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La invasión de Ucrania

Las fuerzas rusas intentan cerrar una pequeña tenaza en el norte del Donbás

La ofensiva, una versión corregida a la baja de la anunciada ofensiva en el este de Ucrania, intenta culminar la ocupación de toda la provincia de Luhansk

Varias personas caminan por la estación de tren de Lisichansk. EP

Una enorme pintada, conminando a los defensores de Lisichansk a resistir a toda costa, da la bienvenida a los vehículos recién llegados a esta población de dimensiones medias, una de las últimas ciudades de tamaño respetable pertenecientes a la provincia de Luhansk aún en manos del Ejército de Ucrania. "Lisichansk, Kiev está con vosotros", puede leerse en un enorme muro a la entrada en la carretera de acceso desde el oeste. Una dramática consigna muy adecuada para los tiempos que se dispone a vivir la localidad: es precisamente en este rincón del este de Ucrania donde el Ejército de Rusia está concentrando estos días su maquinaria de guerra y sus esfuerzos militares, tras los fiascos experimentados en los fallidos cercos de Kiev y Járkov. Su objetivo: cerrar una pequeña tenaza que entregue al Kremlin y a sus aliados prorrusos el control total del mencionado territorio de Luhansk, una suerte de versión corregida -a la baja, una vez más- del plan inicial anunciado a finales de marzo por el Kremlin para controlar toda la región del Donbás mediante una operación militar envolvente.

Huellas de una intensa actividad bélica se impregnan en la retina en cuanto se abandona la provincia de Donetsk bajo control ucraniano, también en el Donbás, hacia la demarcación vecina. Una enorme columna de humo, provocada por un incendio sin extinguir, se eleva hacia el cielo desde las gigantescas instalaciones de la refinería de petróleo local. En la carretera aún se hallan colocadas las señalizaciones, los sacos terreros y los pertrechos de un puesto de control del Ejército ucraniano, inactivo y abandonado a su suerte, muy probablemente debido a que constituía un blanco facilísimo para el enemigo. La ruta, salpicada de gasolineras reventadas por los bombardeos, está también sembrada de montículos de tierra y obstáculos varios, destinados a frenar el avance de cualquier columna mecanizada. Los bombardeos son aquí tan intensos que hasta una enorme fábrica perteneciente a la multinacional alemana Knauf, especializada en la fabricación de materiales para la construcción como pladur o yeso, y que aparecía intacta y en buen estado en la mañana durante el viaje de ida, horas más tarde, en el trayecto de regreso, estaba siendo consumida por un fuego que nadie intentaba siquiera apagar.

El comandante Bulat, al mando del destacamento de las Fuerzas de Operaciones Especiales Jort (galgo en ucraniano), una de las unidades ucranianas encargadas de defender la ciudad, confirma la cercanía de la línea de frente. "Estamos a unos siete kilómetros de las posiciones rusas", informa el militar, que prefiere no revelar su rango ni tampoco dar detalles acerca de su contingente. En estos momentos álgidos de la ofensiva rusa, asegura que sus hombres se concentran en garantizar servicios básicos y evitar que "el pánico" se apodere de la gente que ha preferido no marcharse. Pero según se desprende de sus palabras, en ningún caso está sobre la mesa entregar la población a las fuerzas rusas sin presentar batalla, insistiendo una y otra vez que no están solo por la labor de defender, sino también por la de atacar. "No se trata de impedir que lleguen los rusos, estamos aquí para extender" (la zona del Donbás bajo control ucraniano), asevera en tono firme.

Situación extrema y dramática

En Lisichansk, la situación humanitaria es incluso más extrema y dramática que en otras poblaciones del Donbás cercanas al frente. No hay electricidadinternet o agua, y la población debe adquirir el líquido elemento haciendo colas ante camiones cisterna que reparten el agua de forma ambulante. En el centro, frente a unos comercios cerrados a cal y canto desde hace semanas, grupos de ciudadanos exponen cebollas y hasta hierbas que recogen en el campo. "Hoy he logrado vender por 20 hrivnas" (medio euro) explica, sobre la hora del almuerzo, una de estas comerciantes ocasionales. Junto a ella se encuentra Ala Ilisheva, con el capó de su vehículo abierto y una pequeña mesa donde presenta diversos productos. Posee una explotación agrícola, y antes de la guerra su principal producto a la venta era la leche. Ahora, con los bombardeos, los cigarrillos han pasado a formar parte de su oferta comercial, convirtiéndose en su artículo más demandado.

Pero la desdicha de la vida cotidiana en Lisichansk se materializa con toda su crudeza en los sótanos de cada uno de sus edificios de nueve alturas, donde se han instalado, desde hace ya casi tres meses, miles de habitantes que se resisten a dejar sus casas. Los disparos desde posiciones rusas han convertido en una inasumible lotería pasar la noche en los apartamentos, especialmente los situados en los pisos superiores, y la única forma de dormir con tranquilidad es hacerlo en el subsuelo. "No enciendan las luces de los rellanos; os convertiréis en objetivo para ser disparados", puede leerse, escrito en tiza, en un portal de un barrio periférico. En uno de esos espacios insalubres, a la luz de las velas, Albina Kalaga educa a dos críos, incluyendo una niña de una decena de años. "Solo salgo y subo a mi piso para lavarme", confiesa. Sin entradas de dinero tras el inicio de las hostilidades, vive de la ayuda humanitaria, consistente "en pan, cereales y carne desecada". El lado positivo de esta situación -asegura- es que se he hecho "muy amiga" de sus vecinas.

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