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Crónica desde Pekín: la ciudad vuelve a latir

La capital vive con plenitud su año del conejo, tras quedar atrás el letargo en el que la sumió la política cero covid

El conejo es el animal este año del calendario lunar chino. Adrián Foncillas

Late de nuevo Pekín en el año del conejo. Han vuelto los oficinistas a Guomao, los extranjeros se amontonan en los bares de Sanlitun, hípsters y ancianos se entrecruzan en Gulou y martirizan los atascos en toda la ciudad. Dos asuntos la habían aletargado durante meses.

El Festival de Primavera que sigue al año nuevo lunar son las principales vacaciones del calendario chino. La mayor migración de la Historia en tiempos de paz le supone a Pekín un éxodo masivo. La capital es un gran pueblo de 20 millones de habitantes a la manera de Madrid mientras Shanghái tiene un aire barcelonés más cosmopolita. “Lao Beijing” o “viejo pequinés”, se reivindican los locales frente a sus vecinos de aluvión. Los segundos la abandonan en masa en vacaciones para juntarse con su familia. Son tiempos de introspección en largos paseos por la falta de oferta lúdica. Pocos restaurantes aguantan y casi siempre con cocineros reservas que aconsejan refugiarse en los fogones de casa.

El fin de la política cero covid ya había vaciado las calles a mediados de diciembre. Rotos los diques que habían embridado la pandemia durante tres años, la ciudad quedó sepultada bajo un tsunami de contagios. No habíamos escuchado de ningún caso cercano y en unos días todos nuestros conocidos habían sucumbido. No salían de casa los pequineses, curándose del virus o huyendo de él, con la excepción de algunos jóvenes que iban a su encuentro en atiborrados bares tras haber llenado la nevera para una semana de convalecencia. Aquel contexto delirante de cambio de régimen y los vientos heladores de un invierno duro incluso para los estándares locales empujaban a la huida.

Los aviones, levantados los controles de acceso, fueron lugares de contagios masivos. Te sentabas con la certeza de lo inexorable, sabiendo que la mayoría de los pasajeros con los que compartirías las siguientes horas en un espacio cerrado eran positivos. Ni siquiera dos mascarillas superpuestas me salvaron del virus.

Clemente con Pekín

La política cero covid fue clemente con Pekín. La capital nunca fue confinada y sólo un par de brotes inquietantes provocaron compras compulsivas en vano. La política fue eficaz en China durante dos años. En su simpleza radicaba su belleza: Si una ciudad contaba una decena de casos, se cerraba durante una semana y el brote desaparecía. El resto del país seguía funcionando sin trabas. “Hemos recuperado la vieja normalidad”, contestábamos cuando nos llamaban desde una España con confinamientos, desesperantes ciclos de cierres y aperturas y navidades sin familiares.

No es el lugar ni el momento para reivindicar la política de cero covid así que abreviaremos. Preservó la normalidad y salvó vidas. Estados Unidos, con una cuarta parte de la población china, ha registrado 1,2 millones de muertos. A China le corresponderían casi cinco pero los cálculos científicos más pesimistas hablan de uno. Los cuatro millones restantes responden a la política cero covid. No es lo mismo que el virus te conquiste ahora, con un 90 % de la población vacunada y variantes menos lesivas, que en los albores de la pandemia.

Pero la política recordó en los últimos meses a esos delanteros a los que los sobra el último regate. Se había demostrado ya inútil frente a las variantes más contagiosas. Los cierres de ciudades se alargaban durante semanas o meses sin que el brote remitiera y los viajes internos se convirtieron en un campo de minas. Obligaban a averiguar si la ciudad de destino sufría contagios para evitar que el código de salud enrojeciera y la de origen no impidiera el regreso. Y, en cualquier caso, nada aseguraba que durante la estancia allí no surgiera un brote. Los controles en Pekín, capital institucional y política, fueron especialmente escrupulosos. Los pequineses no salían o se mentalizaban para un regreso tardío y arbitrario.

Parecen ya recuerdos desvaídos en China. Descontadas las mascarillas, nada remite hoy a aquellos tiempos áridos. Impacta cómo abrazan la convivencia con el virus los chinos tras la pertinaz labor propagandística. En aquel vuelo de salida de diciembre, todos llevaban la mascarilla; en el de regreso a Pekín, apenas un par. Los funcionarios de las aduanas chinas manosean ya las maletas de los extranjeros sin temor a contagiarse y han concluido aquellos años de manga ancha con el alegre e inocuo contrabando de los retornados.

Estrenamos nuevo año en China bajo la égida conejil, asoma ya la primavera y afrontamos nuevos retos informativos sin más lamentos que el alijo de jamón, queso y chorizos expoliado en el aeropuerto.

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