Educación

«Los tres mejores años de la vida de Pablo»

Pablo Valenzuela, el joven de Ibiza con diversidad funcional que en septiembre de 2022 cumplió su sueño de estudiar jardinería después de tres años de lucha a brazo partido de su madre, Carmen Ortuzar, y de la asociación Apies, culmina su periodo de formación de tres cursos de FP básica con las prácticas en un vivero de Sant Jordi, Agua y Jardín

Maite Alvite

Maite Alvite

Sant Jordi

Hay dos días que Carmen Ortuzar no olvidará nunca. El primero es el 23 de septiembre de 2022, cuando después de tres años luchando por ello, su hijo, Pablo Valenzuela, entró por la puerta del instituto Algarb para, por fin, cumplir su sueño de estudiar la FP básica de Agrojardinería y composiciones florales. El segundo es este lunes, cuando después de tres cursos, este joven de 21 años con síndrome X frágil empieza sus prácticas en Agua y Jardín, en Sant Jordi.

«Lo único que puedo decir es que estos han sido los tres mejores años de la vida de Pablo. Ha pasado de estar amargado a salir de clase todos los días supercontento. Estoy muy agradecida con el equipo educativo y, sobre todo, con la Asociación Pitiusa por la Inclusión Educativa y Social (Apies) y la que fuera su presidenta, Lola Penín, porque su apoyo y el de los medios de comunicación han sido indispensables», dice Ortuzar. Acaba de llegar al Algarb y está esperando a que sean las 11 horas para acompañar a su vástago al centro de jardinería y vivero de Sant Jordi.

Aunque todavía se le tuerce el gesto al hablar de los tiempos en el que su hijo lloraba a lágrima viva porque no quería ir al instituto, la idea de que ya esté en la recta final del ciclo básico de Agrojardinería, la formación que él siempre había anhelado, la hace inmensamente feliz. Y no solo por él sino por lo que esto puede implicar para otros jóvenes en su misma situación.

«Pablo ha abierto una rendija» para que las personas con diversidad funcional a partir de los 16 años puedan seguir formándose en lo que deseen con los recursos de apoyo necesarios, pero, como subraya Ortuzar, «esto se tiene que seguir luchando».

Pablo Valenzuela escucha atentamente las explicaciones de Cristina Pedrajas, que ejerce de guía por las instalaciones de Viveros Agua y Jardín.   | T. E.

Pablo Valenzuela escucha atentamente las explicaciones de Cristina Pedrajas, que ejerce de guía por las instalaciones de Viveros Agua y Jardín. / Toni Escobar

«Educación tiene que abrir los ojos a la realidad de jóvenes como mi hijo, escuchar lo que necesitan y ofrecerles las mismas oportunidades que al resto», insiste. Todavía le pesan los tres años en los que la conselleria balear del ramo le estuvo negando la posibilidad de que Pablo estudiara lo que más le gustaba, jardinería, ofreciéndole como alternativa o un aula de transición a la vida adulta o una FP básica de cocina, opciones que no le atraían para nada.

Tanto batallar le ha pasado factura en su salud, pero para Ortuzar todo el esfuerzo ha merecido la pena al ver cómo la vida le ha cambiado, a mejor, a su hijo, que en estos momentos sale por la puerta del instituto Algarb, listo para poner rumbo al centro de jardinería y vivero donde va a comenzar sus prácticas.

Una día de nervios y emoción

Si la madre está emocionada, Pablo no puede disimular ni los nervios ni las ganas que tiene de comenzar esta última etapa formativa, que concluirá el 13 de junio. A partir de ahora, de lunes a viernes, tendrá clases en el Algarb de las 8.15 horas hasta las 11 horas y luego, desde las 11.45 hasta las 14 horas, estará en Viveros Agua y Jardín poniendo en práctica todos los conocimientos adquiridos.

Como en las horas en las que está en el centro educativo, contará con el apoyo de una especialista en Pedagogía Terapéutica (PT). En su caso, son tres, que se van turnando a lo largo de la semana, Sonia Arias, Trini Más y Carmen Tamborero.

