Vivienda
Un poblado de Ibiza en estado de ‘shock’: «Nos tratan como basura»
Los habitantes del asentamiento de caravanas de es Gorg encajan con estupefacción, dolor y mucha incertidumbre la noticia de que deberán desalojar

Sergio G. Cañizares

En el aparcamiento público de es Gorg, lleno a rebosar en pleno verano, el material del que está cubierto el suelo es una indicación inequívoca, una frontera entre dos mundos que está a punto de diluirse. Si pisas asfalto, no hay nada de lo que preocuparse, la vida sigue como siempre.
En el momento que pisas tierra, tu futuro es muy negro, sobre todo desde el martes, cuando el Ayuntamiento de Ibiza inició la cuenta atrás para desalojar el asentamiento de caravanas. La hora límite son las siete de la mañana del próximo lunes 7 de julio. San Fermín a la ibicenca.

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«Estamos en shock. Volvemos a estar en shock. Somos muchas familias, muchos, y mucha gente trabajadora. Nos están haciendo sufrir sin motivo. Sin merecerlo». Alicia pronuncia estas palabras luchando para que no la quiebre la emoción.

Galería: Asentamiento de caravanas en es Gorg / Sergio G. Cañizares
Es ibicenca y veterana de guerra: ya vivió en sus carnes el desalojo de Can Rova, donde vivió hasta que tuvo que buscarse la vida y encontrar acomodo en es Gorg. Un año después, se repite la pesadilla.

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«Hemos recibido la noticia como una gran patada en el culo. Es impresionante. Se recibe con mucho nervio y mucho miedo. Volvemos a girar caras hacia todos los lados por el miedo. No sabemos qué hacer, estamos perdidos».
Pide perdón porque no puede hablar con la fluidez que le gustaría. ¿Quién podría culparla? A la angustia de revivir una situación tan dramática se suma una pregunta que le martillea la mente: «Nos están echando de este sitio para hacer un albergue. ¿No es un poco ilógico? Se supone que nosotros también necesitamos ese albergue ¿no?», se pregunta en alto.

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El próximo lunes comenzarán las obras del centro de baja exigencia, un tipo de recurso social diseñado para atender a personas en situación de alta vulnerabilidad y exclusión social, especialmente aquellas que tienen dificultades para adaptarse a los servicios sociales más convencionales. Por eso, la reflexión de Alicia tiene algo de dolorosa paradoja.

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«Es un momento que no le deseo a nadie. Lo que no entendemos es cómo son capaces de darnos sólo una semana. Ni siquiera eso, seis días. ¿Cómo metemos todo esto que hay aquí en otro sitio? ¿A nuestros hijos? ¿A todo el mundo? ¿Qué vamos a hacer otra vez? ¿Qué es lo que tenemos que hacer? No sabemos si seguir luchando o abandonar. Es que nuestras mentes ya no tienen más», se desahoga.
Considera que las instituciones están dejando a los residentes de es Gorg «en el suelo, en tierra total». «No me creo que esas personas tengan algo de corazón», concluye.

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Un ictus y muchas dudas
Al contrario que Can Rova 2, un asentamiento blindado por sus propios habitantes y en cuyo interior se advierten precarias chabolas de toda ralea, aquí no hay vallas ni tiendas de campaña, solo caravanas y furgonetas de diversos tamaños, algunas funcionales y otras muy deterioradas, tanto, que será imposible que puedan salir de es Gorg sin ayuda. También hay unas cuantas directamente destrozadas.

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«Nosotros tenemos el coche de mi hermano para remolcar la caravana, pero no sabemos a dónde vamos a ir», cuenta Javier, miembro de una familia con tres generaciones presentes en el poblado. Su madre vive en la caravana de al lado y su hijo acaba de «venir de Madrid a trabajar y buscarse la vida».
«El ayuntamiento tiene que poner algún sitio para que podamos ir. Tendrían que habilitar un descampado. Nosotros no tenemos problema en pagar 300 euros por un cachito de terreno para poner la caravana, pero es que no nos dan ningún tipo de facilidad», lamenta.
No es mediodía y ya hace un calor tremendo en la caravana de Javier. Desde luego, no es el escenario ideal para una persona que ha pasado por varios problemas graves de salud: «Hace dos años me dio un ictus, el año pasado me operaron del corazón y ahora sigo trabajando en la federación del taxi. Mi médico no me deja hacer esfuerzo ni tener estrés, pero sigo trabajando».
«No voy a bajar la cabeza»
Muchos residentes del asentamiento piden anonimato, pero no es su caso. Él quiere que se sepa quiénes son las personas cuyo futuro es una bomba de relojería a escasos días de detonar.
«Nos buscamos la vida como podemos. Llevamos seis años en Ibiza. Hemos vivido de alquiler, pero todos los años va subiendo y no podemos pagar los 1.500 ó 2.000 euros que están pidiendo ahora». Y avisa: «Son muchas caravanas y furgonetas lo que hay aquí. Si salimos todos a la vez se va a colapsar Ibiza entera».
Pero si hay alguien abonado a la mala suerte es Jefferson, un ciudadano brasileño que solo llevaba una semana en es Gorg tras adquirir una caravana a cambio de 1.300 euros.
«Puede que no parezca mucho dinero, pero para mí lo es. No sé qué más hacer. A quién buscar, a quién pedir ayuda... La cosa está complicada». No tiene papeles y con lo que gana como peón de la construcción tiene que mandar dinero a los seis hijos que dejó en su país y que le quede algo para vivir él.
«Dicen que tenemos que pagar los impuestos y contribuir, pero ¿cómo vamos a hacerlo si no nos dan la oportunidad? Yo quiero contribuir y vivir tranquilo. Nos están echando de Ibiza, nos están tratando como basura», denuncia, con un tono tranquilo que no casa con la contundencia de sus palabras.
«Llevo tres años en Ibiza. No voy a bajar la cabeza, no me voy a marchar. De es Gorg sí, pero de Ibiza no. Sin el trabajo de los sudamericanos, haciendo lo que hacemos, Ibiza no es nada. Pido perdón a los españoles, pero estoy diciendo la pura verdad», se sincera.
Jefferson ha contabilizado un centenar de vehículos y unos 300 residentes en el asentamiento, la mayoría de origen latino, pero también «muchos españoles».
Uno de ellos trabaja como electricista y prefiere no decir su nombre. «No hay pisos, todo está muy caro y los precios son desorbitados. ¿Dónde vivimos entonces? No tenemos dónde vivir. Nuestras familias ni siquiera saben que vivimos aquí», revela. «Solo pedimos que nos ayuden porque somos gente trabajadora», reclama.
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