Apagón general | Testimonios

Ibicencos atrapados en el apagón

De la incertidumbre de no saber si podrían coger su vuelo al miedo retroactivo de pensar que les podría haber pillado en un teleférico. Los ibicencos que se encontraban el lunes fuera de la isla vivieron el apagón de muy diversas maneras.

El grupo del Club de Majors de Sant Agustí, en el Parque Natural de Cabárceno

El grupo del Club de Majors de Sant Agustí, en el Parque Natural de Cabárceno / DI

Marta Torres Molina

Marta Torres Molina

Ibiza

Recién bajados de un teleférico, a punto de coger un avión, teniendo que enfrentarse al tráfico descontrolado de una ciudad sin semáforos, en una reunión de trabajo lejos de casa o en una visita a unas obras. Así pilló el apagón general del lunes a cinco ibicencos que estaban fuera de la isla.

«¿Después del covid qué más podía pasar? ¡El apagón!»

Si no hubiera sido por Emilio, el dueño de la bodega del barrio, Gina Costa Vallès no hubiera podido cargar su móvil. En todo el descalabro para la normalidad que supuso el apagón del lunes, esta ibicenca que reside en Barcelona supo ver la parte buena. Emilio, el de la bodega, que le dejó diez euros en efectivo para poder comprar un cargador de móvil para el coche y que fió un pack de agua a otra vecina que tampoco tenía cash. O la gente que, al ver a las familias sentadas en sillas en la calle, viendo el caos pasar, les preguntaba si estaban bien, si necesitaban algo.

1.Gina Costa Vallès, leyendo ‘Mala mar’ en su coche mientras cargaba el móvil. 2.Imagen del tráfico que se encontró Claudia al cruzar Barcelona en taxi. 3.El grupo del Club de Majors de Sant Agustí, en el Parque Natural de Cabárceno. 4.Mari Carmen Molina, subida en el teleférico. 5.Vistas de Madrid, a oscuras, desde casa de Arturo Marí.

1.Gina Costa Vallès, leyendo ‘Mala mar’ en su coche mientras cargaba el móvil. / DI

Es la reflexión que hace al día siguiente, pasados ya los nervios y la angustia del lunes. El apagón le pilló haciendo una formación en la planta que tiene en Sant Andreu de la Barca la empresa de reciclaje de botellas para la que trabaja: «A las doce y media nos quedamos sin luz, pensamos que era cosa del polígono. Ahí aún tenía señal y en el grupo de whatsapp de las amigas comenzaron a aparecer mensajes: ‘¿Estáis sin luz?’». Le empezaron a llegar noticias de lo que estaba pasando y ahí ya vio que era en toda la Península, Portugal... «Acabamos la formación de aquella manera y a las dos cogía el coche para volver a Barcelona», explica. Le acompañaba un compañero de trabajo que no podía volver en tren porque no funcionaban. Confiaban en no encontrarse mucho «follón» y dejar el coche lo más cerca posible de casa ya que, sin luz, sabía que no podía meterlo en el garaje.

«Llegamos bastante bien», apunta Costa. Eso sí, durante el trayecto vieron cómo ya se empezaban a formar atascos importantes y cómo otras vías, como la salida de Girona, estaban especialmente saturadas. Lo primero que pensó al llegar a casa fue «¿cómo cargo el móvil?». También que, sin señal de red ya, no podía avisar a su familia de que había llegado sana y salva a casa. Les preocupaba el tráfico y el riesgo de accidentes al no funcionar los semáforos en la ciudad.

Dio una vuelta por el barrio y vio gente en la calle y muchos negocios cerrados. Se acercó al centro comercial Las Arenas para ver si podía comprar un cable con el que cargar el móvil en el coche. Pero no llevaba efectivo: «Intenté hacer un bizum, pero para eso necesitas wifi. Y no había». Para poder enviar algún mensaje de «he llegado, estoy bien, no os preocupéis» se acercó al hotel Barcelona Continental, en la plaça d’Espanya, cuya wifi estaba abierta. No había señal, pero cuando la hubiera llegaría el mensaje. Y en casa respirarían aliviados.

Ahí entró en juego Emilio, que le prestó los diez euros. Compró el cable y pasó la tarde en el coche, cargando el móvil, escuchando la radio y leyendo. Devorando ‘Mala Mar’, de Toni Montserrat. Cuando tuvo la batería a tope volvió a casa, donde se dio cuenta de que el ordenador «no estaba desconectado del todo, así que volvió a enchufar el móvil. Por si acaso.

Para comer no tuvo problemas: «El domingo había hecho un vermuteo en casa con las amigas y habían traído tortillas y mucho fuet. Les envié un mensaje diciéndoles que había podido sobrevivir gracias a lo que habían traído», comenta riendo. Por suerte, velas «no faltan» en su casa. Tampoco pilas, con las que pudo encender las tiras de lucecitas que tiene en el salón. «Te asomabas a la calle y no había nada de luz, era una oscuridad total, veías a la gente alumbrándose con móviles, con linternas. Si salías un poco más hacia Creucoberta sí que veías que ya tenían luz», explica. «En algunos barrios, como Sants o el Poble Sec volvió antes, por la tarde, pero en mi barrio era una locura», indica.

