Entrevista

Paco Pérez, psicólogo infanto-juvenil: «Veo niños de siete años que piden a sus padres ir al psicólogo»

Los niños de hoy en día son capaces de reconocer sus propios comportamientos dañinos y de pedir ayuda profesional a edades muy tempranas, un cambio de paradigma en la manera de abordar la labor de los psicólogos que Paco Pérez aplaude desde su consulta en Sant Ferran, especializada en salud mental infanto juvenil. Por su profesión y por su presencia en la vida social de Formentera, conoce de primera mano los conflictos que enfrentan los menores de la isla.

El psicólogo especializado en niños y jóvenes, Paco Pérez, en su despacho. | C. LL.

El psicólogo especializado en niños y jóvenes, Paco Pérez, en su despacho. | C. LL.

Pilar Martínez

Pilar Martínez

Formentera

Generalizando y desde su percepción profesional y personal, ¿cómo está la salud mental de los niños y jóvenes de Formentera? ¿Detecta alguna diferencia asociada a la idiosincrasia de una isla tan pequeña?

Es una pregunta que me hago habitualmente y es algo que tengo muy presente durante los encuentros con compañeros y compañeras fuera de la isla. A veces, se nos atribuye que, por el hecho de ser una isla pequeña, los jóvenes están peor, pero lo cierto es que, a falta de estudios científicos al respecto, y según mi percepción, las temáticas con las que trabajamos son las mismas, no encuentro grandes diferencias.

¿Cuáles son esas problemáticas que requieren su intervención?

La mayoría son temas relacionados con la edad, problemáticas de desarrollo personal y un aspecto añadido que está dentro de todos los demás de manera transversal: las nuevas tecnologías, las pantallas, y cómo esto afecta al desarrollo de los niños y jóvenes.

Paco Pérez, en el parque infantil de la Savina, en Formentera, donde tuvo lugar la entrevista. | P.M.V.

Paco Pérez, en el parque infantil de la Savina, en Formentera, donde tuvo lugar la entrevista. | P.M.V.

¿Ha cambiado el acercamiento a la salud mental infantil a lo largo de los 25 años que lleva usted trabajando en Formentera?

Ahora los trastornos del desarrollo y del aprendizaje, como los relacionados con el espectro autista o el trastorno de hiperactividad con déficit de atención, se diagnostican antes en el entorno escolar y los circuitos de salud pública se activan rápidamente haciendo que lleguen menos casos de este tipo al servicio privado. Ahora hago más intervenciones y asesoramiento a familias tras el diagnostico.

En cuanto a los jóvenes, ¿qué problemas detecta?

Veo a muchos jóvenes que vienen para que les ayudemos a gestionar la ansiedad, sobre todo en perfiles de chicos que funcionan muy bien en los estudios y en sus actividades extraescolares, pero quizás son muy perfeccionistas y tienen un excesivo interés porque las cosas salgan ya, rápidas, y son muy autoexigentes. También encuentro la problemática intergeneracional entre padres e hijos, que siempre ha estado ahí pero ahora se agrava por la dificultad añadida que implica el conflicto de los móviles y las redes sociales.

¿Hablamos de una adicción?

Hasta hace poco tiempo no existían pruebas estandarizadas sobre adicciones a pantallas, móviles y televisión. Ahora ya tenemos tests que evalúan y te ayudan a diagnosticar la adicción a uno de esos tres elementos y, si los pasásemos a la población de Formentera, nos daría perfiles altos, tanto en niños como en adultos. El problema es que, en el cerebro humano, el tiempo de espera de la recompensa ante un estímulo se ha reducido mucho y la inmediatez con la que tú obtienes placer, refuerzo y acceso a lo positivo con las nuevas tecnologías no la encuentras en otras acciones como pasear por la playa o sentarte al sol a charlar. Esto ha sido así a lo largo de la historia con muchos inventos que ha aportado el humano a la sociedad, pero no hay que culpar al objeto, sino al uso que se hace de él. El reto está en tomar conciencia de qué está generando esta dependencia en tu vida y de qué otras opciones tienes que puedan aportarte lo mismo que las pantallas.

¿Ha cambiado con los años la forma de acercarse a un profesional de la salud como el psicólogo?

