Residente en una chabola en Ibiza: «Si no hay casas para los médicos, ¿cómo las habrá para nosotros?»

El inicio de la temporada de verano ha supuesto también el regreso de un fenómeno al cual ha sido imposible encontrar una solución: el chabolismo. Una muestra es el asentamiento situado junto al Recinto Ferial, que en las últimas semanas ha recibido a decenas de trabajadores de temporada sin techo.

David Ventura

David Ventura

Ibiza

El pasado mes de octubre, Mohammed abandonó su chabola situada junto al Recinto Ferial de Ibiza y se volvió a Sevilla, donde vive su familia y donde pasa los inviernos. Hace una semana regresó a la isla y ha comprobado, aliviado, que su chabola está impecable: «Me la han guardado, y ya les avisé de que volvía». Su tienda está hecha con palés de madera y la estructura de la infravivienda está cubierta con lonas: «Es una buena tienda, pero por aquí las hay mejores».

Este joven saharaui tiene interiorizado que este verano le volverá a tocar vivir en una infravivienda. Ha empezado la temporada turística y eso, en el campamento de chabolas del Recinte Ferial, se nota. Las infraviviendas que en invierno se han quedado vacías, ahora se han vuelto a llenar. Además, han multiplicado su número y el campamento se extiende desde la segunda ronda hasta casi el aparcamiento disuasorio que está situado junto a la avenida de la Paz. Han aparecido chabolas nuevas, algunas están a medio levantar, y también hay infinidad de tiendas de campaña básicas de Decathlon.

Es imposible saber la cifra exacta de habitantes, todos ellos hombres y en su gran mayoría saharauis. Probablemente aquí deben vivir doscientas personas, aunque esto es una cifra aproximativa. Consultado por Diario de Ibiza, un portavoz del Ayuntamiento de Ibiza ha admitido que a día de hoy desconocen la cifra de habitantes de este campamento. Desde Cáritas, que el año pasado encargó un estudio sobre el terreno de los asentamientos chabolistas en la isla, también admiten que no cuentan con información actualizada sobre este poblado.

La única manera de ahorrar

«El año pasado estuve trabajando de ayudante de cocina en un restaurante que hay por aquí cerca, y la idea es este año volver a trabajar en el mismo sitio», explica Mohammed, uno de los habitantes del asentamiento. Asegura que ha estado mirando ofertas para vivir de alquiler, pero que la única opción era compartir vivienda hacinado con «ocho y nueve personas», y que por eso ha preferido regresar a su chabola: «Si hubiera una habitación a 400 euros, la cogería, pero no la hay. En esta haima solo somos dos personas y nos llevamos bien, así que lo prefiero».

Comenta que lo peor es no tener agua corriente. El año pasado la obtenían gratuitamente en una fuente que hay en el Cetis, pero este año han cortado el suministro. Ahora, llenan las garrafas en una fuente que hay en Sant Rafel: «Está a muy buen precio. Un día a la semana, uno que tiene coche nos recoge y nos vamos a cargar las garrafas».

A las nueve y media de la mañana, quienes trabajan en los turnos de mañana ya han abandonado el campamento, y solo encontramos a aquellos que tienen turnos de tarde, están de día libre o todavía no han encontrado ocupación. Es el caso de otro saharaui que también se llama Mohammed, y que explica que llegó a Ibiza hace un año: «En invierno he estado trabajando en la obra y ahora estoy a la espera de que surja algo».

Explica que el verano pasado estuvo en una tienda que plantó entre unos árboles, en el espacio que hay entre el gimnasio Bfit y la carretera de la ronda: «Pero después de la dana de Valencia, vino la Policía Local y nos dijo que esa era una zona inundable y que nos marcháramos. Fueron los mismos policías los que me dijeron que me viniera aquí».

Todos explican su historia sin problema, aunque prefieren que no les hagan fotos. Temen que eso les perjudique a la hora de encontrar trabajo. El único que permite que se le retrate, aunque de espaldas, es Tager, que llegó a este asentamiento hace cuatro meses: «El primer mes estuve durmiendo en una tienda de campaña muy pequeña, pero luego ya me construí esta haima». La ha levantado y amueblado con todo tipo de cosas que ha encontrado tiradas en la calle. Incluso ha instalado una puerta con bisagra para abrir y cerrar la chabola: «¡Soy un manitas!», dice orgulloso.

Confiesa abiertamente y sin tapujos que «lo peor de estar aquí es encontrar un sitio para cagar». Pese a la falta de agua, agradece la sensación de comunidad que mantienen la mayoría de habitantes de esta infraciudad: «Somos saharauis casi todos. El que tiene papeles intenta ayudar al que no tiene, y te busca un trabajo a alguna cosilla. Yo tengo la familia en el desierto del Sáhara y cuando termine la temporada, volveré».

«A nadie le gusta vivir aquí»

«Venimos aquí a trabajar, no por gusto», comenta otro habitante del campamento que prefiere no facilitar su nombre. Por su locuacidad y por su dominio del castellano -que habla con acento andaluz-, pronto se convierte en portavoz del grupo. Comenta que en invierno ha trabajado en la obra y que ahora está de ayudante de cocina en un hotel. «No nos molesta que vengáis los periodistas, a ti ya te conozco del año pasado», me comenta, «pero, ¿qué podemos contar que no sepáis? Todo el mundo lo sabe, que en Ibiza no hay vivienda, ¿qué más quieres que te digamos?».

Comenta que ha conocido a «médicos que vivían en una furgoneta. Si no hay casas para gente con estudios, ¿cómo va a haber casas para nosotros, que somos pobres?». Explica que la mayoría de habitantes del campamento tienen asumido que la situación no se va a resolver: «Vengo aquí a trabajar, a enviar dinero a mi familia y a ahorrar. Si gano dos mil y me gasto mil en un alquiler, ¿qué me queda? Prefiero estar aquí. Pero que hayamos elegido vivir aquí [en el campamento] no quiere decir que esto no sea una situación muy incómoda. A nadie le gusta vivir así pero esto es lo que hay».

Uno de los que vive en una situación más precaria es Labat, un hombre que ronda los cincuenta años y que, al ser nuevo en el campamento, de momento se tiene que conformar con vivir en una tienda de campaña de Decathlon del tamaño de una cápsula. «Estuve aquí tres veranos, entre 2021 y 2023, y entonces viví en un piso de Sant Antoni que compartíamos con otra gente». Pero este año ha sido imposible asumir el coste de ningún alquiler y ha tenido que instalarse en este asentamiento. «La última vez que vine a Ibiza estuve trabajando para Valoriza en la recogida de basuras. Este año todavía no ha salido nada, pero espero que pronto tenga algo», explica.

Finalizada la temporada, regresará a Ávila, donde vive su familia: «¡Allí hace mucho frío pero al menos tengo una casa!».

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