Incendio
Catástrofe por un menú de cinco euros en Ibiza
Alberto Yagüe todavía no sabe si reunirá fuerzas y presupuesto para volver a abrir el restaurante Sa Sal

Antes y después del restaurante Sa Sal / Vicent Marí

«Sinceramente, no le deseo ningún mal a nadie». Una semana después del incendio provocado que ha arruinado el mayor proyecto (hasta el momento) de su vida, Alberto Yagüe no se ha parado a pensar ni un segundo en el castigo que merecen los dos presuntos autores, que ya han sido detenidos por la Guardia Civil.
«Al final, tampoco sé si es gente que está bien de la cabeza, que seguramente no, porque para hacer eso no debes de estar muy bien. Que lo diga la justicia. Yo me conformo con que esto no se lo vuelvan a hacer a otra persona», resume en conversación con Diario de Ibiza.
El propietario del restaurante Sa Sal no podía ni articular palabra el día después del devastador fuego que consumió su establecimiento y otros dos locales de Platja d’en Bossa. Las imágenes aéreas grabadas por la Policía de Sant Josep no parecían reales, sino más bien de ficción. Lo mismo ocurre cuando Alberto narra la detención de los dos pirómanos, que parece una película.

Luis Sábado y Alberto Yagüe con Alberto Contador en una visita del exciclista al restaurante. | D.I.
«Me llama mi jefe de cocina alteradísimo desde el ferri en el que está viajando y me dice que ahí están los tíos, yéndose a Valencia», explica. El autor del aviso es Luis Sábado, que el día siguiente al incendio también compartía un silencio funesto con Alberto, sentados ambos a la puerta del restaurante, en la última frontera entre las cenizas y todo lo demás.
En cuanto recibió la llamada del cocinero, el propietario se puso en contacto con la Guardia Civil de Ibiza, que avisó a la de Valencia, que, cuando llegó el barco, estaba esperando a los dos sujetos en el puerto de destino. Luis inmortalizó el momento con su teléfono móvil. Para su desgracia, esos rostros ya le eran familiares. No lo eran para Alberto.
Acercamientos previos

Detención de los presuntos autores en el puerto de Valencia. | D.I.
«Yo no había visto a esta gente en mi vida», continúa el hostelero. Por eso no tenía ni idea de quiénes eran cuando vio por primera vez las grabaciones de las cámaras de seguridad del restaurante, al día siguiente del incendio, pero los trabajadores del Sa Sal no tenían dudas: «Quedé con todos mis empleados para hablar. Cuando les enseñé las imágenes, lo tuvieron clarísimo. Avisé a la Guardia Civil y me dijeron que ellos, con su investigación, también tenían a esta gente como sospechosos».
Con el testimonio de sus trabajadores, Alberto fue reconstruyendo un puzle cuyas piezas podían explicar el incendio. Los sujetos, que ingresaron en prisión provisional el lunes por un delito de incendio con riesgo para las personas, dormían cada noche en las dunas de la playa y se habían acercado hasta el Sa Sal «tres o cuatro veces», nunca de buenas maneras.
«Un día nos pidieron que les cargásemos el teléfono, y se lo cargamos. Otro día vino el tío tirando babas, gritando que necesitaba la glucosa, que se desmayaba, y le dimos azucarillos y una botella de agua. Todo esto con unas formas malísimas, siempre exigiendo».
El lunes 9 de junio, la mujer volvió a entrar en el restaurante enseñando un billete de cinco euros y exigiendo que le sirvieran un menú a cambio de esa cantidad. Luis salió de la cocina para contestarle que, lógicamente, no podía servirle un menú por ese precio. También para recriminarle que estaba molestando a los clientes y pedirle amablemente que abandonara el establecimiento. «A dos camareras ya las tenían acojonadas», recuerda Alberto.
Otro local en Sant Antoni
Unas horas más tarde, con el restaurante ya cerrado, los individuos cometieron su fechoría protegidos por la oscuridad de la noche.
Tras un primer intento fallido, volvieron media hora más tarde pertrechados con un producto inflamable que, esta vez sí, les ayudó a desatar el caos, una catástrofe que devoró los bajos de una manzana entera, obligó a desalojar a decenas de personas que dormían en los apartamentos Bossamar y que, por algún milagro, no se cobró ninguna víctima grave, más allá de cinco personas atendidas por inhalación de humo y un bombero que sufrió quemaduras leves en una mano con el aceite de una freidora.
«Seguimos bastante afectados. Toda mi familia y todos los trabajadores, que se han visto sin trabajo de la noche a la mañana. Ha sido un palo súper duro, no llevábamos ni un año abiertos. Estamos todos destrozados», lamenta Alberto a duras penas, antes de que las lágrimas le impidan seguir hablando.
Natural de Valencia, el propietario, de 33 años, llegó a Ibiza en 2018 y montó el restaurante Mudita, en Sant Antoni, concretamente en el número 5 del Passeig de ses Fonts. Este primer local era, y sigue siendo, pura versatilidad, con una carta de más de 65 platos. Su proyecto más personal era Sa Sal, más centrado en la cocina ibicenca tradicional.
«No somos una de esas empresas enormes que montan el restaurante y ni aparecen por ahí. Nosotros somos una familia trabajadora que está siempre al pie del cañón y que tenemos mucha relación con nuestro equipo. De hecho, nuestros nueve o diez trabajadores siguen muy pendientes de cómo estoy, en continua comunicación», describe Alberto.
Tres pólizas de seguros
Esa familiaridad ha tenido continuidad después de la desgracia y el hostelero se ha volcado para que todos encuentren acomodo laboral en otros establecimientos de la isla. «La verdad es que ya están prácticamente todos con trabajo», celebra, mientras le sigue dando vueltas a ese proyecto que, por el momento, no sabe si tendrá segunda parte.
«Nuestra apuesta era por la isla, por ofrecer un servicio durante todo el año. Claro que quería atender a turistas, pero también quería dar una opción en Ibiza durante el invierno, que pudieran comer a gusto aquí», reflexiona.
«Claro que voy a intentarlo», se anima ante la pregunta de si algún día reabrirá el Sa Sal. Al mismo tiempo, sabe que lo dice «a lo valiente», ya que es consciente de que «se ha perdido muchísimo dinero» por culpa del incendio. «Calculamos que, para volver a ponerlo cómo estaba, hace falta algo más de un millón de euros. Pero supongo que me quedaré corto», conjetura.
Por eso, se encuentra en plena fase de hacer números, unas cuentas que están a expensas de la previsible batalla que se avecina ahora con las compañías de los tres seguros implicados: el de la comunidad, el del propietario del local y el que había contratado él mismo.
Y las noticias tampoco son halagüeñas en este apartado. Ni siquiera sumando el importe máximo que podría recibir con esas pólizas le alcanzaría para cubrir «ni de lejos» todo el dinero que había invertido en el restaurante antes de que el fuego lo devorara todo. «Y eso sin contar, por supuesto, todo el esfuerzo y el tiempo que nos había llevado montar esto», zanja. Quien quiera aportar su pequeño granito de arena, que se pase por el Mudita de Sant Antoni.
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