Victòria Escandell Tur

Victòria Escandell, misionera de Ibiza: «En África hablaba de medicina a la gente y los brujos huían de mí»

La religiosa, que reside en un convento de Tarragona, ha vuelto estos días a Ibiza para visitar la exposicón ‘10 dones de 10’, que le rinde homenaje a ella y a otras nueve mujeres de la isla. En su caso, principalmente por su labor humanitaria en África

Victòria Escandell Tur este martes en una terraza del puerto de Ibiza durante la entrevista.

Victòria Escandell Tur este martes en una terraza del puerto de Ibiza durante la entrevista. / JUAN A. RIERA.

Toni Escandell Tur

Toni Escandell Tur

La carmelita misionera ibicenca Victòria Escandell Tur (Ibiza, 1942) es una de las diez mujeres homenajeadas en la exposición ‘10 dones de 10’, que se inauguró ayer en Sa Nostra Sala, en Vila, en el marco del programa de actos por el Día Internacional de la Mujer (8M). La muestra destaca principalmente su labor humanitaria en el Congo o Ruanda, donde estuvo como misionera en plena guerra entre los hutus y los tutsis. Contribuyó a construir ambulatorios en África, donde estuvo unos 30 años (desde mediados de los años 80), y a formar a las mujeres en diferentes ámbitos, además de ayudar con su formación como enfermera.

Fue en el año 1961 cuando ingresó en la Congregación de las Carmelitas Misioneras Descalzas, ubicadas en Tarragona. 

«En África hablaba de medicina a la gente y los brujos huían de mí»

La misionera Victòria Escandell Tur este martes en el barrio de la Marina justo antes de la entrevista. / JUAN A. RIERA.

Ahora vive de nuevo en esta provincia catalana y cada año vuelve a su tierra natal unos veinte días. Ayer pudo conversar con este diario en una terraza del puerto de Ibiza, muy cerca de la calle del Mar [antiguamente calle del obispo Cardona], donde nació esta ibicenca de 80 años. En 1994 fue distinguida con el premio ‘Importante’ que Diario de Ibiza otorgaba cada mes a personas destacadas por su labor social o cultural en las Pitiusas.

Es una de las diez mujeres ibicencas homenajeadas este 8M en Sa Nostra Sala. ¿Cómo lo vive?

Si le digo la verdad, no soy mucho de homenajes [ríe]. Soy una persona como otra cualquiera, me gusta ir por la calle y saludar a la gente, porque conozco a mucha gente de Ibiza y me gusta verla cuando vengo.

En este sentido, siempre es muy humilde y dice que nada de lo que ha hecho hubiera sido posible sin la gente de Ibiza.

Me ayudaron mucho. [El presidente Antoni] Marí Calbet, cuando estaba en el Consell Insular, me ayudó muchísimo e hice proyectos muy importantes en África, como hospitales y escuelas de formación para las mujeres, porque allí los problemas de la mujer están un poco olvidados. Realicé varios trabajos. También me ayudó la asociación de las guarderías de Ibiza, el Estudio Capricorn y muchas familias de la isla. La gente se solidarizó mucho conmigo porque no estaba en África de paso. El primer ambulatorio de mujeres lo hice en Zaire (el Congo) y luego otro en el Camerún. Eran hospitales en los que también se hacían formaciones para las mujeres. Se hacía de todo y también había niños. Yo incluso labraba, porque era una forma de animar a los demás a trabajar. Era muy revolucionaria [ríe]. Eso sí, la ayuda de los ibicencos fue imprescindible.

En todo caso, fue usted quien estuvo allí, trabajando al pie del cañón.

Y esos proyectos continúan en marcha a día de hoy. No me fui de allí hasta que no vi todas estas cosas acabadas. Incluso, con la ayuda de Ibiza, logré construir una carretera al lado de uno de estos centros. Aquello estaba vacío, solo estaba nuestro hospital, y más abajo vivía gente que estaba un poco más olvidada. Pues bien, tras la construcción de la carretera, la zona del hospital se llenó de casas, convirtiéndose en un pueblo, casi una ciudad. También me ayudaron a comprar una camioneta. Trabajé bastante, pero es que también me ayudaron mucho. Entregaba todas las facturas detalladas de en qué se gastaba el dinero, y todo lo que se recaudaba en Ibiza acababa en África, porque no había intermediarios ni nada.

Al margen de estas acciones sociales, debió ser muy duro vivir en el Congo y Ruanda en esos años de guerra.

Sí, había guerra entre los hutus y los tutsis y viví de todo, aunque yo no tuve problemas porque los militares me respetaban y nunca me hicieron nada malo. Y mira que había problemas, pero a mí me trataron como si fuese un ruandesa más.

En aquel entonces, en una entrevista con este diario, hablaba de imágenes duras que veía de cadáveres y de gente pasando hambre.

Sí, vi mucha hambre. A veces veía a militares que cogían a gente y se la llevaban. Eso no me gustaba, pero era peligroso meterse en esas cosas. De todas maneras, a veces veías más cosas malas en los diarios que sobre el propio territorio. También vi imágenes buenas. Cuando se inauguraban los ambulatorios, ese día era una gran fiesta para el pueblo. La gente venía y bailaba. Era un show. La gente de allí estaba -y todavía lo está- muy agradecida.

¿Cómo vivió todo aquello como mujer? Supongo que era un entorno muy hostil.

La verdad es que para mí no lo fue porque tenía muy buena relación con las autoridades locales y me trataban bien. Yo estuve muy bien, viviendo como una más de ellos. De hecho, si montaban una fiesta, ¡me invitaban!

