Maria Orvay Torres
Delegada de Manos Unidas en Ibiza: «Deseamos que la gente del sur pueda salir de la pobreza sin tener que emigrar»
«No generalicemos con los jóvenes. Muchos están comprometidos con un mundo mejor»
«Hay países en los que pagan a las familias para que no lleven a los niños a la escuela, no les interesa tener una población formada»

Maria Orvay posa para Diario de Ibiza en la oficina de Manos Unidas en es Pratet, en Vila. / Vicent Marí

Maria Orvay Torres (Sant Jordi, 1956) es de esas personas que cualquier ONG valora, ya que lleva alrededor de tres décadas colaborando con Manos Unidas y ahora asume el máximo puesto de voluntaria en la isla. Está adaptándose a su nueva responsabilidad y recibe a este diario durante su primer día de oficina, en el despacho con el que cuenta la entidad en el Obispado. Son cuatro personas entregadas a la causa. Una de ellas, Margarita Portas, la delegada saliente, que continúa en el equipo.
Lleva unos 30 años como voluntaria de Manos Unidas. ¿Por qué comenzó y a través de quién?
Siempre he estado metida en cosas de mi parroquia y comencé a participar en las paellas solidarias que desde hace muchos años organizamos en Sant Jordi. Yo entonces ayudaba a quienes trabajaban allí. Fue donde comencé echando una mano, de manera puntual. Conocí a Maria Marí, que fue delegada de Manos Unidas en Ibiza, en una celebración de algún aniversario en Santa Creu. Era un evento en el que había catequistas, gente de Manos Unidas y demás. Yo también soy catequista, pero de mi parroquia. Maria me animó a implicarme y así comencé. Se me ofreció la oportunidad ir a las jornadas [de Formación de la ONG] en El Escorial y cuando vi lo que hacía la gente, la ilusión con la que la trabajaba y el fruto que daba en los países del sur, me enganché. Luego tuve la oportunidad de ser la responsable de Manos Unidas en Sant Jordi.
Ahora asume una nueva responsabilidad, a escala insular.
Me costó un poco decidirme. Le dije a una persona que yo no estaba preparada y me contestó que Dios no busca a las personas preparadas, sino a las que necesita. Lo hago por compromiso con la labor de Manos Unidas y porque creo que es un acto de justicia social hacer algo por quienes más nos necesitan. Merece la pena.
¿Cuáles son las líneas de actuación de Manos Unidas?
Trabaja en dos vertientes. Una es sensibilizar a la gente para que sepa que un mundo más justo es posible y que para lograrlo debemos trabajar todos. Estamos empeñados, sobre todo, en trabajar con la juventud, en que tomen conciencia de la necesidad de cuidar la naturaleza, de no despilfarrar. Que sepan que no necesitamos tantas cosas como a veces nos parece para ser felices. La otra rama es la búsqueda de financiación para los proyectos que realizamos en los países del sur. Son, entre otros, Zambia, Etiopía, Mozambique, Camerún, India, Ecuador, Paraguay o Brasil.

Orvay, durante la entrevista. / Vicent Marí
Muchas veces organizan charlas o jornadas en centros educativos. ¿Por qué ven importante acercarse a las aulas?
Manos Unidas está intentando acercarse a los jóvenes para que tomen conciencia. Al fin y al cabo son ellos quienes llevarán el mundo hacia adelante.
Varias entidades tienen como objetivo encontrar más voluntarios, y voluntarios jóvenes. ¿Es un reto?
Sí, es uno de los retos de todos, pero tampoco podemos generalizar. Muchos jóvenes están muy comprometidos y creo que cada vez más toman conciencia de la necesidad de implicarse para tener un mundo justo, en el que no se destruya la naturaleza y se protejan los bienes que tenemos. Si estuviesen bien aprovechados, tal vez conoceríamos un mundo sin hambre. Pero el problema es que cada vez hay más gente más rica y más gente más pobre. Cuanta más gente más rica hay, más pobreza.
Manos Unidas presentó en centros educativos de la isla su campaña ‘El efecto ser humano’. Se incidía mucho en que los países que más sufren la crisis climática son aquellos que menos culpa tienen.
Exacto, muchas veces son países a los que se está explotando. Hay países que a lo mejor tienen muchos yacimientos de minerales y demás, con mucha riqueza, pero que están sobreexplotados y que son lugares donde la gente vive en la extrema pobreza. A pesar de que deberían ser países ricos.
Roberto Martínez, formador de la ONG, dijo en Ibiza que la clase política llega tarde a ponerse manos a la obra con los objetivos que recoge la Agenda 2030. Manos Unidas lleva más de seis décadas trabajando por un mundo justo. Tienen que implicarse todos los gobiernos de los países, ¿no?
Es cierto que llevamos mucho tiempo. Es una cuestión de justicia social y nosotros estamos luchando con pocos recursos. Necesitaríamos que se implicasen todos los gobiernos y todo el mundo, porque hay muchas cosas que no podemos frenar solos.
¿Qué campaña tiene en marcha ahora la ONG?
Se llama ‘Compartir es nuestra mayor riqueza’ y la lanzaremos en febrero. Cada año sacamos una campaña con su lema. Hace poco vino el formador del departamento de Educación de Manos Unidas a dar una charla a profesores de Sant Jordi, precisamente sobre esta nueva campaña, y él nos ayudará a ponerla en marcha. El formador volverá la semana del 3 de febrero. En principio viene para impartir unos cursos a profesores del colegio Mare de Déu de les Neus y quiere aprovechar para dar alguna charla a estudiantes, pero estamos concretándolo, hay que pedir permiso a los colegios. También nos dará unas conferencias a los miembros de Manos Unidas.
¿Qué valores promueve la campaña?
A veces, cuando pensamos en la riqueza lo que se nos viene a la mente es el dinero. Pero riqueza es que tengamos calidad de vida, que nosotros y nuestro entorno seamos personas felices y tengamos salud. Creo que no podemos tener una absoluta riqueza y ser felices en el momento en que miramos la televisión y vemos que hay tantos millones de personas que viven en la extrema pobreza. Con el problema de pensar qué comerán. La campaña se basa también en los objetivos de desarrollo sostenible que firmamos con Naciones Unidas y está apoyada en la doctrina de San Francisco de Asís. Se basa en luchar por un mundo más justo: cuidando del planeta, no contaminando, no derrochando y garantizando la igualdad entre hombres y mujeres.
Hablábamos de las desigualdades entre los países del norte y los del sur, pero aquí, internamente, también han aumentado las desigualdades. Tenemos el problema de la vivienda, por ejemplo.
Es cierto que han aumentado las desigualdades en todos los países. Creo que cuanto más intentan enriquecerse un par de personas, más se empobrece el resto. De hecho, parece que la clase media está desapareciendo. Pero el otro día me comentaban que en una charla de colegio, los niños querían saber cuánto cuesta una casa allí [en países empobrecidos], y que el conferenciante decía: «¿Qué entendéis vosotros por casa?». Porque aquí se le llama casa a un hogar con todas las comodidades. Aquí, mucha gente, sobre todo los jóvenes, tiene muchas dificultades para acceder a una vivienda, pero hay lugares donde directamente la gente vive día a día, pensando en qué comerá hoy.
Estamos viviendo un contexto bélico, lo que también genera pobreza. Ante todos estos problemas, ¿podemos hacer mucho como individuos?
La verdad es que es limitado, por nuestra parte no podemos acabar con el hambre, pero sí que podemos luchar por un mundo más justo y aportar una gota de agua al mar. Si podemos hacer que haya un par de personas que vivan un poco mejor, pues bienvenido sea. Ya sabemos que es muy difícil acabar con el hambre en el mundo, pero es nuestro reto. No se acabará con la pobreza, la desigualdad y la injusticia social en un día, pero es nuestro deseo y nuestra lucha. En los países pobres, quienes más sufren son las mujeres y los niños.

