Una sentencia sin precedentes del Tribunal Supremo del Reino Unido contra la Tate Modern pude llevar a un cambio radical en el diseño y uso de los espacios públicos en suelo británico. Después una batalla judicial de seis años, el Supremo en un polémico veredicto alcanzado por mayoría, que no por unanimidad, (3-2), ha resuelto que el museo de arte contemporáneo invade la privacidad de los residentes en unos apartamentos de lujo, con muros de cristal transparente, cuyo interior puede ser observado desde la terraza de la famosa galería.

El mirador, actualmente cerrado, se inauguró en el 2016 y ofrece una vista panorámica de Londres de 360 grados, pero también ha permitido a los visitantes observar el interior de unos pisos valorados entre los 850.000 y los 2.8 millones de euros, e incluso sacar fotos colgadas después en las redes sociales. El veredicto señala que, “la constante intrusión visual” a la que se enfrentan los residentes, interfiere con “el uso ordinario y disfrute” de sus propiedades. “No es difícil imaginar para cualquiera lo opresivo de vivir en esas circunstancias. Es como estar en un zoo”, ha señalado el juez Andrew Leggatt. ”Es una decisión histórica”, afirma el profesor de derecho privado de la Universidad de Oxford, Donal Nolan.

Poner o no poner cortinas

Cuando los acaudalados residentes compraron los pisos del Neo Bankside en el 2013 sabían de la ampliación de la Tate Modern e incluso apoyaron con entusiasmo el proyecto que aumentaba el caché de un barrio en plena transformación. Al abrirse la plataforma, sin embargo, comprendieron de golpe que tener a medio millón de visitantes cada año mirando directamente a sus salones y habitaciones a una distancia de 34 metros no era exactamente excitante.

Así, denunciaron a la Tate, pero el Tribunal Superior de Londres rechazó la demanda. El juez, Anthony Mann, reconoció que era un ataque a su intimidad, pero dejo claro que eso no ocurriría si el apartamento tuviera ventanas normales y sugirió que pusieran cortinas o persianas verticales. En resumen, el problema era suyo.

Los propietarios siguieron litigando y volvieron a perder en el Tribunal de Apelaciones. En un último intento, en diciembre del 2021 elevaron la denuncia al Supremo, la máxima autoridad judicial, que ahora ha fallado a su favor. El juez Leggatt sostiene que pedir a los residentes que pongan cortinas “es hacer que la víctima se responsabilice erróneamente de evitar las consecuencias de las molestias”, lo que viene a ser como pedir a alguien que se ponga tapones en los oídos para combatir el ruido excesivo. 

¿Sinfín de disputas?

La sentencia, de la que van a tomar nota los constructores, es controvertida, porque incrementa los derechos de privacidad de los residentes y puede dar paso a un sinfín de disputas entre vecinos. “Sugiere que la mera habilidad de otros para mirar a través de las ventanas es suficiente para eliminar a esa gente, cerrar ese espacio y la regulación urbana circundante, para que nada pueda afectar tu propia y personal burbuja”, escribe Oliver Wainwright, el crítico de arquitectura y diseño del diario The Guardian. “Es una sentencia que marca un precedente y puede cambiar fundamentalmente la naturaleza de cómo se construyen las calles y los espacios públicos”, precisa.

El juez Leggatt reconoce que los residentes sabían cuando compraron los apartamentos que se iba a construir esa gran terraza, pero no fueron conscientes de las consecuencias. El magistrado puntualiza que el caso de la Tate constituye “una situación particular muy excepcional del uso del suelo” y da a entender que el veredicto no significa que otros propietarios puedan presentar demandas similares porque los vecinos alcanzan a ver el interior de sus viviendas.

Pendiente de solución

La resolución no incluye indicación alguna de cómo se resolverá el contencioso, que ahora vuelve al Tribunal Superior de Londres donde comenzó el litigo. Natasha Rees, socia de la firma de arquitectos Forsters LLP y consejera legal de los propietarios, ha declarado que estos se sienten “complacidos y aliviados” con la sentencia porque reconoce, lo “opresivo” de la vista desde la terraza. Rees añade que trabajarán con la Tate para alcanzar “una solución práctica que proteja todos los intereses” de sus clientes. Desde el museo se han limitado a decir que están estudiando la situación.