Abel O'Ferrall, voluntario de Ibiza: «Mientras buscas a personas solo piensas en ser lo más eficaz posible»

El rescatista regresa a Ibiza después de colaborar con la asociación GEA en la búsqueda de personas tras el terremoto en el sur de Turquía

O'Ferrall, al fondo con barba, ayer de vuelta a España con el equipo de voluntarios.

O'Ferrall, al fondo con barba, ayer de vuelta a España con el equipo de voluntarios. / A.O.

Pablo Sanz Padilla

Pablo Sanz Padilla

Agotado, pero con el recuerdo imborrable del agradecimiento de la población local. El rescatista ibicenco Abel O’Ferrall regresó ayer de Turquía, después de trabajar sin apenas tregua en la región de Adiyaman, tras el devastador temblor ocurrido el martes. Dos días después, partía junto con otros integrantes de la asociación de voluntarios GEA -de la que es delegado en Ibiza-, con los que se reunió en Madrid, de allí fueron a Estambul y un vuelo militar los trasladó hasta Adiyaman, en el sureste del país, ante la falta de vuelos a Adana, adonde pensaban desplazarse.

Decidido, pidió vacaciones en el trabajo y marchó a Turquía cuando el GEA hizo un llamamiento. Reconoce que apenas ha habido tiempo para pensar en algo más que el trabajo apremiante. Todo el equipo estuvo removiendo ruina hasta el sábado, cuando salieron de la provincia. El viernes sacaron vivas y conscientes a una mujer y su hija de diez años, casi cinco días atrapadas bajo escombros.

No encontraron supervivientes en las 31 intervenciones restantes. Sirvieron para «darles la certeza a los familiares. Les tranquilizaba y les reconfortaba», cuenta O’Ferrall, que guarda en la memoria el aliento de la población local a los equipos de emergencias. Recuerda «los ánimos que da la gente de allí, los apoyos de los que sufren». «Que Dios os bendiga», les decían al verles, declara.

En las zonas donde ha estado hay «muchos edificios colapsados, otros que están muy afectados y otros en pie», pero a expensas de que los arquitectos evalúen los daños y se decida si los echan abajo. Las réplicas más fuertes han añadido más destrucción, y otras más pequeñas amenazan las estructuras debilitadas. Sintieron algún leve movimiento de tierra, pero no les sorprendieron grandes réplicas. Lo que sí recuerda es «un paso incesante de ambulancias» por las calles.

Como los equipos médicos de las zonas más cercanas estaban saturados, había que llevar a los heridos a hospitales más lejanos, explica. Los puestos avanzados servían para proporcionar una primera asistencia, pero no una atención continuada.

Cualquier desestabilización de los cimientos desplomados podía causar más víctimas, y si se usa una excavadora se corre el riesgo de derrumbar las pocas estructuras que siguen firmes, que son las que permiten a las víctimas sobrevivir, advierte. Por ello nunca se empleaban para extraer a una persona. En cambio, había que emplear martillos pilones y radiales, herramientas mucho más lentas, pero seguras a la hora de prevenir errores fatales.

Entre los puntos de la emergencia, se desplazaban con un microbús o a pie, según la distancia. Los familiares les indicaban las zonas donde podía haber víctimas y el perro de búsqueda de personas identificaba los puntos. Después, «evaluábamos las posibilidades de poder entrar o no a esa zona, siempre mirando por la seguridad del equipo», precisa O’Ferrall. Llegado un punto de actividad, el cansancio hace mella, se pierden los reflejos, indica. «Había momentos en los que era necesario descansar por la seguridad de las personas», declara.

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