SUCESOS

El aviso de la víctima que salvó vidas en medio del fuego

Una treintena de vecinos pasan momentos de angustia, pero logran salir indemnes del suceso

Fachada de la vivienda incendiada

Fachada de la vivienda incendiada / Vicent Marí

Guillermo Sáez

Guillermo Sáez

«Estaba durmiendo en mi habitación y me desperté escuchando gritos de: ‘¡Auxilio, auxilio!’. Al principio pensé que todavía seguía soñando». Una de las vecinas que escapa a la carrera del incendio de Santa Eulària relata lo ocurrido tres horas más tarde, aún esperando a que los bomberos le autoricen a volver a su domicilio.

Sigue vestida con el pijama, como tantos otros, mientras se toma una taza de café en el restaurante Royalty, situado a diez minutos a pie del lugar del suceso. Hasta aquí ha traído la Policía Local a todos los evacuados para que se refugien de una noche fría y, sobre todo, vayan digiriendo un susto enrome, probablemente el más grande de sus vidas.

¿Y tras escuchar esos gritos agónicos y comprobar que no era un sueño? «Después he comenzado a sentir un fuerte olor a humo y ya he imaginado que sería un incendio. He abierto la puerta de casa y estaba todo completamente lleno de humo. He cerrado rápidamente para que no entrara el humo», cuenta esa misma vecina.

Son las 6.30 de la mañana y el infierno ha abierto nueva sede en Carrer des Riu. Nada más cerrar la puerta, esta joven corre a avisar a sus dos compañeros de piso, un chico y una chica de edades similares. Ellos no han sentido nada y se ponen en marcha gracias al buen oído de su amiga. Deciden asomarse a la ventana buscando aire limpio. Antes de que les dé tiempo a hacerse preguntas trascendentales, escuchan que alguien llama a la puerta.

Abren asustados y entre la negrura ven a un policía que les dice que venga, que se den mucha prisa, que hay que escapar raudos. Antes, tienen la sangre fría de coger unas toallas para taparse la cara y protegerse del humo. Salen a la calle junto con todos esos vecinos que también evacuan el edificio, sin que nunca llegue a cundir el pánico. En cinco minutos todo ha pasado, al menos para ellos.

Otra vecina cuenta que también ha despertado por los gritos de la víctima: «¡Se quema, se quema mi casa!». Y un tercer residente recuerda que le han despertado no los gritos, sino unos golpes que cualquiera asociaría al mismo motivo: «Pensaba que estaban moviendo muebles». Difícil razonar con claridad cuando todavía estás medio dormido. «Luego ya hemos empezado a salir y a chillar ‘¡Fuego, fuego, fuego!’ y entre todos nos hemos juntado y nos hemos salvado».

Esa unión crucial la agradece especialmente una anciana que no puede caminar, pero que también logra poner tierra de por medio con ayuda ajena. Una mezcla entre ‘Fuenteovejuna’ y la película ‘Llamaradas’ cuando el amanecer ni siquiera ha empezado a asomar la patita en Santa Eulària.

El aviso vital de la víctima

Los vecinos van saliendo apresuradamente del edificio y algunos encuentran en el portal a la víctima. Salta a la vista que su estado es malo. Muy malo. Y aún así, saca fuerzas, a saber de dónde, para confirmar que no hay nadie más en su piso. «Estaba solo, no hay nadie más», dice.

Esa advertencia seguramente salva a los bomberos de correr un peligro todavía mayor. Puesto a salvo, al menos momentáneamente, empieza la segunda etapa de la carrera para salvar su vida. Primero el Hospital Can Misses y después La Paz en Madrid, ya que la Unidad de Quemado de La Fe de Valencia no es una opción por motivos de ocupación.

Mientras la víctima lucha por sobrevivir con la ayuda de los profesionales sanitarios, los bomberos pelean contra un fuego feroz que tardan horas en domar. Para hacerlo, emplean cantidades ingentes de agua, tanta que se rompen algunas cañerías y se inunda el piso inferior, que ya está desalojado, igual que todos los demás.

Las huestes de Manuel Sevilla, jefe del cuerpo, se reparten faenas: unos se enfrentan al incendio y otros cortan el gas y la electricidad para evitar males mayores. En esos primeros momentos de intensa batalla, los vecinos siguen los acontecimientos desde la calle mientras un vecino que ha bajado desde el edificio de enfrente baja a la calle para ofrecerles refugio y cualquier cosa que necesiten.

Finalmente, la treintena de vecinos evacuados recorren escoltados por la policía los 700 metros que separan sus casas del Passeig de s’Alamera, donde sigue la tensa espera hasta conocer el estado real de sus domicilios. Uno de ellos es inglés y le van traduciendo la información que llega con cuentagotas.

Un cóctel incendiario

Tras una ardua pelea, los bomberos por fin logran doblarle el brazo al fuego, que no devora tanto como se temía, más allá de la propia vivienda destruida. Luego van entrando con cautela a un piso que comprueban que es bastante espacioso: cuenta con tres habitaciones, un salón, dos cuartos de baño y una terraza. Está forrado de pladur, aislante y lleno de aerosoles de todo tipo. Todo eso es pura gasolina para el incendio.

«Había mucha carga de fuego y mucho calor en el interior», reconoce Sevilla, que prefiere tomarse con filosofía el comentario de algún vecino sobre una supuesta tardanza en llegar: «Siempre se dice que los bomberos tardan, pero es que de Sant Rafel aquí... Decir que hemos tardado 40 minutos me parece excesivo».

A las 10.30 de la mañana, cuatro horas después del primer aviso, los bomberos permiten la vuelta a casa de los primero vecinos de los bajos y los pisos inferiores. Lo hacen después de recibir luz verde por parte de dos especialistas del ayuntamiento de Santa Eulària, un arquitecto y un técnico.

«Han venido para ver dos bóvedas que nos tenían mosqueados y han dado el visto bueno», explica un bomberos a varios vecinos arracimados a su alrededor. Una bajante doblada es todo el daño estructural que han detectado, aunque «puede haber alguna cosa oculta». «Una aventurilla más», zanja otro vecino antes de volver a su casa.

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