La Última

Tres años de huida sin llegar a ningún sitio

El fotógrafo Javi Parejo viajó a la frontera entre Ucrania y Rumanía al principio de la invasión rusa para documentar la parte emocional y humana del conflicto

Una joven madre ucraniana y sus dos hijos cruzan la frontera con Rumanía ayudados por una voluntaria. | JAVI PAREJO

Una joven madre ucraniana y sus dos hijos cruzan la frontera con Rumanía ayudados por una voluntaria. | JAVI PAREJO

Pilar Martínez

Pilar Martínez

«No somos conscientes de que tenemos una guerra ahí al lado, a solo tres horas de avión, ni tampoco de que Ucrania era un país como el nuestro, donde la gente vivía una vida muy parecida a la nuestra y que, de repente, tuvo que abandonar sus casas y huir sin saber adónde o quedarse y morir». Quien así habla es Javi Parejo, formenterés de adopción y fotógrafo freelance con años de experiencia a sus espaldas que, estremecido por las noticias que llegaban a través de los medios de comunicación los primeros días de la invasión rusa, decidió desplazarse hacia la zona en guerra para documentar «la parte emocional, los sentimientos de la gente», al mismo tiempo que intentaba responder a las preguntas que se amontonaban en su cabeza: «¿En qué momento hemos llegado a esto?, ¿cuál es el fin de tanto odio?, ¿qué vamos a hacer?».

Un refugio improvisado en una iglesia rumana. | JAVI PAREJO

Una anciana en silla de ruedas a su llegada a Rumanía. / Javi Parejo

Ya han pasado tres años desde que Parejo se puso en contacto con un conocido rumano que se ofreció para servirle de intérprete y, sin pensarlo demasiado, viajó hasta la zona fronteriza entre Rumanía y Ucrania para recorrerla de norte a sur, desde la localidad de Sirat hasta Issacea, donde el Danubio ejerce de frontera fluvial, con el objetivo de dar a conocer al mundo el terrible éxodo al que se vieron abocados los ucranianos para salvar su vida.

Una anciana en silla de ruedas a su llegada a Rumanía. | JAVI PAREJO

Refugio improvisado en una iglesia rumana. / Javi Parejo

De su experiencia en los campos de refugiados donde esperaban los exiliados para después ser trasladados a otros países de acogida, destaca el discreto pero imprescindible papel de las mujeres en esta tragedia. «Parece que, como son los hombres los que van a la guerra, la mujer se queda en casa sin hacer nada», explica, «pero es todo lo contrario: sufren tanto o más que ellos porque son las que tienen que poner a sus hijos a salvo y para ello no dudan en viajar lo que haga falta hasta llegar a territorio seguro».

Otras muchas «se quedan, luchan y mueren», pero para las que huyen dejando atrás a sus parejas o a parte de su familia su día a día tampoco es fácil. Este fotógrafo apasionado de los viajes considera que «antes era normal que pasaras meses sin saber nada de las personas de las que te separabas, pero las facilidades para comunicarse que hay ahora hacen que, cuando tus seres queridos dejan de responder a las llamadas o a los mensajes, la incertidumbre de no saber si están vivos o muertos es mucho más difícil de sobrellevar».

Y como siempre que los adultos deciden demostrar su poderío machacando al prójimo, los niños acaban pagando el precio más alto sin comerlo ni beberlo, una situación de la que fue testigo Parejo durante las dos semanas que permaneció en la zona y que le conmovió especialmente.

Por los puestos fronterizos que visitó, a penas cruzaban hombres jóvenes, ya que solo los que tienen más de tres hijos pueden huir con ellos; el resto debe quedarse a luchar en el país. Así que la mayoría de los que eran recibidos por los voluntarios rumanos con los brazos abiertos eran ancianos o mujeres con niños. En las caras de los pequeños «se reflejaba el cansancio y al mismo tiempo la incredulidad de no saber por qué estaban pasando eso, por qué les regalaban cosas, por qué no estaban en sus casas, dónde estaban sus padres, dónde iban a dormir esa noche», describe el fotógrafo. «Con una mezcla de miedo, tristeza y cansancio, se agarraban a lo único que de verdad les daba seguridad y fuerza: su madre», prosigue.

Otro grupo de personas que le llamó la atención fueron los que entraban en Rumanía a por bolsas de comida y regresaban a sus casas en Ucrania «porque no tenían adónde ir ni sabían qué hacer». Una de estas personas, de avanzada edad, explicó al fotógrafo que durante la postguerra de la II Guerra Mundial se vio obligada a emigrar y, después, una segunda vez por la invasión de Crimea en 2014. «Me preguntaba, como si realmente esperara una respuesta por mi parte, que dónde iba a ir ella con casi 90 años», recuerda.

Parejo no descarta volver a la zona para ver cómo ha evolucionado el conflicto y sigue preguntándose, tres años después, qué habrá sido de todas esas personas que fotografió en el que seguramente era el momento más delicado y traumático de sus vidas.

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