Maria Orvay en su primer día de oficina en la sede de Manos Unidas en Ibiza. / Vicent Marí
A veces también hay graves problemas de acceso a la educación, ¿verdad?
Por supuesto, a veces el problema es el gobierno. En una jornada de formación de Manos Unidas nos explicaron que hay países en los que pagan a las familias para que no lleven a los niños a la escuela, porque no les interesa tener una población formada. Les incentivan para que no estén en un aula.
Comenzarían a reclamar cosas.
Exacto, comenzarían a reclamar sus derechos. Es muy duro. Y las que más lo sufren son las niñas, porque con los niños las familias a lo mejor aún intentan que vayan a la escuela, pero ellas están trabajando en la casa. Las chicas sufren todavía más la pobreza, aunque la padezcan todos los infantes.
¿Cuáles son las vías de financiación de Manos Unidas?
Varias. Por ejemplo, el Fons Pitiús de Cooperació cada año financia un proyecto. También recibimos ayudas de algunas empresas. Y de manera puntual, cuando hacemos algo como, por ejemplo, las comidas solidarias de Sant Jordi, nos ayuda el Ayuntamiento, la parroquia y los comercios de la zona. En estas comidas se recauda dinero para los proyectos y se intenta dar a conocer nuestra ONG. Al principio la gente venía porque había una comida, recuerdo que le llamaban «la comida del hambre». Mucha gente no sabía muy bien qué era Manos Unidas exactamente. A día de hoy, parece que cada vez se nos conoce más.
¿Cuál será su labor como delegada?
Lo primero: aprender mucho. Mi trabajo se centrará en tener contacto con Madrid, dedicarme a la coordinación, porque recibimos mucha ayuda de las parroquias y contamos con las delegadas comarcales, e intentar ponernos en contacto con empresas para ver si podemos recibir alguna ayuda. También tratar de captar socios.
La mayoría de personas voluntarias son mujeres, ¿no?
Sí. Afortunadamente, ahora tenemos aquí a un voluntario que nos resulta de gran ayuda [se ha marchado del despacho de la ONG antes de la entrevista]. De hecho, Manos Unidas nació en Madrid gracias a un grupo de mujeres de Acción Católica hace 66 años. Pensaron que tenían que hacer algo para intentar paliar la pobreza en el mundo. Desde entonces, la ONG se ha ido extendiendo y ahora hay 72 delegaciones en toda España. Manos Unidas ayuda a países del sur, pero ellos se tienen que implicar.
¿Puede explicarlo?
Sí, si Manos Unidas les financia un pozo, una escuela u otra cosa, ellos ponen la mano de obra. Normalmente ellos piden a Manos Unidas lo que necesitan. Ellos, y a través de las instituciones de allí, porque también trabajamos con misioneros y personas que están en la zona ayudándoles, pero a veces nuestras necesidades o prioridades no son las suyas. Si piden una cosa y se implican, valoran más lo que han hecho. O bien se intenta darles microcréditos para que puedan crear una pequeña cooperativa, o semillas para que puedan sembrar, o un pequeño taller para que las mujeres puedan trabajar y salir de casa. Nuestro deseo es que estos países puedan salir de la pobreza sin perder sus costumbres y tradiciones y sin que la gente tenga que irse de su país. Lo vemos aquí con la inmigración que recibimos. Cuando una persona se arriesga, en las condiciones en las que vienen, a hacer estas travesías, es porque está muy mal, desesperada.
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