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Inundaciones en Ibiza: Es Pratet se acostumbra a ser Venecia

El barrio de es Pratet, pegado al puerto y al mayor humedal de la ciudad, ses Feixes, se vuelve a ahogar bajo el agua once días después. La tromba vespertina sorprende a los últimos turistas que apuran la temporada turística, mientras muchos veían las escenas apocalípticas disfrutando de su consumición con total tranquilidad en las cafeterías.

Turistas tratan de ponerse a cubierto.

Turistas tratan de ponerse a cubierto. / Guillermo Sáez.

Guillermo Sáez

Guillermo Sáez

Ibiza

Las autoridades lo había avisado y se volvieron a cumplir los peores augurios en el barrio de es Pratet, convertido un día más en la pequeña Venecia de Ibiza. Ya había pasado 11 días antes, en aquel 30 de septiembre sembrado de imágenes apocalípticas, y ayer se repitió el guion en este escenario proclive como pocos a ser víctima del agua, ya que está situado junto al puerto, bajo el nivel del mar, y junto al mayor humedal de la ciudad.

Y eso que la mañana había sido tranquila, con gente recorriendo sus calles con tranquilidad, durante unas horas incluso bajo un sol casi despejado que invitaba a pensar en la playa. Pero esas posibilidades idílicas se esfumaron de golpe en cuanto ‘Alice’ cambió de rumbo, abandonó la costa peninsular y puso la directa hacia Ibiza.

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Intentan poner a salvo la moto. / .

A nadie sorprendió en el barrio de es Pratet lo que ocurrió después de comer y que a muchos seguramente pilló en la siesta de un sábado teóricamente apacible. Los cielos se volvieron a oscurecer, solo iluminados por los rayos que ya se habían despachado a gusto durante la noche anterior, y el diluvio universal volvió a caer sobre Vila.

Una hora de lluvia furiosa

Según los datos recogidos por la Agencia Española de Meteorología, entre las cinco y las seis de la tarde cayeron casi 40 litros por metro cuadrado en la ciudad. Aunque la peor parte se la llevó el aeropuerto, donde las cifras fueron incluso superiores, es Pratet todavía no se había recuperado de la inundación histórica de la semana anterior y, según explican desde la Aemet, eso influyó en que las alcantarillas dejaran de absorber agua y empezaran a expulsarla muy pronto.

El aguacero pilló a muchos turistas a la carrera, en ocasiones llevando las maletas sobre sus cabezas para que no se empaparan con los ríos de agua marrón que ya se iban formando de nuevo en todas las calles más cercanas al puerto, sobre todo las perpendiculares a la línea de mar, por donde el agua volvía a tomar posesión de sus cauces naturales, invadidos por la civilización.

En las calles Diputat Josep Ribas, Carles III o Felip II, el caudal crecía casi a ojos vista y en algunas esquinas, donde confluían varios pequeños ríos, la fuerza del agua se hacía notar sobre las piernas. Para los peatones, el mayor peligro era que ya no se distinguían las aceras del asfalto, con el riesgo que eso implicaba de dar un paso en falso sobre una alcantarilla abierta por la fuerza del agua. Para los vehículos, el único objetivo era simplemente seguir adelante, aunque había quienes se rendían con lógica prudencia, preocupados por su propia integridad.

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Una de las balsas gigantes. / .

Coches abandonados

En la avenida de Ignasi Wallis, varios conductores pusieron las luces de emergencia, se bajaron de sus coches y los dejaron como buenamente pudieron, alguno obligado por una avería. Un voluntario de Protección Civil se acercaba a la puerta de una academia de idiomas y ayuda a salir a los numerosos chavales congregados, cargando en brazos a más de uno. Sin embargo, la mayoría de comercios lograron evitar que el agua entrara dentro y buena muestra de ello eran varias cafeterías en las que los clientes grababan el caos acuático que se traslucía por los ventanales sin dejar de disfrutar de su consumición. Tan a gusto.

En el cruce de la calle San Cristòfol, las riadas llegaban a formar olas y pequeños remolinos, un ecosistema impropio de una ciudad, mientras comenzaba otro clásico muy peligroso, la danza de contenedores a la deriva. Pasar entre estos intrusos colosales añadía todavía más riesgo al rally de es Pratet, que se disputaba con la velocidad baja y la concentración muy alta.

Tampoco faltó la tradicional balsa gigante donde confluyen las avenidas de Ignasi Wallis, Bartolomé Roselló e Isidor Macabich. A los turistas que apuraban la temporada se les veía incrédulos y encajando con buen humor lo que estaban viendo. Para muchos, quizá era la primera readaptación al clima que les espera de vuelta en casa.

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