Transportes

Los ciudadanos de Ibiza redescubren el bus... pese a su impuntualidad

El transporte público en Ibiza ha batido su récord de usuarios pero todavía sigue adoleciendo de sus problemas eternos, como la falta de puntualidad y la escasa comunicación en las zonas rurales. Unos problemas que debería paliar la nueva contrata de transporte público.

David Ventura

David Ventura

Ibiza

Los ibicencos están redescubriendo el transporte público, pese a sus notorias carencias y a los aspectos pendientes de mejorar. Según datos del Consell de Ibiza, en el año 2024 se superó por primera vez la cifra de 7 millones de pasajeros, ya que se realizaron 7,3 millones de viajes en autobús. Un 9,6% más que en el año anterior y un 27,5% más que en el año 2019.

Nunca se ha usado tanto el autobús como ahora y cuando esté lista la nueva concesión del servicio de transporte público -los plazos que maneja el Consell es que esto se produzca después del verano- estas cifras deberían aumentar más todavía gracias a las mejoras en el servicio. De momento, los usuarios todavía tienen que aguantar inconvenientes heredados que parecen eternos: vehículos que no están adaptados, falta de puntualidad y conexiones deficientes en las zonas rurales.

Los usuarios consultados para realizar este reportaje nos aportan algunas conclusiones en común: el nivel de satisfacción es mayor en Vila y su periferia urbana que en las áreas rurales; y que gran parte de los usuarios del transporte público está conformado por jubilados, menores de edad que todavía no tienen carné de conducir o personas que viven en una situación económica precaria y que no pueden permitirse comprar un vehículo propio. En estos últimos casos, la sensación es que, a la que puedan, intentarán adquirir un coche para dejar de pasar largos ratos esperando un bus que nunca llega a la hora establecida.

Una parada de bus en el centro de Eivissa. | D.V.

El autobús de la línea Vila-Sant Miquel, a su paso por Santa Gertrudis. / D.V.

«Pillar el coche es tontería»

María Rodríguez espera el 14A en la estación Cetis de Vila. Vive en Cas Serres y explica que el coche no lo necesita para nada: «El bus pasa cada media hora y estoy encantada. Pillar el coche es una tontería. Además, cada vez somos más los que cogemos el autobús porque es gratis. Así da gusto». No obstante, este entusiasmo se enfría cuando describe el estado de algunos vehículos: «No me gusta que traigan aquí los autobuses que ya no sirven en la Península, ¡ni que fuéramos menos! El de la línea del aeropuerto tiene los asientos muy incómodos. Además, no están adaptados para las personas que van en silla de rueda o para quien lleva un carrito».

Maria Serra, otra jubilada que también espera el bus, coincide completamente. «Los autobuses no están pensados para la gente mayor. Muchos no tienen una rampa que te facilite subir. A veces el desnivel para subir es muy alto. No es nada cómodo. Eso hay que cambiarlo».

Paola Celis es una joven que vive en es Viver y está satisfecha con el transporte público: «Para venir al centro está perfecto. Además, yo también tengo la tarjeta para viajar gratis. Desde que la tengo, uso muchísimo más el autobús. Fue una muy buena idea».

Isabel Antelo está esperando el 12A, que la llevará a Puig d’en Valls. Es otra usuaria satisfecha: «Yo hago vida en Puig d’en Valls, apenas bajo a Vila, y cuando lo hago es siempre en autobús. Estoy muy contenta». Explica que ha venido a la ciudad para ir a la consulta de la podóloga y que pese a que podría utilizar el coche, ni se le pasa por la cabeza: «Entre que buscas aparcamiento y das vueltas y vueltas… la verdad es que no vale la pena. Y este bus pasa cada media hora. Vengo tranquila y es mucho mejor».

También está contenta Antònia Font, una jubilada que se ha subido al autobús 13, que la llevará de regreso a Santa Eulària: «Hemos bajado a Vila a visitar a una amiga que está un poco flojita. No me puedo quejar. En invierno tenemos bus cada media hora, y en verano cada veinte minutos. Todo perfecto».

Los usuarios de la corona urbana de Vila y de los principales núcleos urbanos, como Santa Eulària y Sant Antoni, están en su gran mayoría satisfechos. El problema es cuando hay que acceder a zonas urbanas que no son tan céntricas. Juliana Burgos, que también se ha subido al bus 13 en dirección a Santa Eulària, no está tan satisfecha como su amiga: «Yo vivo en es Canar y para ir allí prácticamente no hay comunicación. En verano todavía, pero en invierno casi no pasa. Te sientes abandonada. Deberían poner más autobuses».

Diana García hace acopio de paciencia mientras espera el bus. | D.V.

Diana García hace acopio de paciencia mientras espera el bus. | D.V.

