Comercio

Luces y sombras en el mercadillo del puerto de Ibiza

Desde finales de los años 60, los vendedores de artesanía son un elemento más del paisaje veraniego del puerto de Ibiza. Este año hay 22 puestos, en los que se encuentran veteranos de la primera época del mercadillo y también nuevas incorporaciones. Todos ellos reflexionan sobre el pasado, el presente y el futuro de este espacio.

David Ventura

David Ventura

Ibiza

En 1979, Alejandro montó por primera vez su puesto oficial en el mercadillo de artesanía del puerto de Ibiza. Sin embargo, la actividad había empezado muchísimo antes, a finales de los años sesenta: «Al principio se vendía en el suelo y nos iluminábamos con velitas. Los primeros se instalaron en la cuesta de entrada a Dalt Vila. Fue en 1975 cuando el Ayuntamiento decidió organizar esta actividad y montó el mercadillo», explica.

Recuerda que durante la década de los setenta llegaron a instalar hasta 150 puestos de venta en el puerto: «De este mercadillo surgieron los otros. Cuando empezó el de es Canar, los primeros vendedores salieron de aquí. Luego, de las velitas pasamos a los farolillos con una bombona de camping gas y ahora tenemos esta luz», dice Alejandro señalando un flexo, «y también somos muchos menos, este año solo 22 puestos».

Ha cambiado el mercadillo pero también la isla. «En los años setenta, con un mes bueno de trabajo te comprabas una casa en el campo. En esa época nadie quería vivir en el campo y las casas eran baratas. El alojamiento en una pensión para todo el verano, te lo podías pagar con uno o dos días buenos trabajando en es Canar. Eran otros tiempos», recuerda este vendedor.

El mercadillo empieza a animarse a partir de las siete de la tarde. | D.V.

El mercadillo empieza a animarse a partir de las siete de la tarde. | D.V.

Alejandro, que es toda una institución en este mercadillo, no quiere vivir en la nostalgia. Tras casi medio siglo como vendedor ambulante, asegura que está satisfecho con la vida que ha llevado: «Si llevo aquí tanto tiempo es porque me ha ido bien. He podido vivir de esto, que ya es mucho», y asegura que, ahora, lo único que pide es que el Ayuntamiento les ponga un toldo: «¡Queremos un poco de sombra!», clama.

Medio siglo de historia

Este año, el mercadillo del puerto de Ibiza celebra su medio siglo de vida oficial, y muchos de los vendedores más veteranos están recopilando fotos y recuerdos de sus primeros años de existencia. Uno de los fundadores y que todavía permanece en activo es Carlos. A las ocho de la tarde todavía no ha llegado a su puesto, pero sí que está su compañera, Susana Pardo, que ‘solo’ lleva 34 años vendiendo aquí.

«Yo soy de Pamplona. Vine a Ibiza para acompañar a mi hermana. Ella fue quien me presentó a Carlos. Me enamoré y aquí me quedé», explica esta mujer de hablar pausado, que no se arrepiente de haber escogido este tipo de vida: «La experiencia es muy buena. Vendiendo en la calle conoces a mucha gente. Es un estilo de vida que te debe gustar. No eres libre del todo porque tienes que trabajar y ganarte el pan, pero cuentas con una libertad que no tiene el que trabaja en una oficina».

Otro de los veteranos es Benjamín Castillo, un artesano que lleva cuarenta años en el puerto: «De los que empezaron, la mayoría han muerto, y de los más veteranos, quedamos seis o siete», dice con una tenue melancolía. Él es autodidacta y se dedica a la artesanía desde los 16 años. Explica que ha logrado el sueño de su vida, vivir de su arte, tener una casa y estar tranquilo: «Yo vivo en el campo, donde tengo un taller. Por las tardes vengo aquí, monto la mesa, después recojo mis cosas y me vuelvo a casa. Ya hace tiempo que no salgo», comenta.

