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Oriente Próximo

40 años de la masacre de Sabra y Shatila en Beirut: el abandono de los refugiados palestinos en el Líbano

Hace cuatro décadas, en plena guerra civil libanesa, las milicias de las Fuerzas Libanesas mataron a más de 3.000 palestinos gracias a la protección del Ejército israelí

Una imagen del campo de refugiados de Shatila. Andrea López

Retratos de Arafat, banderas palestinas en cada esquina, retratos de la cúpula dorada que preside JerusalénEntrar en el campo de refugiados de Shatila en Beirut es hacer un viaje a Palestina. Pero también es un viaje en el tiempo, en un momento congelado de la Historia. La maraña de cables que corona cada callejuela y los edificios improvisados con escaleras imposibles son la constatación de que el tiempo no avanza para los refugiados palestinos en el Líbano. Hace 40 años, entre esos mismos callejones, corrían despavoridas familias enteras intentando escapar de la inhumana violencia ejercida por las fuerzas cristianas. En 1982, plena guerra civil libanesa, la masacre de los campos de Sabra y Shatila arrasó con las vidas de más de 3.000 palestinos.

Aunque ya llevaban más de siete años de conflicto civil, 1982 fue el más trágico. La invasión israelí en junio se coronó con un prolongado asedio a la capital libanesa. Finalmente, el alto el fuego del 21 de agosto permitió la evacuación segura de los milicianos palestinos de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) bajo la supervisión de las potencias occidentales. Las tropas estadounidenses y europeas se comprometieron a garantizar la seguridad de los refugiados y los civiles que vivían en los campamentos de refugiados. El 11 de septiembre, pero, las fuerzas internacionales que habían hecho esa promesa abandonaron Beirut.

Tres días después, el 14 de septiembre de 1982, el presidente del Líbano, Bashir Gemayel, líder de las cristianas falanges, fue asesinado por otro cristiano maronita, agente de la inteligencia siria. Pero la tensión desbordaba la ciudad y las ganas de venganza envenenaban toda racionalidad. No pasaron ni 24 horas para que el Ejército israelí decidiera rodear los campos de refugiados de Sabra y Shatila y establecer puestos de control y observación para evitar las entradas y las salidas. A esos espacios densamente poblados, con miles de palestinos malviviendo, sólo pudo acceder el horror.

Genocidio

En cuatro días, más de 3.000 palestinos, hombres, mujeres, ancianos y niños, fueron masacrados por las Fuerzas Libanesas, milicias de las falanges, el actual Kataeb. Ambos grupos, reconvertidos en partidos, cuentan con representación parlamentaria en la actualidad. “Vi mujeres muertas en sus casas con las faldas subidas hasta la cintura y las piernas abiertas; docenas de jóvenes fusilados tras haber sido colocados en fila contra la pared; niños degollados, una mujer embarazada con su tripa rajada y sus ojos todavía abiertos, su cara oscurecida gritando en silencio por el horror; incontables bebés y niños apuñalados y destrozados y a los que habían arrojado a pilas de basura”, narró entonces la periodista estadounidense Janet Lee Stevens, una de las primeras en acceder al campo.

Las Naciones Unidas condenaron la masacre de Sabra y Shatila como un acto de genocidio. Hasta en Israel, una comisión creada tras las mayores protestas en la historia del país señaló al Ejército apostado en el Líbano de ser indirectamente responsable de los hechos por no evitar las matanzas incluso teniendo conocimiento de las mismas. Un año después, la ONU dictaminó que Israel, como potencia ocupante de los campamentos, era responsable de la violencia acaecida en ellos. El dolor ante el horror sacó a miles a las calles en manifestaciones alrededor del mundo.

Sin condenados

Pero ya han pasado 40 años desde esos días de inhumanidad y muerte. Cuatro décadas en las que nadie ha sido arrestado ni juzgado por la masacre. Sin justicia ni compensaciones, los palestinos en el Líbano anotan otra derrota más en su marcador. En Shatila, entre imágenes de la tierra que les fue arrebatada y la suciedad del hacinamiento, aún viven unos 12.000 refugiados palestinos. En ese mismo kilómetro cuadrado, se han instalado otros miles de refugiados sirios, duplicando la población del campo. Más allá de esos límites, sellados hace 40 años por soldados israelís, hay una extensa comunidad palestina que partió en 1948 al Líbano tras la creación del Estado de Israel en busca de una vida mejor.

Nunca la han encontrado. Los 450.000 palestinos que viven en una docena de campos de refugiados en este pequeño estado mediterráneo no gozan de derechos políticos y civiles. Al carecer de ciudadanía en cualquier estado, pese a las décadas y las generaciones nacidas en suelo libanés, no pueden trabajar en decenas de profesiones. Tampoco pueden tener propiedades. Incluso tienen dificultades para enterrar de forma legal a sus muertos. Todos esos obstáculos implican graves consecuencias económicas y una clara condena a la ausencia de un futuro

Por eso, ante este mañana marcado por la incertidumbre y el abandono, los palestinos se aferran al ayer. Un ayer manchado de sangre y lutos perpetuos, pero un ayer que les pertenece. Hace 40 años, de nuevo, trataron de aniquilarlos: fueron masacrados en sus propios hogares, lejos de su tierra, por el simple hecho de ser palestinos. Cuatro décadas después, entre las calles adornadas con retratos de sus verdaderos hogares, las familias palestinas en Shatila se juntan alrededor de una mesa con el regalo de un ayer que permita a los más pequeños luchar por un futuro, por su derecho al mañana.

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