La luz volvió a su barrio a la una y media de la madrugada. Se asustó. Se había quedado dormida en el sofa y, de repente, se encendió «todo el piso». Durante esa tarde sin luz se acordó mucho de su padre, Paco, que les dice siempre que hay que llevar efectivo. «Después del covid, ¿qué más podía pasar? ¡El apagón! Una odisea», ironiza la ibicenca. Por cierto, ya le ha devuelto los diez euros a Emilio.

«No nos enganchó en el teleférico por minutos»

Hacía sólo unos minutos que se habían bajado del teleférico del Parque de la Naturaleza de Cabárceno cuando se fue la luz. Los alrededor de 60 ibicencos de viaje en Cantabria con el Club de Majors de Sant Agustí no quieren ni pensar en qué hubiera pasado si el apagón eléctrico les hubiera pillado en el teleférico. Tiemblan de sólo pensarlo. Pero no, por suerte la luz se fue en toda la Península cuando ya habían disfrutado con las vistas aéreas del parque y estaban ya con los pies en el suelo, «viendo los gorilas», explica Mari Carmen Molina, una de las viajeras.

«Fue entonces cuando un chico del parque nos dijo que se habían quedado sin luz, que no tenían en las oficinas ni en nada», recuerda Molina, que señala que el grupo no le dio más importancia y que continuaron con la visita. Fueron a la tienda de recuerdos y a tomarse una caña. Ahí les comentaron que el apagón era general. De hecho, el datáfono dejó de funcionar. «Entonces llamé a mi hija y ya me dijo que era así», indica.

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Mari Carmen Molina, subida en el teleférico. / DI

La preocupación cundió entonces en el grupo, ya que este martes regresaban a la isla en un vuelo que despegaba de Bilbao a última hora de la tarde, y no se sabía nada en ese momento de cómo estaban funcionando los aeropuertos. También surgió la duda de si podrían mantener la agenda del día o tendrían que regresar al hotel, en Queveda, muy cerca de Santillana del Mar. Algunos de los viajeros se inclinaron por esta opción, pero el resto decidieron seguir la ruta prevista.

El grupo tenía reserva en un restaurante, Los Peñucas, donde habían encargado mariscada, así que se dirigieron para allá sin saber muy bien qué se encontrarían. «Era barbacoa de carbón, así que por la comida no había problema. El restaurante estaba a reventar. Los salones interiores, que estaban a oscuras, estaban cerrados, pero lo demás estaba lleno», explica Molina. La única pega, que tenían que pagar en cash. «Por suerte, cuando vas de viaje siempre llevas algo en efectivo», comenta esta ibicencogranadina. Quienes se quedaron en el hotel se encontraron con que no había luz, pero estaba disponible el bufet de la comida. «Además, como tiene unas cristaleras muy grandes, entraba suficiente luz», comenta.

La idea era ir después al Centro Botín, «pero estaba cerrado». Así que unos se fueron de tiendas, otros de paseo y algunos a tomarse un café. «Sobre las cinco de la tarde ya había vuelto la luz en la cafetería en la que estábamos», indica.

Tras el susto de pensar que les podría haber pillado el apagón en el teleférico, el siguiente susto fue la incertidumbre de no saber qué estaba pasando: «No estar en casa, no poder comunicarte con los tuyos… Te da un poco de cosa», comenta Molina quien, confiesa, tiene en breve otro viaje previsto, al extranjero, ella sola. «Imagina que te pasa algo así», señala con cierto temor.

«Los vecinos pensaron que habíamos tocado algo»

«Vivo en la zona de Chamartín y fue un auténtico caos», afirma Arturo Marí, ibicenco de 27 años que vive en Madrid, a donde se marchó hace unos ocho, para estudiar Arquitectura, carrera de la que ahora está cursando el máster habilitante: «Me quedan dos meses».

El apagón general le pilló durante una visita a unas obras que el despacho en el que trabaja está haciendo en un edificio en Alcobendas. «Es una rehabilitación, así que los vecinos salieron a preguntarnos qué había pasado. Pensaban que habíamos tocado algo y que por eso estaban sin luz. Al cabo de un momento vimos que no teníamos señal de 5G», recuerda. Fue entonces cuando salieron a la calle y vieron que los semáforos tampoco funcionaban.

«No recuerdo en qué momento fue, pero ahí ya empezamos a ver que era en toda España», comenta el joven ibicenco, que explica que la M30 estaba saturada. No funcionaban los semáforos: «La gente conducía con mucho cuidado». En el regreso a Chamartín, donde vive y donde está el despacho de arquitectura, ya fue consciente de lo que estaba pasando. «Las calles estaban colapsadas de coches y mucha gente que trabajaba en oficinas tuvo que volver a casa andando», relata Marí, que señala que, aunque los autobuses funcionaron durante un tiempo, «las colas para subirse eran larguísimas, por lo que muchos optaron por caminar».

