Tormenta catastrófica en Ibiza: Comerciantes se quejan de que “la alerta llegó tarde”
Las Kärcher y las motobombas resuenan en la Zona Cero de Vila, donde la tromba inundó y llenó de fango decenas de negocios

Un hombre extrae con un cubo el agua del interior de su negocio en el puerto. / J. A. Riera
La Zona Cero de la devastación provocada por la tormenta ‘Ex Gabrielle’ se extiende desde la calle Sant Cristòfol (que junto a Isidor Macabich actuó como torrentera al recoger el agua procedente de Can Misses) hasta el puerto de Vila, donde la masa de agua desaguó y llegó a ser indistinguible de la lámina del mar. A su paso dejó un reguero de garajes inundados, negocios arruinados y vecinos en shock. El rastro de lodo marrón dejado por la avalancha impregna la ciudad de punta a punta, del primer cinturón de ronda al puerto
Según se avanza desde el Eixample hacia el puerto, aumenta la devastación y el número de locales donde se afanan, desesperados, en achicar agua, para lo que sirve todo lo que tienen a mano, desde escobas a láminas de madera o motobombas de todos los tamaños. Resuenan los motores de estas últimas por todas partes, igual que las Kärcher. El lodo lo impregna todo. Huele a cloaca y a humedad.
"No sé por dónde empezar"
Bien en botas de agua o protegidos los zapatos por bolsas de basura ajustadas con gomas, cientos de ibicencos limpian sus almacenes y tiendas. El agua les llega, en el mejor de los casos, por los tobillos. El martes, más allá de la rodilla. Acaban manchados de barro, es inevitable. Aún impactada, Nieves Riera, directora de la escuela de inglés Kids & Us no sabe qué hacer ante esa espesa lámina de barro que cubre todas las aulas, todas, desde la puerta hasta el fondo. “No sé si llamar a una empresa de limpieza… Cancelaré las clases. No sé por dónde empezar. Sólo hay suciedad”.
La riada entró con fuerza y empapó el tatami, las paredes de pladur y las estanterías. La tarima del parqué flotaba
En el club de lucha Fight System, en Fra Vicent Nicolau, la riada entró con fuerza y empapó el tatami, las paredes de pladur y las estanterías. La tarima del parqué flotaba. Habrá que reconstruirlo de nuevo. Empezar de cero.

Pocos negocios se salvaron del agua y del barro. / J. A. Riera
“A ver si salvamos el suelo”, indica el propietario de Cowork. El suelo al que se refiere es de hierba artificial y está empapado. Ahora es verde teñido de marrón. La primera riada, producto de la descarga producida entre las 9.30 y las 13 horas, penetró hasta el final de este negocio. Y a ello se sumaron las goteras. Los responsables del almacén de una librería que hay en las proximidades se encontraron a primera hora de la mañana del martes con que la tormenta de la madrugada ya les había dejado un palmo de agua y lodo en el interior. Empezaron a limpiar, pero tuvieron que dejarlo porque de nuevo se inundó a las 9.30 horas. Este miércoles, cuatro personas, con los pies enfundados en bolsas de basura negras, no dan abasto.
Andrea García, propietaria de Animalets, puso protecciones en la puerta de la calle Arquebisbe Cardona, por donde otras veces había entrado el agua, pero no en la de la calle Sant Cristòfol. Y fue por esta última por donde esta vez se metió.
Libros flotando
Desde la calle, por una ventana, se ven los libros (“obsoletos y dados de baja”, señalan desde la Biblioteca) y diverso material flotando en los bajos de Can Ventosa. En Cáritas, una veintena de voluntarios del Centro de Día ayudan a retirar el agua y el barro acumulados en el interior, en todas y cada una de las estancias. Según Gustavo Gómez, su coordinador, el material más afectado es la ropa (han rellenado decenas de bolsas con prendas inservibles), el mobiliario y algunos sistemas informáticos: “Un desastre”. El agua se coló desde las dos calles a las que da Cáritas, desde Felipe II y desde Carlos III. A pesar de la que estaba cayendo, su máxima preocupación el martes era dar de comer a sus usuarios a mediodía: “La salvamos comprando en un súper arroz y salchichas, que cocinamos en el microondas”.
El agua se coló desde las dos calles a las que da Cáritas, desde Felipe II y desde Carlos III
Las calles cercanas al puerto apestan. Las alcantarillas y los registros reventaron. El sistema de colectores no podía absorber semejante volumen de lluvia. Lo admite el gerente de Abaqua, Emeterio Moles, e incluso el edil de Medio Ambiente de Vila, Jordi Grivé. Se habría necesitado una canalización diez veces mayor, como uno de los ojos del túnel de Sant Rafel, para encauzar ese volumen. Quizás ni con eso, aventuran.
La imagen se repite en cada acera: objetos destrozados por el agua arrumbados en la pared; otros al sol, por si se secan y pueden recuperarse; lodo por todas partes; motobombas achicando y descargando en los imbornales… El agua levantó hasta la rampa de acceso a La aguja mágica, cuentan su propietarias, Pilar Martínez y Mónica Morant. Pese a que tenía que subir por un escalón, empapó hasta 40 centímetros de altura de ese negocio, situado en Felipe II. “Iba con mucha fuerza”, exclama Martínez.

