mientras la paz social en Francia arde en sus contenedores a raíz de la reforma de las pensiones.

La cólera social cotiza al alza en un continente sobrevolado desde hace tres años por bandadas de cisnes negros, la metáfora que utilizan los economistas para referirse a los sucesos impredecibles e inesperados que acaban teniendo un enorme impacto social. Primero fue la pandemia de coronavirus; después, la invasión rusa de Ucrania y ahora los renovados temblores en el sistema financiero. Cada una de esas crisis ha tenido un sinfín de ramificaciones, que han servido de caldo de cultivo para el momento convulso que se vive en muchos países. No muy distinto al que se vivió a lo largo de 2022. Los detonantes difieren ligeramente. Si en Francia es el rechazo al aumento de la edad de jubilación impuesto por el presidente Emmanuel Macron sin apenas diálogo social, en el resto, es la pérdida de poder adquisitivo, severamente tullido por el alza generalizada de los precios.

Disturbios en las calles de París.

Disturbios en las calles de París. / EFE

"Hay dos cosas aquí: los legados del covid y la inflación", afirma el economista belga André Sapir, quien fuera asesor financiero de la Comisión Europea en tiempos de Romano Prodi. "Hubo una serie de profesiones que mantuvieron la economía a flote durante la pandemia y que no han sido recompensadas por sus esfuerzos. De modo que la enfermedad ya estaba ahí, por más que no fuera suficiente para movilizar a la gente, pero entonces llegó la inflación...", añade desde el laboratorio de ideas Bruegel. La inflación es un potro difícil de embridar. Lo distorsiona todo a su paso. Penaliza los salarios y el ahorro. Y aunque no discrimina, castiga particularmente a la población con menos ingresos.

El año pasado la inflación interanual en la eurozona se situó en el 9,2%, más del doble del incremento medio de los salarios en ese mismo periodo, un 4%. "Los salarios llevan mucho tiempo estancados en el mundo desarrollado, uno de los motivos de la desigualdad rampante, y eso contribuye al malestar. No puede haber una economía productiva con bajos salarios", asegura Xosé Carlos Arias, catedrático de política económica en la Universidad de Vigo. En consonancia con la postura mantenida durante meses por el Banco Central Europeo (BCE), Arias sostenía hasta hace poco que no es el momento para subir nóminas y sueldos. La experiencia histórica –apunta– sugiere que los episodios inflacionarios pueden enquistarse cuando las espirales de costes-precios van acompañadas de aumentos acentuados de los salarios.

Huelga de transportes en Berlín.

Huelga de transportes en Berlín. / EFE

Beneficios empresariales

Pero los datos le han hecho cambiar de parecer. El propio BCE ha reconocido que a finales de 2022 los beneficios empresariales fueron el principal factor de la elevada presión inflacionista, unos beneficios que han crecido a pesar del abaratamiento de los costes de la energía, inicialmente responsables del repunte de los precios. "Eso sugiere que algunos productores han explotado la incertidumbre creada por la alta inflación y los desajustes entre oferta y demanda para ampliar sus márgenes más de lo que era necesario para absorber el incremento de los costes", dijo este mes el BCE.

Esa constatación contribuye a alimentar la sensación de falta de equidad que impera entre la ciudadanía, al ver cómo se han disparado los beneficios de energéticas, bancos o empresas agroalimentarias mientras sus vidas se hacían cada vez más prohibitivas. Solo siete países de la UE han aplicado un impuesto a las ganancias extraordinarias, entre ellos España. "Los trabajadores son las víctimas de esta crisis y no sus causantes", dice por correo electrónico Ignacio Doreste, asesor del European Trade Union Institute, un centro de análisis de la Confederación Europea de Sindicatos. "Nadie debería beneficiarse de explotar esta crisis. Se deben tomar medidas para evitar la especulación, por ejemplo, reduciendo los dividendos y acabando con la especulación en los precios de los alimentos", añade Doreste.

Huelga en el transporte público en Londres.

Huelga en el transporte público en Londres. / EFE

Lecciones de la crisis de 2008

Todo esto llega en una época de creciente descrédito de las élites gobernantes, reflejado en el auge de la extrema derecha, a pesar de que la respuesta de los gobiernos europeos en estos tres años ha sido mucho más generosa con los trabajadores y las familias más vulnerables de lo que fue tras la crisis financiera de 2008. "Hay descontento en muchos países porque parte de la población piensa que se gobierna de espaldas a ellos o se sienten desprotegidos ante un horizonte en el que cada vez se les pide más sacrificios", sostiene Marcel Jansen, economista de la Universidad Autónoma de Madrid.

Pero algunos de esos sacrificios son inevitables, según los expertos consultados. Ya sea para mantener la sostenibilidad de las pensiones como para afrontar el coste inicialmente oneroso de la transición ecológica. Y el problema es que el punto de partida es malo porque, como señala Jansen, la mayoría de sociedades europeas están muy envejecidas y sus arcas estatales altamente endeudadas por la cascada de crisis de los últimos tres lustros. "Durante mucho tiempo se evitó tomar medidas. Ahora se han vuelto ineludibles pero nadie quiere sacrificarse", dice el profesor de la Autónoma de Madrid. 

El caso reciente de los Países Bajos es paradigmático. Su Gobierno de coalición decidió reducir a la mitad las emisiones de nitrógeno que generan la agricultura, el transporte o la industria y que ponen en peligro la biodiversidad del país. Con 2030 como meta, se propuso reducir un tercio las cabezas de ganado del país, ya fuera con pagos a los granjeros o con la reubicación de algunas granjas. Pero los holandeses se rebelaron en las urnas. En las recientes elecciones de este mismo mes votaron a un partido populista de agricultores que se opone a esos planes y que no existía hasta 2019. Fue la fuerza más votada y tendrá ahora prioridad para tratar de formar gobierno.

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