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Nuevo mapa de la energía

El sueño (casi) imposible de España e Italia para convertirse en el nuevo polo energético de Europa

Roma apuesta por ser el gran centro de distribución del gas africano mientras Madrid basa sus planes en el hidrógeno verde y otras renovables

El sueño (casi) imposible de España e Italia para convertirse en el nuevo polo energético de Europa.

La invasión rusa de Ucrania ha desplazado el centro de gravedad de la geopolítica energética en Europa. La abrupta desconexión de los hidrocarburos rusos ha obligado al continente a repensar sus fuentes de abastecimiento e improvisar sobre la marcha alternativas para el suministro. Los flujos de este a oeste se están rápidamente secando, un cambio de paradigma que ha abierto nuevas oportunidades para países como España Italia, que apenas tenían peso en el viejo mapa energético. El sur reclama ahora su espacio en el nuevo tablero, aprovechando su cercanía a los yacimientos del Norte de África, su infraestructura gasística o su potencial con las renovables. No será fácil, sin embargo, porque entre eslogan político y la ambición plasmada media un abismo.  

Tanto Roma como Madrid han dado rienda suelta en los últimos meses a su intención de convertirse en un centro de distribución para exportar energía al resto de Europa. Una aspiración inicialmente centrada en el gas natural, pero que, en el caso de España, ha ido mutando a medida que se cerraban sus opciones en ese ámbito. Tanto por la desastrosa gestión de sus alianzas en el Norte de África como por la cerrazón de Francia a permitir las nuevas interconexiones con las que el Gobierno de Pedro Sánchez pretendía ampliar la capacidad española para enviar gas al resto de continente.  

“A España no le ha quedado otra que apostar al final por el hidrógeno renovable, un plan muy a medio plazo”, afirma Alejandro Núñez-Jiménez, investigador senior del Instituto Federal Suizo de Tecnología. “En cambio, la de Italia es una apuesta a corto plazo y por el gas. Piensa que Europa seguirá utilizando gas el tiempo suficiente como para justificar las inversiones multimillonarias que ha anunciado”. Dos planteamientos a la postre distintos y sin demasiados visos de colisión, aunque plagados de incógnitas y riesgos, según la media docena de expertos consultados. 

España tenía a priori las condiciones para convertirse en un gran centro de recepción, procesamiento y exportación del gas natural licuado (GNL) que llega al continente en barcos metaneros desde EEUU, África y otras partes del mundo. No en vano, tiene más capacidad para almacenarlo y procesarlo a través de sus plantas regasificadoras que cualquier otro país de la Unión Europea. El 44% y 34% respectivamente de la capacidad comunitaria, según Enagás. Por no hablar de los dos gasoductos que abastecían la península desde Argelia. Pero tiene un grave problema: es una “isla energética” sin apenas interconexiones con Europa, más allá de los dos modestos tubos que llegan a Francia desde Navarra y Guipúzkoa.  

Sueños gasísticos frustrados

“Sin nuevas conexiones que atraviesen los Pirineos no tiene ningún sentido plantear la idea del ‘hub’ gasístico”, afirma Mariano Marzo, miembro del consejo de administración de Repsol y catedrático de la UB. “Si a eso le añades que la mayoría de países del norte de Europa se han lanzado a construir regasificadoras flotantes para recibir los metaneros directamente en sus costas, hay poco más que decir”. A finales del año pasado Madrid anunció un acuerdo para aumentar la capacidad de las dos conexiones existentes con Francia un 18%, pero los grandes proyectos que España y el operador Enagás barajaban para dar un verdadero salto cualitativo fracasaron en París y Bruselas.  

Primero el gasoducto MidCat, a medio construir desde hace años, y luego su homónimo submarino que debía unir Barcelona con el puerto italiano de Livorno, en fase solo embrionaria. “Eran proyectos que estaban en el cajón y se resucitaron cuando empezó la guerra de Ucrania ante el temor de que Europa se quedara sin gas”, explica Pedro Fresco, el ex director general para la transición ecológica de la Generalitat Valenciana. “En ese momento, ante la urgencia, cualquier infraestructura podía tener sentido, pero a medida que la ansiedad se ha ido rebajando, ciertas infraestructuras han vuelto a perder sentido por sus costes y sus tiempos”.  

