El número de sintecho que desayunan en Cáritas Ibiza se duplica en verano

El servicio de desayuno de Cáritas en Vila pasa de recibir 30 usuarios en invierno a alcanzar los 70 durante algunos días de la temporada turística

Imagen de archivo de un servicio en el comedor de Càritas.

Imagen de archivo de un servicio en el comedor de Càritas. / Vicent Marí

David Ventura

David Ventura

Ibiza

El verano expulsa a la gente de sus casas. La época del año en la que se trabajaba y se reunía dinero, y que se asociaba el progreso económico, se ha convertido para mucha gente que vive en la isla, paradójicamente, en el momento en el que se cae en el pozo de la miseria y del sinhogarismo.

Lo dicen los datos que maneja Cáritas Ibiza y también los testimonios a pie de calle de los trabajadores, los voluntarios y los usuarios de esta organización. «En invierno, al desayuno libre que ofrecemos en el comedor social, suelen venir unas 30 personas. Cuando llega el verano, algunos días podemos alcanzar hasta las 70 personas», explica Lorena Martín, trabajadora social de esta organización católica.

El desayuno es el servicio más concurrido porque es de puertas abiertas y se ofrece a cualquier persona que se acerque, que en su grandísima mayoría son personas sin hogar. El acceso a la comida del mediodía, en cambio, es distinto: son unas 40 plazas diarias y todos los usuarios vienen derivados de los servicios sociales de las administraciones. «Para ir al comedor se precisa una valoración de un trabajador social. Está limitado por un tema económico y de espacio, aunque a veces intentamos que entre más gente y alcance hasta 45 personas. Pero siempre hay lista de espera», explica Gustavo Gómez, coordinador de Cáritas Ibiza. A estas personas hay que añadirles la treintena de usuarios diarios que suman los comedores de Sant Antoni y Santa Eulària, que son de tamaño más pequeño.

«Si incluimos también a las personas usuarias del centro de día, en el programa destinado al sinhogarismo de Cáritas durante lo que llevamos de año hemos atendido a 204 personas. La previsión es que alcancemos la cifra de 240 al acabar el año, que son números parecidos a los que tuvimos en 2023», señala Gustavo Gómez.

Crece el número de españoles

Según los datos que maneja la organización, en lo que llevamos de año, el 40% de los usuarios son españoles, los cual supone un aumento muy sustancial respecto al año pasado, cuando los españoles solo representaban el 31% de las personas sin hogar atendidas. En los datos de 2024, el 20% de los usuarios procede de países de la Unión Europea y un 40% son extracomunitarios.

Respecto al sexo de estas personas sin hogar, la proporción se mantiene estable respecto a las cifras de la memoria del año pasado, con un 80% de usuarios hombres y un 20% de mujeres.

En el grupo de personas que acuden a desayunar al comedor de Cáritas en Ibiza, hay un núcleo de personas con una larga trayectoria en la calle y, por otro lado, los recién llegados, que perdieron su vivienda hace tres o cuatro meses, cuando al inicio de la temporada turística el casero les subió el alquiler, y que esperan que esta situación sea coyuntural y puedan volver a encontrar un techo en las próximas semanas.

«La impresión que tengo es que el número de personas sin hogar ha aumentado muchísimo. No te lo digo con estadísticas, te lo digo con lo que veo yo en el día a día», explica Lorena Martín, trabajadora social de Cáritas Ibiza, «cuando empieza el verano esto se nos llena e intentamos hacer un esfuerzo para no dejar a nadie fuera. Hacemos un doble turno, nos apretamos un poco más, incluso alargamos el horario si es necesario».

Un lugar seguro

El otro servicio estrella de Cáritas a las personas sin hogar es el centro de día, uno de los recursos más veteranos de la entidad, ya que abrió sus puertas en el año 2003. «Estas personas se pasan todo el día solas, lo que mentalmente es durísimo. Durante las dos horas que están en el centro de día intentamos que se encuentren cómodos y bien, que se sientan respaldados», explica Sanaa Choueli, monitora, quien admite que trabajar con la gente de la calle es complicado: «Al dormir en la calle es normal sufrir episodios de violencia, y eso hace que se vuelvan desconfiados». Una experiencia traumática y de la que, inevitablemente, se sale con una enorme mochila a cuestas.

«Aquí leen, pueden consultar el ordenador, les damos ropa para que vayan limpios, les ayudamos a hacer los trámites administrativos, o a veces lo que haces es darles conversación», dice Choueli, que añade: «poco a poco nos hemos convertido en una gran familia».

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