Fundación Conciencia de Ibiza: «La herida de un abuso sexual infantil no se borra nunca»

Su presidenta, Marisina Marí, reclama implicación de profesionales (maestros, médicos, psicólogos...) para denunciar los posibles casos

Alba Pau y Marisina Marí, durante el encuentro en la Plataforma Sociosanitaria.

Alba Pau y Marisina Marí, durante el encuentro en la Plataforma Sociosanitaria. / Toni Escobar

Marta Torres Molina

Marta Torres Molina

«La herida de un abuso sexual infantil no se borra nunca», afirma Marisina Marí, presidenta de la Fundación Conciencia. Sentada a su lado, en una de las salas de la Plataforma Sanitaria, Alba Pau, mecenas, voluntaria y mujer para todo de la entidad, asiente con la cabeza. Ella misma, explica, se ha topado con mujeres, ya adultas, que le han contado lo que les pasó de niñas. «Muchas veces explotan en el momento o en el lugar menos apropiado», continúa Pau. A veces le pasa en el restaurante, en pleno servicio. «Hay que escucharlas», indica. Las dos, coordinadas, casi acabando una las frases de la otra, relatan que en ocasiones esa herida se abre en la adolescencia, cuando niños y niñas abusadas comienzan a tener sus primeras relaciones y entonces algo —«una escena, un sitio, un gesto...»— les trae a la mente las agresiones sexuales que sufrieron en la infancia. También, en el caso de las mujeres, cuando son madres. Se despierta el temor de que sus hijos e hijas puedan pasar por lo que pasaron ellas. Y la herida, que parecía cerrada, se abre otra vez, narran, teniendo en la cabeza algunos de los casos que han tratado.

«La herida de un abuso sexual infantil no se borra nunca»

«La herida de un abuso sexual infantil no se borra nunca» / Marta Torres Molina

Casos «activos»

Tienen medio centenar «activos». Pero muchísimos otros «latentes». Ahí incluyen tanto aquellos que aparentemente están cerrados, pero ante los que permanecen en guardia (por si acaso, en el momento que sea necesario) como los de chicos y chicas que se han tomado un parón en sus tratamientos. «A veces necesitan respirar un poco entre sesiones», apunta la presidenta de la Fundación Conciencia, que repite: «Estos casos nunca se cierran». «Es una herida que siempre está», insiste Marí, que señala que cada vez les llegan más casos.

Ahora mismo, las edades de los niños y niñas víctimas de abuso de los que se están ocupando tienen entre tres años y 22. De hecho, la mayoría tienen entre cuatro y seis años. Un dato que pone los pelos de punta. Ambas insisten en la importancia de denunciar cuando existe la sospecha de que un menor está siendo víctima de abusos sexuales o de violencia. «Si hay sospechas y se denuncia, se investigará», apunta Marisina. «Es una forma de protegernos unos a otros porque hay personas que siguen un patrón y si han abusado de un niño lo harán más adelante de otro y si ya ha habido una denuncia tiene más peso», relata la presidenta de Conciencia, que está encantada con poder tener, tras casi diez años dedicándose a estos casos, un espacio, un lugar que funcione como sede. No es que en los pocos meses que llevan en la plataforma Sociosanitaria se hayan acercado personas para denunciar, pero ahora cuentan con salas con intimidad si tienen que reunirse con alguien, pueden compartir algunos de los recursos asistenciales, les informan siempre de las convocatorias y plazos deayudas, proyectos y subvenciones y es enriquecedor el contacto con las demás asociaciones. «Además, ahora, cuando hablas con alguien, puedes decirle que tienes la sede aquí, queda más institucional», comenta Alba Pau. En este sentido, recuerdan el proyecto de convertir las Urgencias del viejo Hospital Can Misses en un espacio para las asociaciones sociosanitarias, un proyecto que están esperando como agua de mayo.

En los últimos casos están aumentando los casos que les llegan de niños, no sólo de niñas, como en los primeros momentos. Y en familias de todas las condiciones sociales y económicas. «Los abusos sexuales y los malos tratos a menores no están relacionados con el estatus socioeconómico», insiste Marí. Alguno de los casos más cruentos en los que están interviniendo no corresponden, precisamente, a familias desestructuradas o con pocos recursos, indica Pau. «El primer caso que me llegó, por el que me metí en esto fue el de un abuelo que abusaba de su nieto. Un abuelo y un padre. Me destrozó el corazón», recuerda la restauradora. Muchas veces, cuando se dan casos como éste, dentro de la propia familia, cuesta asimilarlo. A la persona que comienza a detectar los primeros indicios de que puede estar pasando se le hace casi imposible de creer. Lo saben bien. No es la primera vez que les llega una mujer con la sospecha, por ejemplo, de que el padre de su hijo está abusando o maltratándolo. Esas situaciones son especialmente complicadas, ya que el menos sigue conviviendo con él, salir de la casa familiar es muy complicado o, si ya son expareja, se mantienen las visitas y, además, se acostumbra a dudar de la madre.

