Cuando ascendió a lo más alto dentro de la estructura del Estado Islámico (EI) en octubre de 2019, poco se sabía de Abu Ibrahim al Hashimi al Qurayshimuerto este miércoles en un ataque de Estados Unidos en el noroeste de Siria.

Apenas habían registros de él, y no se sabía su paradero ni identidad real. Al poco tiempo empezaron a salir algunos detalles. “Según los registros de la inteligencia iraquí, el nombre real de Al Qurayshi es Muhammad Said Al Salbi Al Mawla. Nació en Mahlabiya, en el distrito de Nineveh, en Irak, en 1976 hijo de un imam que tuvo siete hijos con sus dos mujeres”, explica el periodista Feras Kilani, que escribió, hace unos meses, el perfil e investigación más extensiva de quién es realmente Al Qurayshi.

El yihadista así, dedicó sus primeros años a estudiar el islam, y entró en la organización yihadista iraquí —en ese momento parte de Al Qaeda— en 2004, justo cuando empezaba a andar.

“Muchos oficiales de inteligencia iraquís dicen que Al Bagdadi —el anterior líder del EI— mantuvo a Al Qurayshi lejos del campo de batalla con la intención de protegerlo para que, en un futuro, liderase la organización. [Al líder muerto este miércoles] se le consideraba entre los miembros del grupo como un hombre inteligente con un conocimiento muy profundo de todo lo que tenga que ver con el funcionamiento y la organización del EI”, escribe Kilani. 

De hecho, según personas que lo conocieron y después abandonaron el grupo, Al Qurayshi era de los más radicales dentro del EI, y fue de los que insistió más en que esclavizar a las mujeres yazidís y matar a los hombres no era algo contrario al islam. Como muchos iraquíes del EI, además, Qurayshi pasó varios meses en las cárceles estadounidenses de Irak, que ayudaron al grupo a unirse y a radicalizarse aún más.

Objetivo: empezar de cero

Cuando el Estado Islámico perdió todo su territorio, en febrero de 2019, Al Bagdadi, Al Qurayshi y la cúpula del grupo se perdió en las sombras. Al Bagdadi murió en octubre de ese año y su número dos pasó a ser el número uno: el encargado de reorganizar y hacer revivir al grupo, miles de cuyos miembros están encerrados en las cárceles del noreste de Siria esperando a salir y volver a empezar.

El EI, cuando perdió la guerra, nunca desapareció, sino que mutó. Pasó de funcionar como un Estado a volver a la insurgencia, con células repartidas por Irak y Siria realizando emboscadas a sus enemigos y extorsionando a locales para cobrarles impuestos. Este enero, sin embargo, ha habido un cambio.

Estas actividades siguen, pero el EI ha demostrado que puede y está dispuesto a hacer mucho más: el 21 de enero, el grupo realizó un ataque coordinado por dentro y por fuera contra una de las cárceles de yihadistas en el noreste sirio. Las milicias kurdas tardaron nueve días en sofocar el motín en la prisión. Fue el ataque más grande que el EI ha realizado desde que perdió su territorio, y se calcula que cerca de un centenar de sus miembros pudieron escapar. 

El grupo ha perdido su cabeza de nuevo este miércoles, como ya lo hizo en otoño de 2019. Pero el Estado Islámico —y su capacidad para operar en Siria e Irak— sigue plenamente vivo.