Siria vota para seguir igual. Más de 18 millones de electores están llamados a las urnas para validar el mandato de Bachar al Asad durante otros siete años. El Gobierno sirio alega que estas elecciones presidenciales muestran que el país está funcionando con normalidad pese a llevar una década en guerra. La oposición y los países occidentales critican los comicios por ser una farsa y una herramienta para que Asad se mantenga en el poder. En un contexto de crisis económica y de relativa calma en las zonas controladas por el régimen, los colegios electorales reciben a miles de sirios. 

Bachar y Asma al Asad, su mujer, acudieron a votar en un colegio electoral de Duma, a las afueras de Damasco. Es la primera vez que los habitantes de esta ciudad pueden votar ya que hasta el 2018 la zona estaba controlada por grupos rebeldes. Pocos parecen recordar la masacre cometida por el Ejército sirio en el 2012 ante la previsible victoria del presidente. Después de 21 años en el poder y una década de guerra civil, Asad no parece dispuesto a abandonar el cargo. 

“Ni libres ni justas”, reza el comunicado sobre las elecciones sirias emitido por los ministros de Relaciones Exteriores de Francia, Alemania, Italia, Reino Unido y Estados Unidos. “Apoyamos las voces de todos los sirios, incluidas las organizaciones de la sociedad civil y la oposición siria, que han condenado el proceso electoral como ilegítimo”, añade el texto. Varios países han anunciado que no reconocerán los resultados, que se celebran en las áreas controladas por Damasco y dónde sólo se puede presentar la oposición interna tolerada. 

Dos rivales

El secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, se ha unido a las críticas a Asad para “pedir el rechazo de los intentos del régimen de recuperar la legitimidad sin respetar los derechos humanos y las libertades del pueblo sirio”. Ni en el noroeste del país, controlado por combatientes liderados por los kurdos y respaldados por Estados Unidos, o en el último bastión rebelde de Idlib se llevarán a cabo votaciones. Ya en los comicios del 2014, la comunidad internacional rechazó la victoria de Asad con más del 89% de los votos gracias a una participación de más del 73% en pleno apogeo de la violencia civil en Siria. 

Asad solo tiene dos rivales: el exviceministro de Asuntos Parlamentarios Abdulá Salum Abdulá y el líder opositor Mahmud Marai. Cincuenta y una personas, incluidas siete mujeres, solicitaron postularse para la presidencia, pero solo las solicitudes de Salum Abdulá, Marai y, por supuesto, Asad fueron aceptadas.

Los sirios en el extranjero votaron en las embajadas el pasado 20 de mayo. En el Líbano, la votación elevó la tensión entre las complicadas relaciones con la población local. Decenas de libaneses golpearon a los refugiados y expatriados sirios que se dirigían a la embajada de Beirut, al considerar que se trataba de un voto organizado para Asad. 

Pero la existencia de una frontera entre su país de origen y su país de acogida no implica haber escapado de la letal vigilancia de los 'mujabarat', la temida policía secreta siria. Algunos refugiados ha denunciado a la ONU haber sido presionados para votar bajo amenazas de violencia física o confiscación de los documentos que acreditan su condición de refugiados.

Miedo al retorno

Unos 5,6 millones de refugiados sirios están esparcidos por varios países de Oriente Próximo. Tras una década de guerra civil y asfixiante crisis económica, no imaginan un pronto retorno a la Siria que les vio nacer. Además, el miedo a las represalias del régimen de Asad pesa más que la añoranza por un país que ya no existe. La situación económica en Siria es crítica con largos cortes de energía y una inflación por las nubes, agravada por las sanciones internacionales. 

“La vida se ha vuelto insoportable bajo Asad”, confiesa a Reuters Habib en una ciudad anónima de Siria. “Solíamos verlo como un santo y ahora nos está empujando de partidarios incondicionales a una oposición silenciosa”, reconoce este profesor. En el seno del país, la ciudadanía ha criticado el despilfarro económico en una campaña electoral con un resultado anunciado en plena debacle económica. Asad busca declararse, de nuevo, amo y señor de Siria.