20º aniversario de la invasión de EEUU

La reconciliación entre comunidades, gran asignatura pendiente de Irak

Tras dos décadas de violencia, el país árabe necesita cohesión social entre chiís, sunís y kurdos para no seguir desangrándose

El Parlamento iraquí, en una imagen de archivo

El Parlamento iraquí, en una imagen de archivo / EP

Joan Cañete Bayle

Desde la invasión de Estados Unidos en el 2003, que acabó con el régimen de Saddam Hussein, la historia de Irak ha estado marcada por la violencia. La caída de un régimen tiránico, centralizado, que controlaba mediante la represión a la población dio paso a una situación caótica en la que se sucedieron los enfrentamientos armados: insurgencia contra la ocupación estadounidense, enfrentamientos entre las comunidades que forman el país (sunís, chiís y kurdos, principalmente) y auge y caída del Estado Islámico. En estas dos décadas, decenas de miles de iraquíes han muerto y desaparecido en una espiral de violencia sectaria, atentados terroristas y abusos de las fuerzas de seguridad y de las milicias armadas. Por este motivo, la reconciliación entre las diferentes comunidades que forman el país es uno de los grandes retos del Irak de hoy, junto a la lucha contra la corrupción y la construcción de un modelo económico menos dependiente del petróleo. 

"En el Irak posterior a la lucha contra el Estado Islámico, es muy difícil hablar de reconciliación. Ha habido miles de muertos, hay miles de desaparecidos, y ni el Gobierno ni el sistema judicial saben qué hacer", reflexiona Hanna Adwar, activista de derechos humanos, fundadora de la oenegé Al Amal y cofundadora de la Red de Mujeres Iraquíes. "Para lograr la reconciliación a largo plazo es necesario crear una infraestructura para promover la paz dentro de las comunidades, centrándose en las minorías más vulnerables. Para ello, es clave involucrar a una amplia variedad de grupos en la sociedad. Esto asegura que se escuchan las voces de todos, sus problemas y las propuestas de solución. En el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), trabajamos con jóvenes, mujeres, sociedad civil, medios de comunicación, organizaciones no gubernamentales, empresas y autoridades locales, líderes religiosos, líderes comunitarios, retornados, comunidades de acogida y miembros del Gobierno", explica Auke Lootsma, Representante Residente en Irak de UNDP, que desde hace años impulsa programas de reconciliación en el país

Fosas comunes

Irak empezó a hablar de justicia transicional y reconciliación nacional inmediatamente después de la caída del régimen de Saddam en 2003. En los días inmediatos después de la toma ocupación del país, miles de iraquíes se lanzaron a desenterrar fosas comunes y a buscar información sobre sus familiares desaparecidos en los ministerios y en los temidos servicios de espionaje. El dictador fue juzgado y ejecutado a muerte por crímenes contra la humanidad. Ya entonces resultó evidente la desconfianza de la comunidad suní hacia el proceso político y legal que impulsaban la comunidad chií y kurda, de las que se sentían excluidos. Chiíes y kurdos celebraron el ahorcamiento del tirano; los sunís la deploraron. 

Este sentimiento de exclusión desarrolló un ambiente de perpetuo enfrentamiento entre comunidades, que se plasmó en un sistema político basado en cuotas de poder sectarios y en una creciente violencia étnica de la que se aprovechó primero Al Qaeda y después el Estado Islámico para atraer a los sunís. Cuando el Califato del Estado Islámico alcanzó su punto álgido en un amplio territorio entre Siria e Irak, sus filas estaban llenas de iraquíes, muchos de ellos surgidos del antiguo Ejército desmantelado tras la invasión. El Estado Islámico desató un régimen de terror en las zonas que controló. Protagonizó duros enfrentamientos contra los peshmergas kurdos, asesinó y esclavizó a miles de personas de la minoría yazidí (sobre todo mujeres), y se enfrentó al Ejército federal iraquí apoyado a su vez por numerosas milicias chiíes, muchas de ellas con apoyo directo de Irán. A un país ya marcado por las cicatrices de la invasión y de casi 10 años de insurgencia y enfrentamientos civiles a lo largo del país, la lucha contra el Estado Islámico añadió muerte, sufrimiento y resentimiento. 