Ellas y Lidia Baos, su tutora, o «la jefa», como la llama él, van a estar acompañándole en Agua y Jardín en este día tan señalado. Pero Pablo y Carmen Ortuzar se adelantan y a las once y media ya están en el vivero para saludar a José María Marí Tur, que va a ejercer de tutor de prácticas. «Estoy muy contenta y agradecida con ustedes por dar oportunidades a jóvenes con diversidad funcional», es lo primero que le dice Ortuzar tras estrecharle la mano.

Una vez hechas las presentaciones, la madre de Pablo pone en antecedentes a Marí y le explica lo mucho que le gusta la jardinería a su hijo desde que empezó a estudiarla como asignatura optativa en primero de ESO en el Algarb. «Ese instituto lo estrené yo», comenta el encargado del vivero, al que no le extraña que el joven haya sentido predilección por un mundo «tan entretenido» como el de las plantas.

Pablo y una de las PT que le dan apoyo, Carmen Tamborero.   | T. E.

Pablo y una de las PT que le dan apoyo, Carmen Tamborero. / Toni Escobar

Mientras en el exterior cae un buen chaparrón, que dura solo unos minutos, les comenta que durante las horas que Pablo esté allí «asistirá a sus compañeros de trabajo realizando tareas sencillas como quitar hierbas, colocar plantas, poner etiquetas o barrer».

Ruta por el vivero

El joven escucha con atención y mira con los ojos bien abiertos todo lo que hay a su alrededor. No se imaginaba un vivero tan gran grande. Cristina Pedrajas, una de las empleadas, se ofrece a hacerle de guía por el establecimiento, empezando por la zona cubierta donde hay plantas de interior y muebles de jardín.

Le explica que en los días de viento, como es el caso, una de las tareas es poner en pie todos los ejemplares que el aire haya derribado. Le cuenta también que cada mañana, a las 10 horas, se empiezan a regar las plantas y le enseña a tapar los goteros que no se usan para no malgastar agua.

Después de mostrarle la parte de sombrajo donde se concentran, entre otros, árboles frutales, plantas tropicales, flores de temporada y cactus, le lleva a «la zona de recuperación», una especie de «hospital de plantas» donde tratan de devolver a la vida «todos los ejemplares pochos».

Durante el trayecto, se cruzan con varios gallos salvajes y Pedrajas le enseña a Pablo la maceta de una palmera donde una gallina ha puesto ocho huevos. Continúan luego la ruta. «Este es un trabajo muy bonito, al aire libre y oliendo siempre a flores», le dice la trabajadora de Aguas y Jardín antes de despedirse.

Acaban de llegar al vivero Baos y las tres PT, las «Ángeles de Charlie de Pablo», como las llama en broma la tutora. Él, que hasta ahora había tenido una actitud más bien tímida, empieza a soltarse. Se nota que con ellas tiene mucha confianza. «Se moría de ganas de hacer prácticas, lo veo muy motivado y nervioso, también lo estamos nosotras porque es la primera vez que estamos como PT en un vivero, de hecho, hemos descubierto el mundo de la jardinería gracias a Pablo», comenta Sonia Arias. Esta especialista en Pedagogía Terapéutica lleva con el hijo de Ortuzar «nueve años, los seis que cursó ESO y los tres del ciclo formativo».

Recorren las instalaciones con el joven aprendiz de jardinero, que les comenta por el camino alguna de las cosas que le ha explicado Pedrajas y les lleva hasta la palmera donde están escondidos los huevos de gallina. Baos aprovecha el momento para darles instrucciones a las PT, que acompañarán a Pablo durante todas sus prácticas.

La tutora comenta a Ortuzar que está «supercontenta» con todo lo que ha conseguido Pablo y confiesa que el curso que viene lo va a echar mucho de menos. Se funden en un abrazo y Ortuzar se emociona. «Han sido los tres mejores años de su vida», repite.

Antes de despedirse de todos para regresar a casa, la progenitora de Pablo se dirige a su hijo para darle unos cuantos consejos maternos: «Pórtate bien, escucha y aprende mucho para que luego puedas conseguir un trabajo en el vivero». Luego se da la vuelta y con una amplia sonrisa dice convencida: «Este va a estar aquí feliz no, lo siguiente».

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents