Tráfico

Luis García, el Quijote contra la velocidad en la autovía de Sant Antoni

Lucho lleva cuatro meses alertando a los conductores de que respeten el límite de 60 kilómetros por hora

Vídeo: El Quijote que tenía razón en el "rally" de sa Casilla

Guillermo Sáez

Guillermo Sáez

Guillermo Sáez

Sant Antoni

Cervantes puso en labios del Quijote una de las citas más famosas de su obra maestra: «Al bien hacer jamás le falta premio». Si el bien hacer consiste en alertar a los conductores que circulan embalados por la carretera de Sant Antoni, el premio de Luis García será evitar que alguno de ellos se mate al volante.

Porque este fiel representante del espíritu quijotesco lleva varios meses avisando, a su manera, de que podía ocurrir una desgracia. Y el tiempo le ha dado la razón.

«Cuando enfilan a tres o cuatro kilómetros de mi casa y ven una carretera recta con dos carriles, que es prácticamente una autopista, le meten el pie en el acelerador y dicen: ‘¡Allá voy!, ¡Que pase lo que pase!’», cuenta Lucho, como prefiere que le llamen, un torrente desbordante de vitalidad, tanta que no concuerda con la edad que cumplirá dentro de un par de semanas: 80 años.

Luis García, 80 años de pura vitalidad. | T.E.

Luis García, 80 años de pura vitalidad. | T.E.

Natural de Albacete [¡La Mancha!], vive desde hace 60 años en su actual vivienda, situada a 250 metros de la rotonda de sa Casilla, casi escondida entre las sedes de Yachting Club y la constructora Iventa, exactamente donde se sitúa la señal que baja el límite de velocidad a 60 kilómetros por hora. Harto de ver a tantos vehículos circulando a toda pastilla, decidió que había llegado el momento de hacer algo.

Con la ayuda de su mujer, pintora, confeccionó un puñado de señales de tráfico sui generis, alguna incluso más grande que la original, y las instaló junto al muro exterior de su casa. «Mi mujer me ha ayudado con algunos carteles, pero realmente los hago yo», aclara.

Armado con su arsenal de rótulos, hace cuatro meses salió por primera vez a la cuneta, haciendo gala de que «el valor reside en el término medio entre la cobardía y la temeridad», como dijo don Alonso Quijano. De cobardía aquí no hay nada, de temeridad no queda tan claro...

Pasando miedo

«Por supuesto que me da miedo. Estoy medio encogido para tirarme enseguida al suelo si pasa alguien sospechoso. No me protege absolutamente nada. Sé que me estoy jugando la vida, pero tengo 80 años y ya no me importa. Yo sé que estoy haciendo algo bueno en beneficio de la gente, de los conductores, del posible próximo muerto que haya. O a lo mejor estoy haciendo algo en favor de la DGT», reflexiona para Diario de Ibiza.

Seis décadas viviendo en este punto le dotan de plena autoridad para comentar que «el tráfico ahora se ha puesto imposible», hasta el punto de que le parece «una locura». Y se equivoca quien piense que es solo cosa de coches o motos.

«Veo autobuses de pasajeros circulando por el carril izquierdo y adelantando a otros coches que a su vez ya estaban superando el límite de velocidad. Es increíble, y ya no te digo nada de los camiones de altísimo tonelaje, esos son los que menos respetan el límite. Esto es un como un rally: a ver quién llega antes a la rotonda».

Lo cuenta mientras no deja de agitar su cartel y los vehículos pasan casi rozándole. «Algunos me pitan, otros me enseñan el pulgar hacia arriba y otros me saludan, pero es muy raro que la gente pise el freno», se resigna.

El accidente

Después de tantas semanas predicando en su desierto de asfalto, el pasado martes llegó el accidente que cargó de razón a Lucho: «Estaba en casa cuando oí un ruido muy fuerte. Salí y ahí estaban, justo delante de mi casa. Lo vi desde la ventana de mi cocina. Salí a hacer unas fotos y a preguntar qué había pasado, pero no hacía falta preguntar nada. El conductor no murió de milagro, pero quedó bastante maltrecho.

Así es su relato del choque entre un Ford Focus y un camión de la basura que se encontraba detenido junto al contenedor donde Lucho arroja sus desechos. La violencia del impacto provocó que el morro del coche quedara empotrado en los bajos del camión.

Lucho también llevó su reivindicación al Consell de Ibiza, donde no le dieron «ninguna explicación», y llegó a hablar con un responsable de la DGT que no le hizo «ni puñetero caso». ¿Bastará el último accidente para que la gente afloje el pie del acelerador?

«Yo creo que esto no se soluciona ni con un radar de la DGT. Ya hay uno cerca y nadie hace caso de él. Mi mujer me dice que soy el único que respeta las normas de tráfico en esta isla», narra Lucho, que podría vivir en Inglaterra, junto a sus hijos, o en Bélgica, donde su mujer ostenta varias viviendas: «Pero mi casa es Ibiza y no me quiero mover de aquí». Pues eso, que ya dice El Quijote que «es dulce el amor a la patria».

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