Dos casos: En diciembre del pasado año, el presidente del Parlamento, el suní Mohamed Al-Halbousi, clave para mantener a la comunidad suní implicada en el juego político y la gobernabilidad del país, denunció en televisión la muerte de "miles de personas" entre 2014 y 2016 en el marco de la lucha contra el Estado Islámico. Al Halbousi afirmó que las víctimas fueron secuestras, torturadas y asesinadas por milicias chiíes apoyadas por Irán y exigió un proceso de reparación. La acusación no es nueva: Amnistía Internacional ya denunció en el informe 'Castigados por los crímenes del Daesh' que las fuerzas de seguridad y las milicias armadas chiíes cometieron graves vulneraciones de los derechos humanos contra la población suní en su campaña contra el Estado Islámico en Mosul, Faluya y otras regiones del país. 

El segundo caso lo forman las denominadas "familias del Estado Islámico", miles de mujeres y niños iraquíes vinculados a combatientes del Estado Islámico muertos o apresados en Siria que viven en un campo levantado por el Gobierno iraquí y que no pueden volver a sus pueblos y ciudades porque sufrirían la venganza de los allegados de las víctimas del régimen de terror del califato. Su caso es una patata caliente para las autoridades iraquíes, porque se han convertido en un ejemplo clave del proceso de reconciliación en el país. La ONU, a través de programas de reconciliación, y varias oenegés como Human Rights Watch denuncian la situación de estas mujeres que han sufrido todo tipo de violencia, sobre todo sexual, y del efecto de radicalización en los menores que puede tener su situación. "Estamos creando a nuevos terroristas, que crecen en la miseria, son educados en la violencia y ven a sus madres sufrir abusos, acoso y violaciones", denuncia Hanna Adwar. 

Guerra y conflicto

Estas familias son hoy la prueba del nueve de la reconciliación en Irak. El informe 'Afiliadas con el Estado Islámico: Retos para el regreso y reintegración de mujeres y niños' del PNUD en Irak afirma que es necesario el diseño de "programas integrales de rehabilitación, integración y regreso seguro a las zonas de origen de estas mujeres y niños. Pero nada se logrará sin reconcialición local". "Irak es un país diverso con muchos grupos étnicos y religiosos viviendo juntos en un área geográfica relativamente pequeña. Cuando se da una historia compleja de guerra y conflicto, la reconciliación nunca es una tarea fácil. Sin embargo, hoy, después de años de esfuerzos de estabilización a través de la reparación de la infraestructura física, se han sentado las bases para pasar a reparar el tejido social del país. Una nueva generación de iraquíes está llegando a la mayoría de edad, muchos afectados directamente por el conflicto del que han sido testigos. Para su futuro, y para asegurar que sus hijos no tengan recuerdos similares, la reconciliación nacional es vital. Junto con otros factores importantes, la reconciliación nacional también es un factor clave para prevenir futuras violencias", reflexiona Auke Lootsma. 

A medio y largo plazo, la seguridad que le ha sido tan esquiva a Irak en los 20 años posteriores a la invasión estadounidense solo podrá alcanzarse tras un proceso de reconciliación nacional y de justicia transicional que restaure la confianza en el sistema político, la cohesión social y garantice la plena participación en el Estado de todas las comunidades. La estructura tribal y étnica del país es sin duda compleja, pero la alternativa es perpetuar el ciclo de agravios y represalias, lo cual no hace más que reproducir la espiral sin fin de violencia que engulló al país tras la caída de Saddam y del que poco a poco Irak lucha por escapar. "Han sido 20 años de lucha muy dura por promover la cultura de los derechos humanos, de la no violencia y del diálogo en la diferencia. Pero es muy difícil cuando hay tantas armas en manos de las milicias y el sistema legal es tan débil", afirma Hanna Adwar, que añade: "La corrupción no daña solo a la economía. Cuando se ha infiltrado tan profundamente en las instituciones y la misma sociedad hace muy difícil generar el clima necesario para un proceso de reconciliación".

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