Implicación de profesionales

Precisamente, para evitar esta suspicacia, que puede afectar al menor que está sufriendo abusos, desde la fundación Conciencia reclaman toda la implicación posible de los profesionales que se relacionan con los menores. Maestros y médicos, principalmente, pero sobre todo los docentes. Y es que si la denuncia inicial parte de un profesional tiene mucha más fuerza. A veces, indican, la gente es consciente o ve estas situaciones y no saben muy bien qué hacer. «Se puede poner una denuncia sin dar el nombre, se puede llamar al 091, pueden recurrir a nosotras», insiste Marisina Marí.

Ella, por ejemplo, cuando ve una situación que no le gusta con un menor lo que hace es dirigirse directamente a él, hablar con él, preguntarle. «A él, no al adulto que me está haciendo sospechar», matiza. «Hace falta un cambio en la sociedad», reflexiona la presidenta de Conciencia, que está convencida, a pesar de todos los horrores que ve y le cuentan en la fundación, de que «hay más gente buena que mala». Y si todas las personas buenas hacen lo que corresponde, actúan frente a estos abusos, la situación no estaría adquiriendo tintes tan peliagudos. Hace nada, explica, les ha llegado un vídeo en los que se ve a un menor al que están agrediendo. La persona que vio lo que estaba pasando grabó las imágenes y se puso en contacto con la Fundación Conciencia, que recurrió a la UFAM de la Policía Nacional que lo está investigando. Esa persona no ha querido denunciar con su nombre, pero la entidad lo ha hecho. «La cuestión es actuar», indica Alba Pau, que confiesa que todo esto tiene su precio. No sólo económico, porque pagar a los profesionales (psicólogos, logopedas, abogados...) que necesitan los niños y las familias es costoso (este domingo venderán libros de segunda mano para recaudar dinero y el 14 de mayo tienen la cena anual en Lío) sino también personal. Ambas, indican, han recibido amenazas.

En la fundación insisten en la importancia de que los niños y niñas que son víctimas de abusos o malos tratos reciban atención psicológica. Algo que no siempre es fácil. Y es que en ocasiones, especialmente cuando esos abusos o esa violencia se dan dentro de la familia, hay padres que se niegan a que a los pequeños los vea un psicólogo. Y, salvo en los casos de violencia de género, es decir, hijos de víctimas de violencia machista, se necesita el permiso de los dos progenitores. «Que un padre se niegue a que, en una situación así, su hijo vaya a un psicólogo es como si se niega a que lo lleven al médico cuando tiene un brazo roto», recalca la presidenta. Alejar al pequeño del agresor es, siempre, la primera idea que tienen quienes quieren al niño o la niña que son víctimas. Algo que es complicadísimo cuando el agresor forma parte del entorno más cercano del menor. «Muchas madres te dicen que si denuncian, dónde van a ir, dónde van a vivir», apunta Alba Pau.

Las dos recuerdan las carencias de las Pitiusas para luchar contra el abuso y el maltrato infantil. Uno de ellos, la Casa del Menor, indican, ya está hilvanado. Pero a lo que no le ven solución, aunque la requiere de forma urgente, es la falta de psicólogos forenses. Ahora mismo, recuerdan, únicamente hay una en los juzgados. «No da abasto», lamentan. Marisina Marí recuerda que el propio ministerio de Justicia establece que debe haber uno de estos profesionales dedicado exclusivamente al juzgado de violencia de género. «Es decir, que aquí debería haber, al menos, dos. Uno para ese juzgado y otro para todo lo demás, que tampoco sería suficiente, pero al menos dos. Pero no. Sólo hay una, que tiene que hacerlo todo», lamenta Marí, que apunta a otra de las carencias que llevan tiempo denunciando: la falta de un espacio amable para estos niños en los juzgados. Bueno, fuera de ellos, pero mientras eso no sea posible, allí mismo. «Una entrada por un lateral, un espacio en el que no tengan que coincidir con detenidos. Una sala bonita, agradable, que no parezca una dependencia judicial, con una decoración para niños», reclama Alba Pau.

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