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Guerra en Ucrania

La diplomacia silenciosa del Vaticano en Ucrania

El papa Francisco envía dos cardenales a Hungría, Polonia y Ucrania para atender a los afectados por la guerra

El Papa Francisco, durante el Angelus.

Ucrania cabe en la calle Striyska. Allí conviven dos religiones, a veces más, y varias nacionalidades. Así juntos parecen aguantar mejor la tragedia de la guerra. El venezolano José Jesús Pacheco, seminarista, comparte habitación con el ucraniano Vitaliy Dmytryshym, a poca distancia del que solía ser el cuarto del párroco Gregorio Draus, que es polaco. Draus, quien desde hace una eternidad vive en Ucrania, se ha hecho cargo de un grupo de desplazados. De estos últimos también hay una lista variada: han llegado ucranianos sobre todo, pero también venezolanos, españoles, indios, congoleños. La mayoría han huido como podían, escapando de un conflicto que, como muchos, no vieron venir. Algunos todavía aquí están. 

La primera, la segunda y la tercera planta solían ser las oficinas de la parroquia católica de San Juan Pablo II de Lviv, unas salas para dar clases a niños en edad preescolar y otras para rezar. Ahora la instantánea es monótona: decenas de personas pasan los días en colchones tirados en el suelo, con las caras sombrías, algunos con el pelo no lavado desde hace días, a la espera de un autobús que los evacúe o que les diga dónde se podrán quedar hasta que la rabia bélica repliegue. Todo lo coordinan los dos seminaristas y el párroco. “Éramos cuatro y ahora somos doscientos. Es realmente increíble lo que ha pasado”, dice Pacheco, junto a una voluntaria de la Iglesia greco-católica ucraniana, una denominación que se fundó en el año 988 y que recientemente se ha vuelto a acercar al Papa de Roma. 

Los ortodoxos nos ayudan mucho, los llamo a cualquier hora y siempre atienden. En esta guerra estamos colaborando como nunca antes”, añade Draus abriéndose paso en este sitio que hoy vive de su fuerza y de la ayuda internacional. A la derecha está Ludmila, que tiene 68 años, con su marido muy enfermo con el que estuvo catorce días escondida en un sótano de su casa cerca de la acribillada Bucha, en el norte ucraniano, y un poco más allá Igor, que tiene nueve meses, y un padre que se quedó en Zaporiyia, en el sur del país. Y luego se ven otras cuatro adolescentes con las uñas pintadas que vivían en Járkov. La única adulta es la madre de dos de ellas, que no les deja pisar la calle. Y también merodea una señora anciana que sonríe, aunque sus ojos lloren. 

“Sé que es un caos pero no dejaremos de ayudarles”, añade Draus mientras un autobús venido de Roma descarga ayuda humanitaria y carga a personas que quieren cruzar la frontera. “Lo positivo es que nos apoyan. Una de las primeras llamadas que recibí fue de Polonia y también ha estado con nosotros el cardenal (Konrad) Krajewski, el limosnero del Papa”, cuenta el sacerdote mientras los benefactores italianos de Cáritas se apresuran a emprender el viaje de regreso.

Misión en solitario

Krajewski ha sido la noticia de la semana para la parroquia de San Juan Pablo II. Conocido en Roma por llevar mantas y comida a los sin techo, el sacerdote ha entrado a Ucrania para organizar la entrega de material sanitario y medicamentos, en un momento en el que los hospitales ucranianos denuncian incluso la escasez de insulina. Sin embargo, Krajewski no solo ha hecho esto, también hizo sentir que la suya no es una misión en solitario, sino la del enviado del mismísimo Papa. Francisco “quiere estar presente en esta nación martirizada”, pues “hay que estar presentes y después, claro, más allá de la ayuda moral, más allá de la fe, traemos la esperanza de poder salir de esta situación terrible”, ha dicho desde la catedral de Lviv, hablando con una periodista ítalo-argentina.

Krajewski, que aún se encuentra en Ucrania y que ha emprendido un viaje hacia zonas más cercanas al frente de batalla, no ha estado solo. Del otro lado, en la frontera de Hungría, le hizo eco el checo-canadiense Michael Czerny, también enviado por Francisco y que se reunió con los miles de refugiados que se encuentran en ese confín. Czerny también dialogó con el viceprimer ministro del país, Zsolt Semjén, quien, delante de él, dijo que Hungría acogerá a los refugiados “sin límite alguno”. 

El Papa, que en su momento se encontró varias veces con Vladímir Putin, no ha dejado de condenar la guerra iniciada por el presidente ruso. Sin embargo, también se ofreció a mediar para poner fin a las hostilidades, algo que se sitúa en línea con la consolidada estrategia de la diplomacia silenciosa del Vaticano en el intento de facilitar el diálogo. Algo que durante la segunda guerra mundial, según siempre se ha defendido dentro de la Iglesia católica, salvó a centenares de judíos que pudieron ser así ocultados de la barbarie nazi. 

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