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Voluntariado en Ibiza: El alma de Cáritas Sant Antoni

Medio centenar de voluntarios colaboran de manera desinteresada en el trabajo de Cáritas Sant Antoni. Desde la asociación, valoran el papel «indispensable» de su aportación para poder continuar ofreciendo sus servicios a las personas más desfavorecidas

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Galería de imágenes de voluntarios de Caritas en Sant Antoni en su sede de ses Variades J.A.Riera

Cuando el pasado domingo el director de Cáritas Sant Antoni, Antonio Mohedas, subió al escenario del teatro Regio para recoger la Medalla de Oro de Sant Antoni de Portmany, el público que llenaba el patio de butacas se puso en pie para aplaudir. Era el reconocimiento simbólico de todo un pueblo a la insustituible labor que desarrolla esta asociación.

No obstante, como dijo Mohedas al recoger la Medalla de Oro y como recuerda Silvia Iglesias, trabajadora social de Cáritas Sant Antoni, este trabajo se puede mantener gracias a la aportación gratuita y desinteresada de los voluntarios: «A raíz del premio es necesario poner en valor el trabajo del voluntariado», remarca Iglesias, «son gente muy diversa. Unos se pasan un día a la semana. Otros vienen más a menudo. No es un supercompromiso. Cada uno hace lo que puede».

Katty Pomar, Teresa Uría y Sonia Domínguez sonríen frente a un mural de fotos de las actividades que realizan. J.A.Riera

Iglesias también remarca otro aspecto, y es que pese a que Cáritas es una entidad que depende de la parroquia, no es necesario que los voluntarios sean católicos, ni siquiera creyentes. A nadie se le pide ningún carnet de nada: «No obligamos a ir a misa a nadie. Lo que importa es ayudar al prójimo, y para eso basta con ser buena gente».

En la actualidad, Cáritas en Sant Antoni agrupa a 50 voluntarios y ofrece servicios muy diversos. El principal es el servicio diario de comida y cena, y dos días cada dos semanas, el reparto de comida. También hay una tienda, un servicio de duchas y lavadora, además del acompañamiento en la realización de trámites. También cuenta con una trabajadora social -Silvia Iglesias- que coordina su labor con los servicios sociales, la Oficina de la Dona y Proyecto Hombre.

Las voces de los voluntarios

«Hemos dado un gran salto a mejor desde que Silvia empezó a trabajar con nosotros», explica Eugenia Pérez, una mujer nacida en Argentina y que lleva 13 años echando una mano en Cáritas: «Más allá de servir un plato de comida, ves una mejora en la gente. Se trata de brindarles una oportunidad».

Eugenia vino a España en el año 2003, justo en el momento más crudo de la crisis económica en su país, y cuando llegó a Sant Antoni, enseguida se implicó en ayudar a los demás: «En Argentina ya hacía trabajos de voluntariado. En Sant Antoni, la primera tienda de Cáritas la tenía al lado de casa, y pensé que entrar era una buena manera de ver la cosas desde dentro».

Teresa Uría, en la cocina del local. J.A.Riera

Cuando Eugenia llegó, ya llevaban mucho tiempo en Cáritas Catalina Reynés y Josefa Cardona, las voluntarias más veteranas. Por su avanzada edad, tuvieron que abandonar el voluntariado durante los años del covid, pero ahora han regresado. Hoy [por ayer] colaboran y enseñan en el taller de palmas que están elaborando para celebrar el Domingo de Ramos.

«Vine porque me lo pidió don Joan Borrasca, que entonces [hace cuarenta años] era el párroco», explica Catalina, «entonces funcionábamos con las pesetas que nos daban unas señoras del pueblo y con eso comprábamos la comida». Catalina y Josefa se turnaban en la cocina de la Cáritas de esa época: «Recuerdo que hacía una olla de garbanzos enorme. Todo el mundo decía que era la mejor cocinera», explica Catalina, aunque Josefa la corrige: «Eso nos lo decían a todas. Yo preparaba macarrones y estaban encantados también».