El aislamiento interior

María Ocaña sufre una situación parecida. Vive en Port des Torrent y en invierno casi no tiene enlaces: «En verano tengo la línea 9, que me va muy bien. Debería funcionar también en invierno. Ahora el bus me deja cerca de Sant Antoni pero luego tengo que andar media hora. En verano es cierto que hay muchos buses, pero en invierno es una birria, si te soy sincera». Una situación que la enfada profundamente: «Es un sistema de transporte pensado para los turistas. ¿Y los que estamos aquí levantando la isla todo el año? ¿Y los que pagamos con nuestros impuestos este servicio? Me da mucha rabia».

Si nos alejamos de Vila y del Cetis, el paisaje es muy distinto. En las paradas de bus que hay en la carretera de Santa Eulària, por ejemplo, en muchas ocasiones la información de los trayectos es incompleta o los carteles han sido vandalizados y arrancados. Las pantallas en las que se debería avisar de la frecuencia de paso y de la llegada de los próximos autobuses, tampoco funcionan. Algunas no tienen ni asiento y los vecinos han dejado butacas o sillas de plástico, como en la parada que hay en el cruce con la carretera de Sant Joan.

María Casado está esperando en la parada que hay en Santa Gertrudis el autobús 25, que la llevará a Sant Miquel. Curiosamente, en la parada no hay ninguna información ni nada que advierta de que el 25 pasa por ahí. La pantalla, además, está apagada. «Creo que no ha funcionado nunca», dice Casado, a quien esta falta de información no le afecta: «Me descargué el código QR y lo tengo controlado. Este sale a las 11.45 horas de Ibiza y llega sobre las 12.05». Vive en Sant Miquel, pero ha bajado a Santa Gertrudis para limpiar una casa: «Hay frecuencias y horarios buenos. No me quejo. Y el fin de semana, para bajar a Vila, también pillamos el autobús. Allá no hay parking y entrar en la ciudad es un lío. Yo he convencido a mi marido de que hay que usar más el autobús».

Juliana Burgos y Antònia Font, en el bus camino de Santa Eulària. | D.V.

Juliana Burgos y Antònia Font, en el bus camino de Santa Eulària. | D.V.

No es tan optimista Olmo García, un adolescente que vive en Sant Llorenç y que critica la falta de comunicaciones que sufren en su pueblo: «Por ejemplo, si quiero ver a mis amigos que viven en Santa Gertrudis, tenemos que quedar en Vila». Comenta también que, a causa de estos déficits, se ve obligado a hacer todas las extraescolares en Vila, y que su vida está condicionada por las erráticas frecuencias de paso: «Tengo clase de teatro a las 18 horas en Vila. Media hora después de comer tengo que coger el bus que me deja a las 16.30 en Vila y me quedo colgado durante una hora y media. Después tengo que salir de clase antes de que termine porque si pierdo el bus de regreso de las 20 horas, luego no tengo otro hasta las 21.45».

Olmo también comenta que los autobuses no destacan especialmente por su puntualidad: «A veces pasan diez minutos tarde, pero otras veces lo hacen diez minutos antes. Debería haber más conexiones y, por favor, más puntualidad».

Se ruega puntualidad

Diana García también está sufriendo en carne propia la impuntualidad del transporte público. Está en la carretera de Sant Josep, en la parada que hay delante del bar Can Jordi. El 8 debería haber pasado a la una en punto, pero ya es la una y cuarto. Esta mujer, que trabaja como cuidadora y que también limpia casas, depende del transporte público para ganarse la vida: «Vivo en Sant Antoni. Sábado, domingo y lunes vengo a Can Jordi. Los martes voy a Cala de Bou y los miércoles al aeropuerto. Los autobuses siempre se demoran. Tengo suerte de que mis jefes son comprensivos y si llego diez minutos tarde, se hacen cargo».

La parada en la que se encuentra Diana es una calamidad: no hay ni un solo rótulo con las líneas ni las frecuencias de paso y la pantalla informativa tampoco funciona. Solo tiene el código QR para la descarga de la información. «Me da igual. Lo tengo todo en la cabeza. Me sé todas las líneas y los horarios de memoria», comenta con el legítimo orgullo de quien se sabe inteligente pese a que la vida no le ha dado buenas cartas. Finalmente, el bus llega a las 13.24 horas: «Debería ser más puntual, porque somos muchos los que dependemos de los buses para trabajar y ganarnos la vida».

Jaume Marí es un adolescente que está esperando en la parada de Sant Josep el bus que le lleve a Vila. Son las 13.30 y a las tres de la tarde entra a clase en el IES Isidor Macabich. Cada día, gasta una hora y media de su tiempo en llegar a su destino. Y luego tiene que volver. Para él, usar el transporte público es una maldición: «Cuento los días que quedan para sacarme el carné de conducir», admite.

La pantalla informativa de la parada ofrece información errónea: «Lleva rota desde hace tiempo». Este joven no ahorra críticas al actual sistema de funcionamiento del transporte público: «Me descargué la app de Alsa para conocer la situación de los autobuses en tiempo real y no acertaba ni una. Debería haber más frecuencias y, sobre todo, que sean puntuales, porque la frecuencia de paso es una lotería».

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