Ha habido una evolución muy bonita y muy positiva. Antes los niños venían porque los padres los traían, casi se veía como un castigo, algo negativo relacionado con patologías. Los padres lo llegaban a disfrazar diciendo que venían a un profesor particular y a mí me tocaba explicarles, con mucho cariño, que no era un profesor. Les explicaba la ciencia de la psicología, que es el análisis del comportamiento, y les decía que les iba a ayudar a entender por qué se comportaban de esta manera. Tenía que hacer ese proceso previo de presentar este trabajo y ahora ya no, ya vienen sabiendo que pueden dejarse ir, que no les voy a juzgar, les voy a validar y voy a estar a su lado. Hay mucha más sensibilidad y conocimiento por parte de los niños y jóvenes, porque están mucho más informados que generaciones anteriores y se trabajan las emociones desde edades muy tempranas. Llegan a mi consulta con una predisposición increíble, veo niños de siete y ocho años que piden a sus padres ir al psicólogo porque les pasa algo que le quieren explicar. Me resulta muy emocionante como profesional ese cambio de paradigma. Es un cambio de enfoque desde el punto de vista del trabajo, un enfoque mucho más emocional, mucho más de acompañamiento a los niños y adolescentes y a la propia familia en ese proceso de desarrollo de la persona, no evolutivo sino al desarrollo de la persona con los retos que este impone, como son los conflictos entre padres e hijos o la búsqueda de identidad que provoca esos conflictos.

Ese cambio resultará positivo incluso a la hora de que el proceso sea más rápido, ya que llegan a la consulta sin coraza .

Evidentemente, puede haber una coraza emocional relacionada con la propia problemática de la persona, pero no ya una coraza social, que es la que se quería ocultar. Es sorprendente encontrar niños tan pequeños. Lo que hago es dar respuesta a una necesidad de que alguien les escuche y les sepa dar una respuesta, por ejemplo, a por qué se enfadan tanto, si no se quieren enfadar tanto. Eso es un gran avance, es admitir que dentro de mí pasan cosas que me llevan a conductas que no son correctas porque me enfado con mi madre, rompo cosas… y yo quiero poner solución. Yo, quizás, ni con 30 años era capaz de gestionar algo así.

¿Cómo se ha llegado a esto?

Este cambio se ha producido, por una parte, porque los padres tenemos mucha más información, estamos más formados, preparados y sensibilizados. También en los centros educativos se está trabajando de una forma totalmente intencionada y planificada respecto a la gestión emocional, algo en lo que se ha incidido en los últimos años en la formación del profesorado.

Quizás demasiado. ¿En ocasiones se buscan problemas donde no los hay?

Estoy de acuerdo en esa idea de exceso si ponemos la figura del psicólogo como solucionador de problemas, pero si la ponemos como aquella persona que te filtra si lo que te está pasando es normal o no, si tienes que preocuparte o no, pues sería como el que se hace un análisis para descartar que tenga alguna enfermedad. Hay una cierta ansiedad social muy marcada por lo inmediato y la rapidez. La inseguridad de ese mismo proceso te hace ver cosas disfuncionales o problemáticas que luego no lo son. Pero mejor el exceso que el defecto en estos casos. Luego ya es criterio del terapeuta decidir si tiene que decir: «oye, yo te escucho y te puedo dar respuestas, pero no hace falta que vengas, la situación es normal».

¿Ocurre alguna vez que llegue un niño a su consulta y resulte que el problema lo tienen los padres?

Suele pasar. Incluso el proceso en mi trabajo ha cambiado: antes las sesiones con los padres las hacía tras ver y charlar con los niños y ahora la primera sesión es una recogida de información con la familia. Ahí a veces ya veo que la siguiente sesión tiene que ser con los padres. Detectas que debe haber una primera gestión de los progenitores, que quizás tengan que trabajar como personas su problema de ansiedad, sus miedos, sus proyecciones y transferencias de lo que han vivido como hijos y como lo están trasmitiendo. Nuestra mochila de vivencias determina como me relaciono con mi hijo.

Últimamente, preocupa el auge de actitudes propias de la extrema derecha como el machismo y la xenofobia en niños y adolescentes.