Cuando se inauguraban los ambulatorios, ese día era una gran fiesta para el pueblo

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De todas maneras, alguna vez ha contado que tenía que ir con cuidado con lo que decía.

Ya lo creo que iba con cuidado. Nunca decía una palabra que pudiese ir en contra de nadie o que pudiese ser malinterpretada. Además, yo era amiga de todo el mundo, no era solo una enfermera. Cuando hablaba por teléfono [con la prensa] sabía que había gente que escuchaba la conversación, porque eso es lo que hacían con los europeos. La gente de allí tenía miedo de que diéramos noticias en contra de Ruanda, por ejemplo.

Antes comentaba que en sus años en África desempeñó todo tipo de trabajos.

Sí, aparte de las construcciones, impartía clases de promoción humana de la mujer, de español, de francés [lengua que aprendió mientras trabajaba en un hospital de Francia], o enseñaba, como enfermera que soy, cómo tratar a los enfermos. Porque allí la gente está un poco despistada con todo lo relacionado con las enfermedades y van a los brujos. Les enseñaba a coser, a confeccionar... de todo. Allí había brujos y huían de mí. Yo iba a ver a la gente y, aunque no hablaba mal de nadie, les adoctrinaba y les explicaba también aspectos de la medicina. Tanto en ese momento como ahora, en estos países hay quien cree todavía en estas cosas raras.

Cuando hablaba por teléfono sabía que había gente que escuchaba la conversación

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También estuvo en un campo de refugiados ruandeses. ¿Cuál era su labor?

Allí estaba en contacto con los padres carmelitas y ayudábamos a la gente porque les podíamos llevar al hospital si lo necesitaban. En estos campos, la gente estaba en tiendas de campaña y entre los refugiados había muchas familias. Estaba presente Manos Unidas y muchos organismos. Toda aquella ayuda se organizó muy bien.

Después de 30 años en África, se trasladó a América Latina. ¿Cuál fue su labor allí?

Sí, estuve en Entre Ríos, el norte de Argentina, y también en Michoacán, donde me hice muy mexicana [ríe]. En Bolivia estuve poco tiempo. Y aunque soy enfermera, también soy muy curiosa y me involucro en todo lo que puedo. En América Latina iba a las parroquias y predicaba un poco el evangelio, hacía la celebración de la Palabra y daba la eucaristía. Lo que más recuerdo es que hacía pastorales, visitaba a las familias, y Manos Unidas me daba dinero para ayudar y yo lo aprovechaba todo. La etapa más dura fue la de África.

Como enfermera que ha estado allí, ¿sabe cómo ha afectado el covid a países como Ruanda y el Congo?

Ha afectado a toda África y ellos están un poco más indefensos, pero Medicus Mundi y Médicos sin Fronteras han estado muy presentes en estos países y creo que todavía lo están.

¿Cómo era su relación con las misioneras africanas?

Éramos todas muy amigas. En la diócesis hacíamos encuentros e iban bien. En estas misiones se forjan muchas amistades. Tambían había misioneras belgas. Además, había frailes franciscanos belgas y algunos de ellos eran ingenieros y fueron quienes dirigieron la obra de construcción del ambulatorio/hospital del Camerún. Yo iba cada día para ver cómo iba avanzando la construcción y también para hacerles trabajar. Cuando me veían, se ponían enseguida manos a la obra [ríe].

Usted es la cuarta de nueve hermanos. Supongo que ellos también debieron sufrir mucho mientras usted estaba en África.

Sí, creo que sí, aunque en las noticias solo salía lo malo. También estuve viviendo en el País Vasco y no es que hubiese bombas en cada esquina. Nunca tuve ningún problema con nadie. Y a pesar de que existía ETA, me sentí como una vasca más.

Durante la guerra entre entre los hutus y los tutsis le envió una carta a Joan Torres, párroco de la iglesia de Santa Cruz, explicándole todo lo que estaba viviendo allí.

Sí, y más de una. Cuando yo iba a Ibiza, durante las misas, él, don Joan Torres Borrasca, me dejaba salir y ponerme delante de todo el mundo en Santa Cruz para explicar todos los proyectos que llevaba a cabo en África. Siempre me ayudaba. Recuerdo que me llevaba a Santa Eulària, a otros pueblos e incluso a Formentera.

¿Vuelve mucho a Ibiza?

Ahora vengo casi todos los años. Antes tardaba más entre una visita y otra porque estaba en el extranjero. Venía cada tres años. Ahora normalmente estoy unos 20 días o cuatro semanas en la isla.

En la misas, el párroco Joan Torres me dejaba salir para explicar todos los proyectos que llevaba a cabo en África

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Ahora vive en Tarragona. ¿Cómo es su vida allí?

Sí, estoy bien, viviendo en un convento. Allí la vida es más sedentaria. Tengo muchas amistades por allí. En Tarragona fue donde comencé mi noviciado, mi formación. Más adelante continué estudiando en Barcelona, donde cursé mis estudios de ATS [Ayudante Técnico Sanitario], de enfermería.

Se dice que la sociedad es cada vez más individualista y usted, en cambio, ha dedicado toda su vida a ayudar a los demás.

Es cierto, pero para mí no era un sacrificio. Mientras ayudaba, era feliz. En realidad sí que me he sacrificado, pero no he sufrido, por decirlo de alguna manera. Ha valido la pena. Gracias a la gente de Ibiza y del Consell he podido hacer todo esto.

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