Ibiza
El lamento del okupado en Sant Antoni: «Mi error ha sido confiarme y pecar de bueno»
Su vivienda llevaba okupada cinco días cuando descubrió lo que estaba pasando

Sergio G. Cañizares

Vicente Riera tuvo una oportunidad el miércoles de resolver por la vía rápida la okupación de su vivienda en Sant Antoni, pero no pudo aprovecharla por una mezcla de ingenua bondad y falta de información. Eran las dos de la tarde cuando recibió el aviso de una vecina y acudió raudo a la calle Bisbe Cardona de Sant Antoni.
Lo hizo acompañado de unos amigos porque ya se olía el olor a quemado de la tostada que le esperaba dentro. La vivienda, deshabitada y propiedad de su madre, que vive en una residencia, tenía la puerta abierta, así que entró. Al fin y al cabo, es de su familia.
Dentro, se encontró con un hombre de origen magrebí y con una mujer española que se vieron sorprendidos in fraganti por el legítimo propietario. Desde ese momento empezaron a aplicar el manual del perfecto okupa. «Me dijeron que pensaban que el piso estaba abandonado», recuerda Riera en declaraciones a Diario de Ibiza.
«Yo les contesté que no, que solo estaba pendiente de reforma y que estaba a la espera del permiso de obra. También les dije que no tenía luz ni agua, que no era una casa habitable», resume.
Cambio de discurso
Ese instante era la ocasión que Vicente tenía casi en la mano y que se le escapó en cuanto volvió a salir a la calle. Cruzar el umbral de su propia casa puso en marcha el contador del proceso judicial, de duración completamente impredecible, que algún día resolverá esta okupación.
«En cuanto salí a la calle empezaron con otro discurso y me dije ‘uy, no vamos bien’. Mi error fue confiarme y pecar de bueno», rememora. Los okupas sabían perfectamente lo que hacían. Pasaron de contestar con buenas palabras a Vicente, que les había ofrecido que se marcharan por las buenas a pesar de que se habían cargado la cerradura, a sacar las garras en cuanto el dueño volvió a estar fuera del inmueble.
Así, amenazaron con llamar a la Policía y Vicente contestó que era exactamente lo que él pensaba hacer. En ese momento todavía confiaba en cerrar el asunto por la vía rápida, pero se topó con la cruda realidad de que la llegada de una decena de efectivos, entre Policía Local de Sant Antoni y Guardia Civil, no le sirvió de ninguna ayuda.
Los agentes no intervienen
Los okupas mostraron a los agentes un vídeo grabado el pasado sábado y «unos tickets de no sé qué», narra Vicente, para atestiguar que llevaban dentro de la vivienda desde el pasado sábado. Esos argumentos fueron la panacea para que los dos cuerpos de seguridad dieran un paso atrás y aseguraran que ellos no podían hacer nada en arreglo a las leyes vigentes.
Llegaron entonces las burlas, los insultos, el intento de agresión a Vicente y, cuando Policía y Guardia Civil ya se habían esfumado, el trabajo de carpintería a plena luz del día para poner otra puerta. «Si yo quiero cambiar la puerta porque está vieja o rota, tengo que pedir permiso. Pero si eres un okupa puedes cambiar la puerta y hacer lo que te dé la gana», lamenta la víctima.
Atrincherados
Al día siguiente, es decir, ayer, los okupas seguían dentro de la vivienda, tal y como comprobó este periódico, que también llamó a la nueva puerta sin obtener respuesta ninguna. Ahí continuaban, atrincherados justo donde la calle Bisbe Cardona se cruza con la calle Walter Benjamin.
Así se llamaba el filósofo alemán que creó la idea del ángel de la historia, ese que mira hacia el pasado y ve una acumulación de ruinas, mientras es arrastrado hacia el futuro por una tormenta llamada progreso. Una metáfora que mostraba su visión pesimista del progreso y su interés por las víctimas de la historia.
No hay duda de a quién corresponde este rol en la okupación de Sant Antoni. «La Policía no puede hacer nada porque la ley no se lo permite. Entonces, ¿les abrimos las puertas a todos los delincuentes?», se pregunta Vicente, que «de momento» no se plantea recurrir a una empresa privada para recupera su inmueble: «No estoy para pagar por una cosa que debería garantizar la autoridad».
«Cada día tengo más ganas de abandonar Ibiza», se despide Vicente con una media sonrisa de resignación. Justo antes de pronunciar esas palabras se escucha un ruido que recorre toda la calle, vacía a primera hora de la mañana. Es la puerta del pequeño balcón del que dispone la vivienda okupada, que alguien ha cerrado con fuerza y ganas de hacerse notar a través del ruido.
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