Los cambios del puerto

Recuerda también cómo era el puerto cuando empezó a vender y comenta que no tenía nada que ver con el actual: «Antes no estaba el dique de es Botafoc. Todos los barcos llegaban aquí y todo el mundo tenía que pasar por aquí por narices. No podías ir a Ibiza y no pasar por el puerto. Era un lugar muy especial. Pero ahora tampoco está mal. Me gusta que sea peatonal, es mejor para pasear».

Benjamín Castillo lleva cuatro décadas en el puerto. | D.V.

Benjamín Castillo lleva cuatro décadas en el puerto. | D.V.

La eterna discusión sobre si el puerto está mejor o peor, o qué hacer para revitalizarlo, es un debate que apasiona a los vendedores del mercadillo. Lalix, otra de las veteranas, echa de menos el antiguo ambiente: «El público era otro nivel. Antes había distintos tipos de gentes. Te encontrabas a los muy ricos y a otros que no tenían dinero pero que eran muy divertidos, pintores, fotógrafos… Ahora la gente ya no se mezcla. Por aquí ya dejó de venir la gente de dinero. No sé dónde estarán, quizás en su ghetto de ricos, pero aquí ya no vienen. Antes te podías encontrar a actores, príncipes… Ahora te encuentras a influencers».

Es imposible dar marcha atrás a la rueda del tiempo, pero Lalix tiene algunas ideas sobre cómo hacer que el puerto recupere algo de color: «Falta animación. Debería haber espectáculos en la calle, decoración… El puerto no está atractivo».

Comparte esta opinión Ana García, una granadina que lleva veinte años vendiendo en este mercadillo: «¡No hay música! Le han quitado el alma a este sitio. Antes había pasacalles bonitos, color, animación. Hay que reactivar el puerto».

García es pesimista sobre la situación del mercadillo y, por extensión, del puerto: «Yo siempre decía que el puerto estaba en la UCI, pero ahora digo que está en paliativos». Pese a todo, esta mujer que elabora abalorios con plumas naturales, está satisfecha: «No te haces millonaria pero se vive. Me gusta estar al aire libre, aunque la vida es dura. Durante años, en la Península, cada fin de semana iba a una feria medieval. Pasas frío, pasas calor… Aquí, en el puerto, antes teníamos toldos que nos daban sombra y nos los quitaron», y aprovecha que está hablando con un periodista para insistir, al igual que otros compañeros: «¡Que el Ayuntamiento nos ponga toldos!».

El relevo generacional

Las nuevas incorporaciones al mercadillo no comparten este pesimismo. Quizás porque no conocieron la época dorada y su única referencia es el puerto postpandemia, su experiencia es muy positiva. «Ibiza me encanta porque todo el mundo, alguna vez en la vida, quiere venir aquí. Te encuentras gente de todas partes», explica Sabina Garrido, una granadina que lleva cinco años vendiendo en la isla.

Garrido ofrece platos de cerámica que también sirven para rallar alimentos. Comenta que trabajar de cara al público es muy agradecido: «No es como estar en una oficina de atención al cliente. Aquí la gente está de vacaciones y te viene con una sonrisa en la cara. Me encanta la vida de feriante».

Opina lo mismo Giselle Pérez, una de las últimas en incorporarse a esta familia, ya que llegó hace dos años. Todo lo que hay en su puesto lo elabora ella misma trabajando el cuero. Nació en Buenos Aires, fue actriz y maestra, pero se dedica a la artesanía y su venta desde hace casi veinte años. Hace cinco se instaló en Valencia, donde tiene un taller y una tienda, pero los veranos se traslada a la isla: «Dicen que el año pasado fue malo, pero mi impresión fue buena. Estar aquí te permite hacer contactos, he conseguido tener clientes de California, ves gente de todo el mundo. Yo en el puerto estoy muy contenta. Aquí todo es positivo, todo es diferente» Y con una sonrisa enorme, me regala un anillo que llevaré puesto mientras tecleo este artículo.

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