El órdago italiano

Un análisis que no parece compartir ni Italia ni su industria energética. A diferencia de España, que ha sabido capear sin problemas su modesta dependencia del gas ruso echando mano de sus seis potentes regasificadoras de GNL, Roma se enfrentaba a un desafío mayúsculo: suplir en solo unos meses el gas del Kremlin, que aportaba el 40% de su consumo. ¿Y cómo lo hizo? Yéndose de compras como si no hubiera mañana. En el último año ha cerrado numerosos acuerdos para aumentar su suministro desde ArgeliaLibia Azerbaiyán o para buscar nuevos proveedores en Angola Congo. Una política que comenzó con Mario Draghi y ha continuado con Georgia Meloni. La dirigente ultraderechista proclamó a finales de enero en Libia que “Italia quiere convertirse en un ‘hub’ energético para toda Europa”.  

Particularmente para venderle el gas del Norte de África, donde ha perdido a España como competidor de peso, a raíz del alineamiento de Sánchez con Marruecos en la cuestión del Sáhara Occidental. Desde entonces Estados Unidos ha reemplazado a Argelia como principal proveedor español, mientras Argelia sustituía a Rusia como fuente primaria del gas italiano. 

Italia, a diferencia de España, sí tiene la ubicación geográfica y las interconexiones necesarias para llegar a Europa. Pero necesita transformar a marchas forzadas sus infraestructuras internas. “La red italiana no se concibió para hacer de Italia un país exportador, sino importador, de modo que va a necesitar una inversión mayúscula para adaptar su sistema”, asegura Francesco Sassi, experto del instituto de Investigación Industrial y Energética (RIE) de Bolonia. Desde invertir el flujo de los gasoductos que conectan Italia con otros puntos de Europa a expandir notablemente su red interna de tuberías para canalizar hasta el norte del país el combustible que llega a sus puertos meridionales desde el Norte de África y el mar Caspio. La mayor parte llega por gasoducto, pero la pretensión de Roma es aumentar también la recepción de metaneros.  

Transición energética

En un país conocido por su endiablada burocracia, Sassi duda mucho que pueda conseguirlo en un plazo razonable. Y es que muchos de los proyectos propuestos ahora llevaban años archivados. Paralizados por sus costes, sus dificultades técnicas o la multitud de variables geopolíticas de las que dependen. “El plan del Gobierno responde a una visión hipernacionalista del mercado energético en Europa que no acaba de ajustarse a la realidad”, asegura el experto en la geopolítica de la energía. “Construir esta red ligaría Italia al gas durante decenios cuando Europa está en plena transición a las renovables”.  

Y es esa contradicción palmaria a la que ahora se aferra España obligado por las circunstancias, tras ver como encallaban sus planes gasísticos. De sus gestiones energéticas el único plan que ha fructificado es el hidroducto H2Med para transportar hidrógeno verde desde la Península hasta Francia y Alemania, un proyecto que no estaría listo hasta 2030. “Hay mucho márquetin en todo esto porque ni siquiera sabemos si tendremos superávit de hidrógeno para exportarlo”, afirma Eloy Sanz, profesor de ingeniería energética en la Universidad Rey Juan Carlos. El poco hidrógeno nacional que de momento se produce se destina a refinerías y similares. “Ya estamos planificando la exportación cuando ni siquiera hemos garantizado nuestro consumo ni hemos descarbonizado nuestra industria con hidrógeno renovable”, redunda en ese punto Mariano Marzo. “Hay mucha politiquería en todo esto”.  

Todos los expertos coinciden en que si España tiene algún futuro como exportador de cierta entidad –ya exporta algo de electricidad— su futuro pasa por las renovables, incluido el hidrógeno producido con energía solar y eólica. La cautela es, en cualquier caso, la norma. “En el mundo de las renovables al que vamos, la idea pasa por producir en tu territorio la mayor parte de lo que consumes. Yo creo que España podrá ser un pequeño exportador a Europa, pero no va a ser la Arabia Saudí de las renovables”, afirma Pedro Fresco.  

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