Obituario
Adiós a Gastâo Heberle, el galerista tranquilo de Can Berri
El querido galerista falleció hace unos días

Gastâo Heberle, en Can Berri en 2013, durante la última exposición antes de su cierre definitivo. / C. López
Apostado, tranquilo, en la puerta de sus galerías. Mirando el devenir de los días. Analizando lo que le rodeaba. Leyendo en el ambiente y en la gente aquello que la mayoría sería incapaz de descifrar. Así permanecerá en el recuerdo de muchos Gastâo Heberle, el popular y querido galerista de Can Berri y Sargantana, fallecido hace unos días a los 80 años.
Heberle, brasileño de nacimiento (país del que salió en 1968 huyendo de la dictadura de Costa e Silva), se instaló en Ibiza en 1978, nueve años después de pisar la isla por primera vez con su mujer, la pintora Jussara, con la que había recorrido medio mundo (Estocolmo, París, Madrid, Barcelona, Colonia, Lisboa...). Siempre con la isla en la cabeza, acabaron decidiendo dejar de dar vueltas y asentarse en esta isla que se les había metido en el alma. Abrió la tiendita de arte Sargantana, en Sant Josep, a pocos pasos de la iglesia, y dos años más tarde la emblemática Can Berri, cuyas paredes acogieron las obras de Ferrer Guasch, Antonio Hormigo, Toni Cardona, Pep Marí, Adrián Rosa, Sarah Nechamkin, Toni Pomar, Boberman, Calbet, Stafforini...
Amante de las letras
Escritor, amante de las letras, publicó varios libros ambientados en la isla: ‘Los trabajos y los días’ (1979), ‘Boira’ (1982) y ‘Der Geist des Johannisbrotbaus (1994)’. Sus letras las acompañaban siempre los trazos de su ahora viuda.

Gastâo Heberle, en una foto de joven / EEIF
Durante los más de 30 años que dedicó a observar las obras, los artistas y la vida desde la atalaya de sus galerías, Heberle vio muchos cambios en la isla. «El declive», afirmaba él mismo. Gran conversador, el galerista recordaba el «galerismo vivo» que se encontró en la Ibiza de los años 70, cuando los alquileres eran «razonables y bajos» y cómo, durante años, convivió en su día a día con grandes coleccionistas de la isla, a los que poco antes de cerrar la galería de forma definitiva confesaba que echaba de menos: «Eran muy constantes, pero algunos ya han muerto y otros, simplemente, han dejado de comprar. Nadie los ha sustituido». Cuando llegó, los alemanes que visitaban la isla compraban muchos cuadros, con el paso de los años, señalaba Heberle, cada vez lo hacían menos.
Como galerista confesaba que únicamente seguía dos criterios a la hora de seleccionar quiénes exponían en el cálido rincón de Sant Agustí (el preferido de Ferrer Guasch para exponer sus obras ya que encontraba en él la Ibiza que echaba de menos, que conocía y amaba y que plasmaba en sus cuadros): «Que la obra tenga un mínimo de calidad y que sea buena gente, que no sea un artista molesto, que los hay muy pesados».

Heberle, en la reapertura de 2005 de su galería / P. Ribas
Sabía de lo que hablaba, se las había visto con todo tipo de pintores. Y de visitantes. Desde los enteradillos a los arrogantes, pasando por los que despreciaban las obras y los niños que lo tocaban todo. También, por suerte, con los amantes del arte educados y respetuosos que cruzaban el umbral de Can Berri como quien entra en una catedral. En alguna ocasión, incluso, y a pesar de las estrecheces económicas de toda galería de arte, Heberle se negó a prestar su espacio todo el verano para que un «millonario que pinta» expusiera su obra. Por mucho que le ofrecieran.
El renacer de la Galería Berri
Heberle vivió la resurrección de su querida galería. A finales de 2004, tras 25 años siendo el norte artístico de Sant Agustí, se le acabó el contrato en el local. Se despidió de la galería. Se resignó a quedarse únicamente con Sargantana. Sin embargo, en la primavera de 2005 la Galería Berri renació de sus cenizas con un nuevo contrato y una exposición colectiva. Esa segunda vida de Can Berri se agotó en 2013. A final de temporada, como cada año, el espacio cerraba sus puertas, pero no hubo una nueva primavera, el cierre, en esta ocasión, tras 33 años, era definitivo. Un final que asumía con la templanza y la calma que le caracterizaban, pensando en que a partir de entonces trabajaría menos y escribiría más.
Poco antes del cierre de su galería, Heberle, con esa mirada tranquila con la que lo observaba todo, lamentaba la situación del arte en Ibiza, donde ya no tenía lugar, donde todo, lamentaba, se lo estaba comiendo la fiesta en pro de un progreso con el que él no comulgaba.
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