En mi experiencia, lo que observo desde hace tiempo es una queja por parte de los niños y chicos que se sienten agraviados respecto al trato favorable que se tiene hacia la mujer, posiblemente porque no se les ha enseñado bien la necesidad de esta diferenciación. Ellos piensan que este trato de favor se hace en contra de ellos y sienten que solo por ser hombres ya son sospechosos de ser machistas, poco respetuosos… Los chicos que me dicen que están hartos y cansados. Creo que la intención es positiva, por supuesto, y tiene que ser así, pero parece que hay una parte excluyente de esos chicos respecto a ese aprendizaje, no entienden por qué hay que favorecer o dar respuesta a las necesidades de sus compañeras o amigas y ellos se sienten excluidos. Esto provoca un efecto rebote y marca una predisposición para que, cuando llegan partidos políticos diciendo absolutas barbaridades, o cuando se expresan grupos sociales de una manera determinada contra estas tendencias feministas y de respeto a la igualdad, ellos saltan, se sienten respaldados en sus emociones y no piensan más allá.

¿Por qué las chicas jóvenes, con la cantidad de información y formación que tienen al alcance de la mano, permiten estas actitudes?.

Porque se genera una dependencia psicológica que está argumentada en ver que amplios grupos sociales y políticos lo valoran. Les llega el mensaje de que «esto siempre ha sido así», así que las adolescentes acaban creyendo que las equivocadas deben ser ellas. Por otra parte, esa dominancia da sensación de control, de seguridad y de pertenencia a un grupo, que es una forma muy eficaz de manipulación. Esto se combate con una muy buena información y con una vivencia de lo que está pasando, los jóvenes tienen que vivir lo que sienten sus compañeras.

Formentera se ha convertido en poco tiempo en una comunidad internacional con numerosas nacionalidades representadas. ¿Los niños son racistas?

En principio, no. Se crían juntos desde edades muy tempranas y para ellos es normal tener compañeros marroquíes, colombianos, rumanos o italianos, la mayoría tiene muy interiorizada la mezcla. El problema a veces somos los padres, que no lo tenemos tan normalizado y con un comentario desafortunado en casa podemos echar por tierra todo. En este sentido, es una ventaja que en Formentera tengamos una oferta limitada de actividades de ocio y deportivas, de manera que, si quieres jugar al fútbol, vas a tener que jugar con chicos de todas las nacionalidades, no hay lugar para grupos excluyentes. Pero puede darse el mismo patrón que con las actitudes machistas: si estos partidos políticos, que son totalmente demagógicos, te envían mensajes de que están ocupando nuestro espacio, son delincuentes… los chicos se enganchan rápidamente a ese discurso del pasado, que es muy fácil y proteccionista. El humano busca sentirse protegido y están validando comportamientos que tienen un componente antropológico de funcionamiento de nuestra historia como humanos que no tienen nada que ver con el tiempo que estamos viviendo.

¿Ante qué tipo de conductas unos padres deben preocuparse y buscar ayuda?

Algunos niños no tienen la capacidad de pedir ayuda por sí mismos, a pesar de que los padres cada vez están más preparados para compartir espacios de comunicación con sus hijos. Una cosa que debe ponernos en alerta es el aislamiento, sobre todo social, porque que se aísle de la familia en ciertas etapas de su desarrollo, como la adolescencia, es de esperar, pero que un chico no salga, no quiera estar con sus compañeros, no experimente, incluso cuando no hay ningún problema ni roce en casa, eso me inquieta, algo pasa. Los padres debemos ser capaces de ver mucho más allá de lo que nos interesa, y eso implica hablar menos y escuchar más, utilizar más otros sentidos no tan fiables a priori, pero que nos dan mucha información sobre lo que está pasando. Cuando nos empeñamos en solo hablar, rompemos todas esas otras vías de comunicación. El padre o la madre perfectos no existe, todos tenemos nuestras heridas, pero si queremos educar debemos tener disponibilidad, no solo horaria, sino de estar presentes y estar bien, y eso pasa por tener un trabajo personal bien hecho.

¿Estamos ante una generación perdida, hay que ser pesimistas?

Todo lo contrario, yo quiero mandar un mensaje en positivo: estas generaciones que están surgiendo tienen cosas muy buenas y un potencial que no han tenido generaciones anteriores. No tienen la situación fácil desde el punto de vista social en temas como el acceso a la vivienda o al trabajo, algo tan necesario para el ser humano com es independizarse, ser autónomo, crecer, evolucionar… Pero, a pesar de esto, veo ese potencial y veo que las familias están más preparadas, predispuestas y pendientes de lo que les pasa a sus hijos. Creo que las generaciones actuales, en el contexto actual en el que estamos viviendo, nos estamos apañando bien y podremos salir adelante.

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