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Accidente en Italia

Las heridas abiertas del Costa Concordia: 10 años del trágico naufragio

Los miembros de la Marina italiana durante una operación para abrir las puertas en la cubierta 5 sobre el naufragio del crucero, el 21 de enero de 2012.

Se llamaba Russel Rebello, tenía 33 años, era un camarero indio, y su cuerpo no fue inmediatamente localizado. Tuvieron que transcurrir tres largos años desde el trágico accidente del crucero 'Costa Concordia', naufragado hace exactamente una década con unas 4.250 personas a bordo, hasta que los restos de Russel pudieran ser hallados e identificados, estaban como estaban, putrefactos y escondidos entre las planchas metálicas del barco. Ojos hacia el mar, su hermano Kevin lo recordaba estos días desde la isla del Giglio, lugar del siniestro, al que acudió, como otras decenas de supervivientes, para recordar el pasado jueves el fatídico accidente. Con el trauma aún a cuestas, pues "mi dolor se pudo haber evitado", dijo Kevin.

El 13 de enero de 2012 ha quedado grabado para siempre en la psique italiana. Ese día, el 'Costa Concordia', un coloso metálico de 290 metros de largo y 35 de ancho, parte del grupo estadounidense Carnival Corporation, naufragó por un error humano al chocar contra las rocas del Scole del Giglio, que provocaron un desgarro de 70 metros en el casco. La falta de una reacción rápida por parte de los oficiales del barco, las negligencias en la gestión del naufragio, y la posición geográfica del accidente, así como el gran número de pasajeros -numerosos ancianos-, desencadenaron una tragedia aún mayor. Murieron 32 personas —entre ellos también un español, el mallorquín Guillermo Gual, de 68 años— y más de 100 resultaron heridos, algunos de los cuales tuvieron que ser hospitalizados.

Secuelas psicológicas

Pero también para los supervivientes la vida no volvió a ser la misma. "Hemos regresado al Giglio para exorcizar el infierno que vivimos", contaba Ester Percossi, otra de las náufragas que participaron en los actos en la pequeña isla italiana (a los que asistió también el alcalde, Sergio Ortelli, ese día uno de los primeros en prestar auxilios a los afectados). “Es estar aquí y sentir que se me estruje el corazón”, ha relatado la mujer. Como ella, hubo muchos que por años denunciaron las secuelas psicológicas originadas por el accidente.

Ernesto Carusotti, por ejemplo. Él, en diciembre pasado, tras años de batallas judiciales con la compañía propietaria del buque, obtuvo una cifra récord (92.700 euros) como resarcimiento, después de que un juez de Génova le reconociese el vínculo entre el naufragio y el disturbio de estrés postraumático que el evento le desencadenó. Una sentencia que ha sentado un precedente judicial histórico, aunque es incierto que otros, en el futuro, puedan seguir el mismo camino con facilidad. En cualquier caso, "esta será la última conmemoración pública", ha zanjado el alcalde Ortelli.

Capitán a la fuga

El 'malo de la película' siempre ha sido, es, Francesco Schettino, el capitán del barco, condenado en 2017 con sentencia definitiva a 16 años de prisión, y quien transcurre ahora sus días en la cárcel de alta seguridad de Rebibbia, en la periferia de Roma. En este sitio, filtró recientemente la prensa italiana, estudia Periodismo y Derecho. Ni Italia, ni el mundo, lo han perdonado. Y el motivo no está solo en su decisión de acercarse a límites inconcebibles a la costa, en un lugar donde no debía estar, para realizar un gesto de reverencia a un conocido (el llamado ‘inchino' en jerga marinera italiana). Su culpa también fue retrasar la petición de socorro y, luego, mancharse de la vergüenza de abandonar la nave durante la emergencia, con pasajeros aún a bordo.

Todo esto aunque, desde el inicio, quedó claro que no podía ser el único responsable. De ahí que Costa Crociere finalmente fuera condenada por la Justicia italiana a resarcir a todos los afectados, incluso después de que la naviera ya había desembolsado 85 millones de euros a 2.623 pasajeros y 906 miembros de la tripulación. Ni Schettino fue el único acusado de múltiple homicidio y condenado a penas de cárcel. Otros fueron el timonel, Jacob Rusli Bin, el director de la unidad de crisis de la compañía, Roberto Ferrarini, los oficiales Silvia Coronica y Ciro Ambrosio, así como Manrico Giampedroni, entonces director de Hoteles de Costa Crociere, y acusado por su gestión de la tragedia. Todos ellos, en cualquier caso, son hoy personas libres.

También hubo un héroe, Gregorio De Falco, oficial de la capitanía que aquel nefasto día estuvo al mando de las operaciones de rescate. Su fama se disparó después de que se filtrara una llamada telefónica en la que aquella noche, al comprender que Schettino ya no estaba en el barco, le dijo iracundo: “¡Vuelva a bordo, carajo!”. Pero luego incluso él abandonó el mar. Desde 2018 es senador en el Parlamento italiano.

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