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Reino Unido

La legitimidad de Carlos III depende de un talismán coruñés

Buckingham confía en que Escocia les ceda la Piedra del Destino sobre la que se coronaron los reyes irlandeses, escoceses y británicos desde hace tres mil años, que según la leyenda fue llevada por el hijo de Breogán desde la costa ártabra

Carlos III, durante el funeral de su madre en la capilla de San Jorge del castillo de Windsor. Reuters

Todavía no hay fecha para la coronación de Carlos III. Una razón es el luto por Isabel II. Otra, la incertidumbre sobre la presencia del talismán que durante siglos ha otorgado legitimidad a las coronaciones reales en la abadía de Westminster. Por primera vez desde 1239, la legendaria Piedra del Destino ya no se encuentra en Londres, sino en el castillo de Edimburgo, donde se ha convertido desde 1996 en un símbolo de la soberanía escocesa.

El histórico talismán que enfrentó durante siglos a ingleses y escoceses y que ahora mantiene en vilo a Carlos III guarda un profundo nexo con la antigua mitología céltica coruñesa, según las antiguas leyendas fundacionales de Irlanda y Escocia recogidas en el Leabar Ghabala o Libro Celta de las Invasiones. La Piedra del Destino, que durante dos mil años coronó a reyes irlandeses, escoceses e ingleses, fue llevada a las islas británicas desde el Magnus Portus Artabrorum coruñés, según las antiguas leyendas célticas alrededor del año 900 antes de Cristo. Las epopeyas irlandesas y escocesas narran que Ith, hijo del caudillo Breogán, conocido en la mitología céltica como Breagh, embarcó con su tribu desde la costa ártabra rumbo al norte. A sus pies, en la nave capitana, portaba la Piedra del Destino en la que se habían sentado sus antepasados al proclamarse jefes. Ith muere en el intento de conquistar Eire, pero el sagrado talismán se instala con los brigantes en el pueblo irlandés de Tara y siglos después es trasladado a Escocia. La simbología de esta historia está recogida en el conjunto escultórico del Parque Celta instalado en la península de la Torre de Hércules y en uno de los bajorrelieves del salón de plenos del Ayuntamiento coruñés.

La Piedra del Destino, también conocida como 'Stone of Scone', se convertiría en el símbolo de soberanía y unidad de las tribus escocesas hasta que en 1239 fueron conquistadas por el monarca inglés Eduardo I, “martillo de los escoceses”, quien se llevó el sagrado talismán céltico como botín de guerra a la abadía de Westminster, en Londres, donde mandó construir un trono especialmente diseñado para contener la piedra en su parte inferior. Creía que quien estuviera en posesión de la piedra sería el legítimo soberano de Escocia e Inglaterra. Desde entonces, los escoceses nunca cejaron en su empeño por recuperarla. Lo lograrían fugazmente en un momento de gran incertidumbre para el futuro de la dinastía de los Windsor, en plena descomposición del imperio colonial y en puertas de la coronación de una reina novata y sin el menor carisma popular, Isabel, tras la inesperada muerte del rey Jorge VI en 1952, al que suplía en muchas tareas desde 1951 a causa del cáncer que padecía su padre —el monarca tartamudo que popularizó la película El discurso del rey—. En 1950, cuatro jóvenes universitarios escoceses e irlandeses, para quienes también la piedra tiene rango de símbolo nacional (en Irlanda la llaman Lia-Fail), la robaron de Westminster. La policía buscó en vano el histórico talismán y hasta se llamó a un adivino para dar con su paradero. La salud de Jorge VI se deterioraba rápidamente y el temor de no tener la piedra era un presagio de que la era de los Windsor tocaba a su fin. Después de arduas negociaciones, la piedra fue recobrada meses más tarde en la Abadía de Arbroath, donde había sido escondida por los nacionalistas escoceses. El 2 de junio de 1953, Isabel II de Inglaterra y I de Escocia, fue coronada soberana de la Gran Bretaña en Westminster. Entre los símbolos de la soberanía de la que estaba siendo imbuida, se contaban el orbe, el cetro real, la vara de la clemencia, el anillo real de zafiros y rubíes y, muy especialmente, la Piedra del Destino bajo el trono en el que se sentaba.

La Piedra del Destino sería devuelta en 1996 a Edimburgo, donde fue vitoreada por una multitud, tras casi un milenio de retención en Londres, en un gesto político que buscaba aplacar al emergente movimiento independentista escocés, con la condición de que volviera a Westminster para futuras coronaciones. La odisea de la coronación de Isabel II guarda bastante paralelismo con el arranque del reinado de un Carlos III que genera más rechazo que ilusión y con la monarquía británica en sus horas más bajas. Quizás por eso, y pese a no tener todavía fecha para la coronación, Buckingham hizo público un comunicado la pasada semana en el que asegura que el organismo Historical Environment Scotland, que gestiona el castillo de Edimburgo, donde la Piedra del Destino se suele mostrar, le confirmó que el talismán saldrá para la coronación, pero volverá inmediatamente después a Escocia. Esto no termina sin embargo con la incertidumbre, puesto que un sector del Partido Nacionalista Escocés se opone a que la piedra regrese a Londres. Y estos días se ha vuelto a rememorar en los pubs de Edimburgo la gesta de 1950 (en un guiño al singular itinerario de los jóvenes nacionalistas, que jalonaron su regreso con el trofeo con numerosos brindis en vetustas tabernas escocesas sobre la piedra sagrada).

Las nebulosas leyendas que vinculan a las antiguas tribus de la costa ártabra coruñesa con la invasión de Irlanda y Escocia recibieron en los últimos años un espaldarazo científico al conocerse un estudio genético realizado por investigadores de Oxford que revela que los antiguos grupos humanos de las islas británicas y de la costa noroeste de España comparten el mismo tipo de ADN mitocondrial.

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