Inserción
Adrián Juan: Cómo salir adelante cuando vas perdiendo la vista
A Adrián Juan Guasch le diagnosticaron retinosis pigmentaria a los 18 años, pero su vista no se vio afectada hasta los 27. Con el tiempo, la enfermedad le ha obligado a dejar el ‘ball pagès’ y, en breve, el trabajo, pero lucha por «enfrentarse a un mundo nuevo» y salir adelante

Adrián Juan Guasch, a su llegada al trabajo como administrativo en los Juzgados Civiles del Cetis. | MARCELO SASTRE

La pasión de Adrián Juan Guasch por el ball pagès tiene un pase a la posteridad gracias a la escultura de la pareja folclórica que adorna la rotonda de Sant Carles. «Es muy esquemática, pero se hizo a partir de una foto de mi hermana y yo bailando», revela. Pertenecer a la Colla de Sant Carles era mucho más que una afición. Recuerda con orgullo que, durante 15 años, fue el ballador más elegido para protagonizar Ses nou rodades, la danza más «íntima y delicada», la que culmina las exhibiciones. Detalla con cariño cómo su abuela, de 88 años, le confeccionaba las prendas. «Fuimos a muchos viajes para participar en festivales y yo busqué muchos de los grupos de intercambio por internet. Era un estilo de vida para mí», sentencia.
La retinosis pigmentaria le condenó a abandonar el ball pagès. Se la detectaron a los 18 años, justo después de finalizar la Selectividad y cuando iba a emprender un viaje al País Vasco como invitado de la Colla de Santa Gertrudis. «Entonces, quedaron más afectados mis padres que yo», detalla.
Él veía sin problemas. Se trata de una enfermedad degenerativa y sin cura que afecta de muy diversas maneras. «Es como si a una pantalla le vas quitando el brillo poco a poco, hasta que llega un momento en que no aprecias la imagen», explica. En su caso, salvo el choque inicial que le produjo la noticia, pudo seguir con su día a día sin cambios. Estudiando, trabajando en un hotel o en una notaría.
El diagnóstico le había llegado después de notar que, cuando oscurecía, perdía nitidez en la visión, pero no percibía ningún cambio durante el día o con buena iluminación. «Hay gente a la que retinosis le viene de pequeño y se queda sin vista en seguida, mientras que otra es mayor y mantiene un resto visual aceptable», precisa. En su caso, la pérdida grave se desató a los 27 años, en 2014.
El empuje
«Fue muy complicado, es un cambio muy grande y puede ser más duro aún aceptarlo. No me veía capaz de ir a buscar empleo. Tal vez me afectó más psicológica que físicamente», confiesa. En 2017, se afilió a la ONCE y fue tomando fuerzas para afrontar su nueva vida: «Hasta entonces, no tenía un apoyo técnico para saber qué hacer».
Gracias a aquel paso, se sintió con ganas de trabajar de nuevo y se apuntó al Servei d’Ocupació de les Illes Balears (SOIB). Le reconocieron un grado de discapacidad del 77%, pero mantenía gran nivel de autonomía y vista suficiente. Tanta, que aún se atrevía a viajar sin compañía. En mayo de 2018, emprendió su último viaje en solitario, a Portugal, para dar rienda suelta a otra de sus grandes pasiones: «¡Yo soy eurofán!».
Anteriormente, había disfrutado del festival en Copenhague (2014, con Ruth Lorenzo) y Viena (2015, con Edurne), pero en Lisboa disfrutó más que nunca: «Estuve toda la semana. Asistí a las dos semifinales, al ensayo general y a la final. Es una explosión de adrenalina que no puedes comprender si no eres eurofán». Durante aquellas vacaciones, recibió una llamada del decano del Colegio de Procuradores de Balears. Concertó una entrevista de trabajo para la semana siguiente y se pasó a ser el administrativo de los procuradores en los Juzgados sociales, en el Cetis.

Adrián, en su despacho en los Juzgados. / Marcelo Sastre
«Mi jefe al principio estaba a la expectativa, pero ahora me dice que sintió un flechazo y apostó por mí tras la entrevista», recuerda. Muestra un agradecimiento infinito por él, al igual que por toda la ayuda de la ONCE para facilitarle el ordenador con lupa electrónica o los programas adaptados a la falta de visión en su trabajo.
Desarrolla sus labores administrativas en un pequeño despacho en el que van entrando algunos procuradores a por una toga o documentos. Recuerda entre risas aquel par de días que tuvo a una pareja de la Policía Nacional vigilando frente a su puerta. «Fue cuando incendiaron los viejos Juzgados en Isidor Macabich, por lo que trasladaron el calabozo a la sala que tengo al lado. Fue muy surrealista».
Mientras charla, salta a la vista la complicidad que mantiene con los procuradores y oficiales. También con el resto del personal del edificio, que le saludan cuando, al salir de su oficina para la sesión de fotos, choca con alguno de los grupos que esperan en el pasillo, hasta que despliega su bastón. «No veo a la gente por la calle. Si voy a un sitio nuevo, es como enfrentarme a un mundo desconocido si no cuento con nadie que me oriente», precisa.
La adaptación
«Como mentalmente me conozco a Santa Eulària de toda la vida, aprendo las rutas fácilmente», detalla. Ahora se topa con las obras en la calle Sant Llorenç o en la plaza de Espanya, por lo que su madre le ha tenido que acompañar un par de mañanas para marcar un itinerario alternativo. «Es una cosa que no me gusta, porque yo quiero hacer las cosas solo», subraya. Su hermana le acompaña una vez a la semana al supermercado.
Al margen de estos cambios temporales, cada mañana llega a su trabajo en autobús. La puerta de los Juzgados está a pocos metros de la parada. A primera hora, anda hasta la estación de Santa Eulària desde su casa en Cas Capità. «Me la compré en 2021 para vivir solo», indica.
Para apañárselas, es importante que la iluminación sea lo más clara y potente posible. Le conviene disponer de «cuantos más contrastes mejor». «Las paredes claras y el suelo oscuro, los platos de colores, para así percibirlos si están en la encimera o en la mesa. Hay detalles tan simples como tener el microondas con control giratorio y que haga clic al cambiar de posición. Para la vitrocerámica, la ONCE nos hace unas plantillasde plástico a medida con un hueco donde están los botones», precisa.
El mismo año que entró en la casa tuvo otra pérdida de visión que se ha ido agravando en estos últimos años. «Me encanta mi trabajo, pero ha llegado un punto en que ya tengo un grave problema para desempeñarlo. He tenido que pedir la incapacitación», se resigna.
Su confesión contrasta con su carácter alegre y desparpajado, pero «es muy duro de llevar». «Parte de la vida que llevabas queda cerrada, como sucedió con el ball pagès y Eurovisión. Lo pasas muy mal al darte cuenta que ya no puedes reconocer la cara de tus familiares, solo llego a percibir los ojos gracias al contraste del blanco con la piel», confiesa.
Ahora le toca afrontar otra transición como la que ya vivió hace una década. Se plantea aprender Braille y vender cupones. «El expresidente de la ONCE, Mariano Torres, me ayudó mucho en su momento y me sirve de ejemplo. También perdió la vista de joven por retinosis y pensar en gente como él me hace salir adelante». Otro puntal indispensable es el deporte. Se apuntó hace un año y medio al gimnasio que hay debajo de su casa y sigue las rutinas con un preparador, Santi, el amigo que le animó a que se esforzara: «Voy una hora al día y me da la vida».
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