Reynés recuerda que un día que llegó el obispo -«no recuerdo cuál era», admite- le pidieron unas duchas y consiguieron que les cedieran unas que estaban en la calle de sa Xeringa. «Todo cambió cuando nos instalamos donde estamos ahora», explica, un espacioso local en la calle Lepanto junto a ses Variades. Catalina tiene claro que piensa seguir viniendo siempre que el cuerpo aguante: «Tengo 85, pero mi abuela vivió hasta los 103. ¡Todavía me queda!».

Mientras Catalina y Josefa enhebran las hojas de palma, Mar Barba tiende la colada. Ella ha sido una de las últimas en incorporarse, llegó a Cáritas Sant Antoni en enero de 2021. «Lo del voluntariado lo he vivido en casa. Cuando vivíamos en Andalucía, mi madre ya estaba en Cáritas, Manos Unidas y Proyecto Hombre», explica: «Aquí hacía falta gente, empecé y me gustó. Vengo todos los martes a dar la cena en el comedor, y de tanto en tanto a echar una mano».

Catalina Reynés y Josefa Cardona, las más veteranas. J.A.Riera

Después de dos años atendiendo en el comedor, Mar explica que esta experiencia la ha transformado: «Siento que me dan más ellos a mí que yo a ellos», y ha sacado la siguiente conclusión: «No se trata de darles un plato de comida. En el fondo, eso es lo de menos. Se trata de que se encuentren a gusto, de que vean que hay gente que se preocupa por ellos. Vienen un rato a comer, ven la tele, charlan un rato… y, claro, les coges cariño».

«Intentamos que no estén solos», concluye, y afirma que a ella le gusta hablar con todos los usuarios, «menos con uno que es holandés y no sé qué decirle porque no le entiendo».

Katty Pomar también es voluntaria, aunque ella no está en el comedor sino en el servicio de ducha y lavadora. En su caso, la llegada a Cáritas sí que fue a causa de una conversión religiosa: «Hablé con el párroco, le pregunté qué podía hacer para ayudar y me dijo que fuera a Cáritas».

¿En qué te puedo ayudar?

«Cuando llegué, un voluntario me explicó la importancia del servicio de lavandería y me encantó. Lo importante que es esa ducha, el sentirse limpio, la autoestima que uno adquiere, especialmente si estás viviendo en la calle», explica, emocionada. «Necesitas ropa limpia porque tienes una entrevista de trabajo y quieres causar buena impresión», dice. No todo el mundo tiene una lavadora en casa, y no todo el mundo tiene casa: «Para quien está en la calle, tener la camiseta básica limpia es muy importante».

Una de las personas que ha dado el salto de ser usuaria a convertirse en voluntaria es Sonia Domínguez: «Vine a unos cursos de contabilidad gratuita que hacían aquí, y que no me podía pagar. Vi que la chica de la oficina estaba desbordada de trabajo y le dije, ¿te puedo ayudar?».

Ahora, Sonia trabaja de cocinera, pero los conocimientos de contabilidad los aplica en su voluntariado en Cáritas. Además de cuentas y papeleo, también ha pasado por todos los servicios: reparto de alimentos, comedor, lavadora, acompañamiento… «Me cruzo con los usuarios en la calle y antes hacían como que no me conocían, porque da vergüenza pedir ayuda», y señala la importancia de superar estigmas y prejuicios: «Que los usuarios me reconozcan y se sientan personas es lo más bonito del mundo. Mucho más que si me saludara un ministro».

«Somos una gran familia», resume Teresa Uría, voluntaria que encontró su lugar en Cáritas pese a que ella no es católica, sino evangélica: «Lo que nos une es ayudar al prójimo». Ella lo hace en el servicio de acogida y es el contacto para aquellos que acuden a Cáritas por primera vez: «Cuando llega alguien le decimos, ¿le podemos ayudar en algo?». De todos los servicios, ella destaca el de acompañamiento: «Vamos con ellos cuando necesitan sacar una cita en el SEPE, pedir una ayuda, ir a una consulta médica...». Y en eso consiste todo: en ayudar. «En lo que se pueda y en las posibilidades de cada uno. Todo el mundo es bienvenido», resume Silvia Iglesias.

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