FERIA MEDIEVAL DE IBIZA | Cetrería y justas
Animales a escena en Ibiza Medieval: del terco ‘Corazón’ a la matona ‘Brusca’
Todas las rapaces que se exhiben junto a la catedral y todos los caballos que participan en las justas del parque Reina Sofía durante la Feria Medieval tienen nombres y sus particulares formas de ser

Sergio G. Cañizares

A las nueve de la mañana, Brusca, Pipi, Amella, Afro, Xop, Miranda, Amira, África, Duc, Bubo y Princesa reposan sobre los posaderos de sus jaulas, ocultos tras una tela para que ni el ruido ni los pocos curiosos que ya llegan a la plaza de la catedral les molesten e irriten. Aún digieren la cena, su única comida del día, que la noche anterior les han repartido Gonzalo Rodríguez Roselló y Dolors Solé Tuset, sus dueños y cuidadores: búhos y halcones tocaron a paloma por cabeza. Las lechuzas se bastan con un par de ratones. Tres horas más tarde, este elenco animal, formado por tres búhos reales, dos lechuzas, un búho africano, cuatro halcones y un águila de Harris, se convertirán en una de las mayores atracciones de la Feria Medieval, especialmente Brusca, la Harris, con sus vuelos rasantes.

Los animales de la feria Ibiza Medieval, en imágenes / Sergio G. Cañizares
Por seguridad, Rodríguez elimina del show a los halcones. El motivo: en lo alto de la catedral y de otros edificios cercanos anidan gaviotas (como las de la chimenea del Vaticano) que podrían atacarlos. Sus halcones, acróbatas que no saben cazar ni defenderse, tienen poco que hacer ante el ataque de varias gaviotas, que podrían derribarlos. La Harris, al volar bajo, no llama la atención de las gaviotas y, además, tiene más mala leche.

Darío Escudero besa a uno de los caballos de la justa que se celebró en el parque Reina Sofía / Sergio G. Cañizares
Las aves llegaron a Eivissa en una furgoneta procedentes de Artà (Mallorca), donde vive la pareja, cada una en su propia jaula con posadero construida por Rodríguez y homologada por el Govern.

Un búho real. / Sergio G. Cañizares
El cetrero lleva en este negocio desde 2009. Antes se dedicaba a la simple caza con rapaces, pero aquel año decidió pasarse al mundo del espectáculo y a las aulas didácticas después de que una profesora de su pueblo le invitara a enseñar sus aves a sus alumnos: «Me di cuenta de que ningún chaval sabía lo que era un halcón o un búho». Él, desde niño, siempre había tenido contacto con rapaces: «Los pageses que encontraban en sus casas nidos de cernícalos, me daban a las crías para que las cuidara. Luego, las soltaba».

Una veterinaria cura la herida de Don. / Sergio G. Cañizares
Tiene, dice, un don especial con los animales. Si por él fuera («y tuviera dinero»), incluso tendría un zoológico. Los conoce bien: sabe que para que un búho le haga caso, debe llegar a sus manos a las dos semanas de salir del huevo. Si no, la relación se complica: «Son muy primitivos y grandes. Te pueden hacer mucho daño. Si llegan más tarde, tienes un búho semisalvaje que no sirve para nada». Las demás rapaces basta que sean separadas a los dos meses de sus padres, según detalla. Si llegan a tiempo, se crea «un vínculo» entre ellos. A Rodríguez le basta un gesto, una mirada, para que el ave le obedezca: «Ni las llamo». Aun así, cada una responde a su nombre.

Uno de los caballeros viste a su caballo para la justa. / Sergio G. Cañizares
¿Hay maltrato en esa relación? «El águila Harris puede pasar cinco horas en el aire, a 300 metros de altura y a más de 2.000 metros de distancia. Siempre vuelve. ¿Crees que volvería a mí si la maltratara? Cuando las suelto, todo el rato están pendientes de mí». En Artà viven sueltas.

Pequeño Tío sale del trailer climatizado. / Sergio G. Cañizares
«Nosotros, si nos llevamos mal en pareja, nos decimos adiós y punto. Ellos se matan. Bueno, la hembra al macho». O el macho aniquila a los pollos para poder volver a copular
Bresca, la Harris, tiene tela: «Cuando van varios Harris juntos, son como una manada de lobos. La líder siempre es una hembra», cuenta Rodríguez. A Bresca se «le cruzó un cable» un día y « quiso matar y comerse a su hermano». Hace dos semanas se cargó a un ejemplar. Porque una cosa es que entre hombre y ave exista un vínculo y otra que dejen de ser animales salvajes. «Es naturaleza pura y dura», describe Solé después de contar que, a veces, una cópula acaba con la muerte del macho: «Nosotros, si nos llevamos mal en pareja, nos decimos adiós y punto. Ellos se matan. Bueno, la hembra al macho». O el macho aniquila a los pollos para poder volver a copular.
El vínculo dura muchos años, como los 26 que llegaron a tener algunas de sus aves. Ahora, Duc, un búho real nacido en 2003, es el mayor de todos.
Un abuelo llamado Pequeño Tío
Los otros animales de escena de la Feria Medieval son los caballos que actúan en las justas que se celebran en el Parque Reina Sofía, donde se ha improvisado una liza cubierta de arena junto al auditorio. Sombra, Pequeño Tío (sí, como el cuadrúpedo de Pipi Langstrum), Don y Corazón durmieron en el hipódromo de Sant Rafel tras llegar el miércoles procedentes de Zamora en un camión climatizado (el chófer controla la temperatura) y en el que en todo momento pueden beber agua: «Es como un jet privado para caballos», cuenta Darío Escudero, cuyo apellido viene al pelo para el trabajo que desempeña en la función, el de caballero. Monta a Corazón, que es «un poco terco» y tiene 11 años. El mayor es Pequeño Tío, de 26 años, que en su tiempo fue campeón de saltos y «formador de campeones». Don no actuó después de que Escudero le detectara una herida en el cuarto trasero izquierdo, que los veterinarios del Consell supervisaron y cuidaron.
Hace una semana, los cuatro caballos se lucían en El Álamo (Madrid). Lo normal en otras ferias es que estos espectáculos ecuestres duren hora y media y sólo haya uno o dos al día: «Eivissa, en este sentido, es complicada. Hay demasiados pases, cuatro. Para no forzar a los caballos, reducimos cada actuación a sólo media hora», explica Escudero. Cree que sería mejor que hubiera dos justas, una por la mañana y otra por la tarde, para que el animal estuviera «más tranquilo».
Los cuatro caballos se alimentan por la mañana y por la noche, «y comen un poco de alfalfa a mediodía». Tras cada cabalgada, los refrescan mojando sus patas con agua. Normalmente, tienen uno o dos suplentes, por si un caballo necesita descansar o, como en el caso de Don, está herido, pero en esta feria no ha sido posible «por logística».
Como Gonzalo Rodríguez, Darío Escudero, de 43 años, siente pasión por los animales desde pequeño: «Nací en un pueblo, Ribadavia (Orense), que tiene feria medieval (Festa da istoria), como aquí. Fue en esas ferias cuando me enamoré de los caballos. De niño ya quería tener uno. Y cuando comencé a dedicarme a este oficio, mi madre me decía que tuviera cuidado, que Christopher Reeve, el actor que interpretaba a Superman, había quedado parapléjico al caer de un caballo», ríe al contarlo.
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