Isabel Martínez extrae el agua que inunda su comercio con un cubo. / J.M.L.R.
La zona más castigada de la ya flagelada Zona Cero es la de los soportales entre la avenida Bartomeu Roselló y la calle Carlos III, convertida el martes en una gigantesca balsa durante horas. En Bagels & Co sacan el agua, que les llega a los tobillos (llegó a alcanzar un metro de altura), con cubos. Se tapan la boca con mascarillas, debido al hedor. La tromba de la madrugada no afectó mucho a este local, pero cuando de nuevo empezó a descargar a las 9.30 horas, Isabel Muñoz, su propietaria, tiró la toalla al ver que, a la tromba, se sumaba el líquido hediondo que empezó a manar de un registro de alcantarilla situado justo a sus puertas. Empezó a entrar tal cantidad que, visto que ya no podía hacer nada allí, decidió al menos salvar su coche, aparcado en las proximidades. Por los pelos lo sacó de allí a tiempo. Otros no tuvieron tanta suerte y han quedado para el desguace.
"No deberían ser alertas para lo que ya se sabe que está pasando, sino para advertirnos a tiempo, mucho antes, y poder proteger nuestros negocios y a la gente. Llegó tarde”
Un negocio abierto hace tres meses
Muñoz volvió a las 12, cuando empezaba a amainar. Y en ese momento le llegó el aviso de alerta de Protección Civil. No daba crédito: “Los avisos deberían llegar antes, a tiempo, para protegernos. Pero cuando lo mandaron ya estaba mi local inundado. No deberían ser alertas para lo que ya se sabe que está pasando, sino para advertirnos a tiempo, mucho antes, y poder proteger nuestros negocios y a la gente. Llegó tarde”. El lunes, Aemet emitió un aviso de alerta naranja que se extendía desde esa medianoche hasta la tarde del martes. Pero a las 10 horas del martes, cuando buena parte de es Pratet estaba anegado y caían chuzos de punta, lo cambió a amarillo. A las 11 horas, de nuevo lo elevó a naranja, para a las 12 horas subirlo a rojo. Ya por la tarde, cuando estaba en verde, volvió al naranja poco antes de que descargara la tercera tormenta del día. Muñoz abrió Bagels & Co hace tres meses: “No sé si con lo que he ganado este verano tendré para recuperarme de esto”.
También está en shock Ana María Fraile, jefa de la agencia de viajes del Corte Inglés, justo al lado de Bagels & Co: “A las 9.30 horas empezó a entrar aquí una cascada”. El local está por debajo del nivel de la zona peatonal. “Tuvimos que salir corriendo al piso de una familia amiga para refugiarnos”, cuenta. El destrozo es enorme. Como en las oficinas de Formentera Lines, inundadas medio metro. No dan abasto con una pequeña motobomba. Y como en el sex shop, que llegó a estar sumergido un metro, calcula su dueño: “Entró el agua de golpe. Subió medio metro en cinco minutos”. Se fue, pero volvió pese al peligro (y a que su madre le rogaba que no lo hiciera) para salvar los papeles del negocio, que fundó hace casi tres décadas.
Con la puerta de su panadería en la mano
Fue tan salvaje, cuenta una comerciante, que el agua llegó hasta la altura de los bolardos de la calle Pere Francès, de un metro de altura. Sus aceras también están llenas de material inservible. Y barro, mucho barro. Allí sigue, apoyada en la pared, la puerta de aluminio de la panadería y pastelería Bon Gust. Su dueña, Carmen Cárcel, cuenta al alcalde, Rafael Triguero, y al conseller balear de Comercio, Alejandro Sáenz de San Pedro, cómo se quedó con ella en las manos, boquiabierta: “Pasó un coche y levantó una ola tan grande que arrancó la puerta. Y empezó a entrar el mar. No sabía qué hacer”. Emocionada, explicó que lleva toda la vida en esa esquina, que sus clientes son su familia, que muchos la ayudaron el martes, hasta bien entrada la noche, a achicar ese tsunami que se metió de sopetón en su pequeño local y en su vida. Sáenz, que junto al alcalde visitó la zona devastada para “identificar los problemas” de los comerciantes, dice haber escuchado durante el recorrido “historias tristes, pero también testimonios de superación y de cómo vecinos y comerciantes se ayudan mutuamente”. Para ellos, dice, el Govern ya prepara un “plan de choque” en forma de ayudas.
Sáenz dice haber escuchado durante el recorrido “historias tristes, pero también testimonios de superación y de cómo vecinos y comerciantes se ayudan mutuamente”
Según Triguero, los daños materiales son “importantes, considerables, de calado”, de ahí que ya haya solicitado la declaración de zona catastrófica. Y alaba la colaboración y el comportamiento ciudadano. El objetivo, asegura, es “restablecer la normalidad”. ¿Y las ayudas? “Se contemplarán”. “No dejaremos absolutamente a nadie atrás”, afirma el alcalde. Pedro Sánchez dijo lo mismo durante la pandemia.
Coincidieron Triguero y Sáenz en la calle Pere Francés con el delegado del Gobierno, Alfonso Rodríguez, que, acompañado por cargos del PSOE, también visitaba la zona devastada. Rodríguez, en conversación con Saenz, destacó la coordinación entre la Unidad Militar de Emergencias (UME) y los Bomberos, confirmada por el conseller. Buenas migas en tiempos de puñaladas traperas.
La calle Diputado José Ribas es, a mediodía de este miércoles, lo más parecido a un campo de batalla. Cortada al tráfico, hay aún montones de piedras, barro, zonas inundadas y acumulaciones de desperdicios, así como conductores que intentan hacer magia para que sus coches (algunos ladeados y sobre la acera por efecto del empuje del agua, la misma que llevó de punta a punta un contenedor, que casi desemboca en los andenes) y motos arranquen. Miles de pegajosas moscas, una plaga llegada con la riada, acaban con la poca paciencia que ya les queda.
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