Hay una calle en la ciudad de Ibiza donde, por no haber, no hay casi ni calle. Los vecinos que quedan viven en un bloque rodeado de talleres, almacenes y naves industriales, una pequeña isla residencial entre un mar ondulante de tejados de uralita. «Llevo toda la vida aquí, esta finca tiene 51 años. Antes, estábamos casi en medio del campo, al lado del hipódromo. Vivir aquí era una maravilla», explica Isabel Luna, vecina de la única finca residencial de la calle Mestre Joaquim Gadea. Por no tener, la puerta del edificio no tiene ni número.
En los años setenta del pasado siglo todavía no existían sutilezas urbanísticas como lo de diferenciar el uso residencial del industrial. Cuando se terminó de desarrollar el polígono de Can Bufí, las naves coparon todo el espacio del barrio, engullendo las casas dispersas que se habían construido, y que se vieron obligadas a convivir con el ruido, la suciedad y las molestias inherentes a la actividad industrial. Sin embargo, para los vecinos de la calle Mestre Joaquim Gadea, esto solo es el inicio de sus agravios.
«Llevo un año pidiendo que nos pongan contenedores de basura en la calle, pero el Ayuntamiento de Ibiza no nos hace ni caso», clama indignada Remedios Martínez, vecina de la calle. La primera comunicación con el Ayuntamiento de Ibiza la tuvo el 25 de julio de 2022, a través de la Línea Verde, aunque también ha enviado correos electrónicos. Después de mucho insistir, Vila envió un cubo de basura en su modelo más pequeño, de 110 litros, que pronto desapareció.
«Nos prometieron contenedores. ¿Dónde los ve?», dice Carlos Ortega, y señala una montaña de desperdicios acumulados, en la que se apilan media docena de motos desmontadas, una nevera y bolsas de basura. «Los únicos contenedores están en la calle de atrás, que ya es de Santa Eulària». La posibilidad de que además pongan contenedores con el material separado para reciclar, ya se antoja utópico.
Nadie recoge la basura en la calle Mestre Joaquim Gadea. «En todos los años que llevo viviendo aquí, nunca han pasado a limpiar. Nunca ha venido el servicio de la limpieza, nunca», denuncia Victoria Unquiles, otra vecina del bloque.
«No te puedes imaginar el mal olor que sufrimos. Además, que los camiones entran aquí a toda velocidad, como si fuera un rally. Y lo hacen a todas horas. Cuando vuelven de hacer el servicio nocturno, a las dos o las tres de la madrugada, cuando salen a las seis. Es un ruido continuo», explica Ortega. «Y el polvo que levantan», añade Victoria Unquiles, «que incluso en verano te obliga a dormir con la ventana cerrada. Es insoportable». «De verdad que es asqueroso», completa Valeria Boscolo, que también vive en el mismo bloque.
Una calle sin servicios
Los vecinos no tienen ninguna de las comodidades que gozan las personas que viven en una zona residencial regularizada. En la calle no hay aceras, y el único tramo en el que existe, el que está justo enfrente del bloque de pisos, lo construyeron los propios vecinos. Donde debería haber aceras hay vehículos, muchos de ellos abandonados y convertidos en basureros con ruedas. El asfalto está cubierto de grava y suciedad, castigado por el continuo paso de vehículos industriales. El espacio que hay entre el bloque de pisos y el almacén industrial que linda en su vertiente sur, está bloqueado por varios coches en ruina. «Como este espacio es de un particular, no se pueden sacar de aquí, pero esto es un criadero de ratas», denuncia Carlos Ortega.
«No tenemos ningún servicio. Es como si no formáramos parte de la ciudad, como si no existiéramos», dice abatida Remedios Martínez. Esta calle, además, marca el límite del término municipal de Ibiza. La calle aledaña, Río Grande, ya pertenece a Santa Eulària: «El Ayuntamiento se ha reído de nosotros. Si por mí fuera, pediría que esta calle se la quedara Santa Eulària». «El otro día, cuando tuve que pagar los impuestos municipales, me dio una rabia que no lo podía soportar», confiesa Isabel Luna.
Sin embargo, todo siempre puede ir a peor. Es el caso de Carmen Caballero, una mujer jubilada que vive en el 1º3ª. Su balcón da directamente al taller mecánico. El tejado de uralita está pegado a su ventana, y le alcanzan todas las consecuencias de la actividad industrial que allí se desarrolla. «Han instalado una cabina de pintura. Tengo que cerrar las ventanas porque me pongo mala de respirar eso», denuncia, «ayer estuvieron hasta las once de la noche».
Desde el tejado del edificio se puede comprobar cómo todo el bloque está rodeado de chatarra, basura y restos de lo más variopinto. «Como salte una chispa aquí y haya un incendio, estamos apañados», avisa Carlos Ortega. «Hay basura por todas partes, mal olor. Me da vergüenza vivir aquí», completa Valeria Boscolo.
¿Qué hacer? La mezcla de usos industrial y residencial, que es el mal de raíz, tiene cincuenta años de antigüedad y es un ejemplo más de la anarquía urbanística que reinó en esta isla durante décadas. Un pecado original con difícil solución. A falta de grandes soluciones, los vecinos piden que, al menos, se les trate como a unos ciudadanos más, con derechos y servicios: «Que sepan que existimos. Que limpien. Que nos pongan un contenedor. Que pongan unos badenes para que los camiones no vayan tan deprisa. Que no haya ruido toda la noche. Que tengan en cuenta de que aquí vivimos personas», resumen.