A pesar de la incertidumbre que se vivía, el ibicenco narra que «las terrazas estaban llenas de gente tomando algo, intentando tomárselo con calma, aunque se notaba cierta inquietud en el ambiente». Especialmente nerviosos ante la situación estaban los turistas, comenta el ibicenco: «Con las maletas a cuestas, no sabían muy bien cómo iban a llegar a sus hoteles».

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Vistas de Madrid, a oscuras, desde casa de Arturo Marí. / DI

Marí pudo comer caliente a pesar de la situación: «Tuve suerte porque hay un bar de confianza en el que tienen cocina de gas y tenían alguna cosa caliente». Eso sí, sólo podían cobrar en efectivo y, por fortuna, llevaba algo de dinero: «Me acordé de mi padre, que siempre me dice que hay que llevar 80 o cien euros en efectivo por si acaso». El arquitecto ibicenco ríe cuando se le pregunta cuánto llevaba: «25». El joven grabó cómo estaban las estanterías de los supermercados de cerca de su casa: completamente vacías.

La tarde la pasó en casa, ya que sin luz ni conexión a la red no podían trabajar. Allí, explica, se dedicó a «avanzar algo» de trabajo del máster. Definir croquis y consultar libros. El momento en el que fue volviendo la luz quedó claro. Sólo había que escuchar «los gritos y aplausos» que sonaban «desde los balcones y las ventanas celebrando la vuelta a la normalidad». Eran, recuerda, sobre las 11 de la noche. En su casa, el momento exacto en el que regresó la luz eran las 23.08 horas. Lo sabe porque vio encenderse un reloj.

«Tardé cuatro horas en llegar al hotel»

«A las diez comenzaba la reunión y a las 12.30 horas fue cuando sucedió el apagón», explica Claudia, ibicenca de 22 años que el lunes tenía una reunión de trabajo en Barcelona. «Seguimos pensando que duraría un rato y pensando que era del edificio, sin embargo, al rato una trabajadora nos explicó que la incidencia era exterior. Pero incluso entonces pensamos que la luz volvería de nuevo», recuerda Claudia, que no fue consciente de la realidad hasta la una del mediodía, por un mensaje que le envió su novio, diciéndole que se había ido la luz en toda la Península: «No pude volver a contactar con él más que por algunos sms que, con suerte, llegaban».

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Imagen del tráfico que se encontró Claudia al cruzar Barcelona en taxi. / DI

Aunque la reunión debía acabar a las seis de la tarde, a las dos se canceló. «Fui a un Corte Inglés a cargar la batería del móvil», explica, un camino en taxi algo accidentado: «Los semáforos no funcionaban» y, en un giro a la derecha para no chocarse contra un coche de los mossos que venía por el mismo carril se le rompió la pantalla del móvil. El frenazo tuvo consecuencias: «Un poco de dolor de cuello, pero nada grave». «Tardé cuatro horas en llegar al hotel dentro de la misma ciudad por el colapso de las carreteras, pero lo que más me preocupaba era no poder contactar con mis padres ni con mi novio y que se quedaran tranquilos de que yo estaba bien», escribe la ibicenca ya desde Tarragona, donde vive.

«Me duché a oscuras»

«El apagón me pilló cuando estaba terminando de llenar mi maleta para irme», explica Pep Costa,de Sant Antoni, que el lunes a las 17.30 horas cogía un vuelo Barcelona-Ibiza. «Me duché a oscuras, pensé que se había ido la luz en el edificio por unas obras aledañas. Salí a la calle con mi equipaje y me extrañó ver tanta gente en la boca del metro», comenta Pep, que explica que se encontró las puertas cerradas y, antes de emprender el camino a plaça Catalunya para coger el aerobús, una chica le informó del apagón.

«A mi paso vi bancos cerrados, cajeros sin funcionar, unas japonesas preocupadas por el funcionamiento de su móvil, comercios de todo tipo a oscuras y muchísima gente en las calles. Por momentos costaba mantener el paso. En los cruces no funcionaban los semáforos...», describe el ibicenco, que conseguía llegar a plaça Catalunya a las dos de la tarde. En las paradas del aerobús, «colas interminables» y «caos». Consiguió subirse al tercer «convoy extraordinario» que puso la compañía como refuerzo y pudo pagar su billete en monedas. «Vi en el grupo de whatsapp de mis hermanos que en Ibiza no había problemas, pero no podía conectar con ellos. Dejé audios con la esperanza de que en algún momento pudieran escucharlos», relata Pep, que confiesa el «miedo» que sentía, durante el trayecto al pensar en cómo se encontraría el aeropuerto. Un terror que se disipó al llegar: «Todo funcionaba correctamente». El único susto: cuando la escalera mecánica se paró en seco.

El vuelo salió con una hora y cuarto de retraso, ya que dependían de la llegada de la tripulación, tiempo que esperó sentado en el suelo. «Cuando llegaron, fueron recibidos con aplausos», explica el ibicenco, congratulándose de la suerte que tuvieron, ya que el vuelo anterior, a Menorca, lo cancelaron.

«Ahora, pensando en ello, me voy dando cuenta de la magnitud de los hechos. He podido leer y escuchar los audios de mis amigos de Barcelona. Tuve suerte», zanja, ya desde Ibiza.

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