Invasión de serpientes: Capturada una culebra de 188 centímetros en Ibiza
El holandés Rudi Francois ha atrapado medio centenar de ofidios en los últimos dos años en Can Bufí: «Antes había en este bosque miles de lagartijas. Ya no ves ninguna»

Rudi sostiene la serpiente de 188 centímetros. / R. F.
Posiblemente, la culebra de herradura (Hemorrhois hippocrepis) que Rudi Francois atrapó el pasado verano en la finca donde vive sea una de las más grandes capturadas desde que estos ofidios comenzaron a expandirse por Ibiza: 188 centímetros. Es un tamaño que difícilmente logran alcanzar estos animales en la Península, donde, aunque están protegidos, se las tienen que ver con poderosos predadores que las diezman antes de que lleguen a esas longitudes. Y de ahí que aquí crezcan hasta semejante tamaño y corpulencia, casi sin límite. En las Pitiusas no viven sus depredadores naturales, entre los que se encuentran otros ofidios, como la culebra bastarda (e incluso otras culebras de herradura de mayor tamaño), aves rapaces como el águila culebrera (especializada, como indica su nombre, en este menú), el meloncillo e, incluso, el jabalí, según detalla la Asociación Herpetológica Timon.
En los últimos dos años, Rudi Francois ha capturado medio centenar de culebras donde reside, en la zona boscosa de Can Bufí, cerca de la cantera. Allí ha desplegado estratégicamente cinco trampas, además de otras cinco que tiene en su propia casa. Lleva viviendo allí una década: «Cuando llegué, había miles de lagartijas. Caminabas por el bosque y las escuchabas. Desde hace cuatro años no queda ni una. Ya no se ven. Aquí ya sólo hay culebras. Es triste».

Una serpiente capturada junto a un automóvil. / D.I.
Un caso extraordinario
Lo habitual es que las serpientes que caen en sus trampas tengan «de 50 a 120 centímetros», que ya es un tamaño considerable. La de 188 fue un caso extraordinario.
Cree que hay tantas en los alrededores de su vivienda porque se sienten atraídas por el olor de los guacamayos y cacatúas que cuida y que son propiedad de un holandés que regenta un zoológico en Países Bajos (con gorilas, lobos, tigres y pandas cuyo alquiler cuesta, calcula, un millón de euros al año). De hecho, en una ocasión desapareció una cría de guacamayo que vivía, junto a la pareja de adultos y su hermano, en una enorme jaula de madera. Encontró el cadáver fuera. Cree que el ofidio no se lo llegó a tragar debido a su tamaño. Lo ocurrido coincidió con el hallazgo de una culebra de herradura de 120 centímetros dentro de una de sus trampas: «Son tan grandes que para matarlas tengo que utilizar palos muy gruesos».
Y matarlas, asegura, le desagrada, aunque no le queda más remedio que hacerlo para proteger a los animales que cuida, admite. Desde los cinco años, Rudi ha tenido siempre la compañía de aves, desde palomas a cacatúas y guacamayos, a los que amaestra para que, tras un vuelo de media o una hora, regresen a su jaula. Cuenta que tiene una motocicleta Harley Davidson y que a veces, mientras circula por ella por el campo, los guacamayos le siguen a pocos metros de altura.
Además de esas 10 trampas que ha colocado en Can Bufí (se queja, por cierto, de que el Govern no las instale por su cuenta en esa zona, a pesar de la notable densidad de ofidios que asegura que hay por allí), cuenta con otras 13 en Sant Agustí y en Santa Eulària, en sendas propiedades de su jefe neerlandés: «Pero en ningún otro lugar hay tantas como en Can Bufí. Necesitamos más trampas en esta zona porque se está produciendo una gran catástrofe ecológica», afirma.
Hasta finales del mes de abril, cuando con el calor vuelvan a ‘despertar’, no volverá a colocar las trampas (con ratones) en el bosque. Teme que este año se disparen las capturas.
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