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Ciclo ‘Filosofía: diálogos con los textos’ Santiago Beruete Filósofo, antropólogo, educador, escritor y jardinero

El filósofo y escritor Santiago Beruete: «La ‘lucropatía’ es el cáncer de Ibiza»

La primera presentación en España de la última obra de Beruete, ‘Un trozo de tierra’, se llevará a cabo esta tarde en la biblioteca Vicent Serra Orvay, en Sant Jordi, en el marco del ciclo ‘Filosofía: diálogos con los textos’ promovido por Luis Orozco

Santiago Beruete, ayer, en las instalaciones de Diario de Ibiza. | TONI ESCOBAR

Santiago Beruete (Pamplona, 1961) no quiere rendirse, «ni caer en las trampas del conformismo y el resentimiento», prefiere creer que un mundo mejor es posible y que «empieza cultivando a nuestro alrededor la compasión», como lo hacen los protagonistas de su último libro, ‘Un trozo de tierra’ (Turner Noema), que presentará esta tarde, a partir de las 17.45 horas en la biblioteca Vicent Serra Orvay, en Sant Jordi, dentro del ciclo ‘Filosofía: diálogos con los textos’, que impulsa el profesor Luis Orozco. Será una «presentación en familia», la primera que el autor del éxito de ventas ‘Jardinosofía’ hace en España de esta obra, publicada en otoño del año pasado. El ‘jardinópeda’, etiqueta que le gusta porque combina todas sus facetas (filósofo, educador, antropólogo, escritor y jardinero) acaba de regresar de Colombia, donde ha presentado el libro. Todavía está recuperándose del jet lag y asimilando su nueva condición de profesor retirado. Se jubiló en enero, después de 32 años como docente, 25 años de ellos en Eivissa, en el instituto Santa María.

La portada del libro de Beruete. | FOTO CEDIDA POR S.B.

En 2016 publicó ‘Jardinosofía’ el inicio de una tetralogía que continuó con ‘Verdolatría’, ‘Aprendívoros’ y que culmina, de momento, con ‘Un trozo de tierra’. ¿Qué le llevó a meterse en estos jardines?

Llegué de una manera accidental. Siempre me han gustado las plantas, la jardinería, la horticultura... pero eran un hobby. Todo empezó a partir de una crisis personal, que se resolvió transformando un trozo de bosque en un jardín en Cap Martinet, donde vivía entonces. Me di cuenta de que mientras hacía esta transformación me iba transformando a mí mismo. Nació en mí una nueva visión, una nueva manera de entender donde confluían la literatura y la filosofía, mis intereses y mi profesión. Empecé a ver que el jardín podía ser utilizado como una metáfora y una terapia filosófica y que había mucha confluencia entre el cultivo de la tierra y los objetivos que tenía la filosofía clásica, el florecimiento interior, la eudaimonía, el conseguir la felicidad como meta en la vida. Y comencé a darme cuenta que los jardines expresaban una cosmovisión, al mismo tiempo que un proyecto de sociedad y un ideal de vida.

En ‘Un trozo de tierra’ cambia el formato y se pasa a la narrativa. ¿Con qué fin?

Porque pienso que la ficción literaria es el medio más poderoso de modificar nuestro sistema de creencias y de transformar la realidad. Soy de los que creen que la manera de tocar la fibra moral y emocional de las personas es a través de un buen relato. En cada historia del libro he trabajado un género literario. Son ficciones muy apegadas a la realidad que están interrelacionadas, entonan un mismo mensaje.

¿Y cuál es ese mensaje?

El libro ensalza la interrelación y la codependencia de todas las formas de vida e intenta definir a los seres humanos no por oposición a la naturaleza, como había hecho la filosofía tradicional, sino por su amor a ella. Estoy persuadido de que necesitamos sembrar una nueva narración en el imaginario colectivo para poner freno a los estragos del antropoceno, de la catástrofe climática en curso. En mis textos, donde combino narrativa, poesía, divulgación científica y también cultura jardinera, quiero celebrar un tipo de relación con el planeta que no se base en el consumo desenfrenado, la rapiña y el expolio de los recursos sino en el conocimiento, el cuidado y el respeto.

La relación actual de los humanos con la naturaleza es, cuanto menos, tóxica. La amamos, pero la maltratamos...

En mi libro hablo de esas contradicciones que tenemos con la naturaleza. Todo lo que le hacemos a la tierra nos lo hacemos a nosotros mismos porque somos naturaleza, pero también su peor enemigo. Veneramos la tierra, pero luego estamos en guerra con ella. En las sociedades avanzadas hay bucolismo urbano, a los ciudadanos nos fascina lo verde, pero luego actuamos en su contra.

En ‘Un trozo de tierra’ la naturaleza está siempre presente, pero toca muchos otros temas...

No intento pontificar, ni dogmatizar ni lanzar consignas. Abordo estas ambivalencias que tenemos con la tierra. En los 22 relatos que componen el libro aparecen casi todos los asuntos que nos afligen hoy en día, desde el control tecnológico hasta la crisis ecosocial, desde la violencia de género hasta la desigualdad creciente, desde el auge del populismo a la decadencia de la democracia..., pero siempre con la tierra y la naturaleza de fondo.

«La ‘lucropatía’ es el cáncer de Eivissa»

¿Qué debemos aprender de la naturaleza y de los personajes de ‘Un trozo de tierra’?

La idea central es que no hay cultura sin natura, es decir, que ‘progreso’ es un término carente de sentido si degradamos o ultrajamos la naturaleza en su nombre. Una sociedad es tanto más avanzada cuanto menos deteriora la biosfera. Después, los personajes de estas historias, que son de diferente extracción social, edad, origen, nivel cultural y nacionalidad, unas veces cultivan, otras cuidan, mantienen o simplemente contemplan trozos de tierra, jardines, huertos y bosques, pero en esos gestos movilizan lo mejor de la naturaleza humana. Estos relatos representan una épica de la bondad humana, sus personajes son héroes que no saben que lo son. El libro es un intento de describir el poder de la naturaleza para transformar a los seres humanos y que aflore lo mejor de ellos mismos. O sea, los protagonistas de estas historias son jardineros en un sentido literal y metafórico.

Podríamos definirlos también como cuidadores...

Sí, lo que defiende este libro es la ética del cuidado. A mí me gusta pensar, por una parte, que ‘Untrozo de tierra’ es una égloga al jardín planetario y también un himno a la unidad de todo lo viviente, que se suma a todo ese coro de voces múltiple que entona un mismo canto en favor de un nuevo contrato ecosocial. Hay, además, una voluntad de hacer un canto planetario, es decir, las historias ocurren a lo largo y ancho del planeta. Cada relato está ambientado en un lugar diferente, incluidas Eivissa y Formentera. El libro es un intento, asimismo, de preguntarse en qué reside la esperanza en estos tiempos convulsos.

¿Y dónde reside?

En esos pequeños gestos de todas esas personas que cultivan literal y metafóricamente su entorno, que se implican en él, en grandes y pequeñas causas, que ejercen a su alrededor una tarea de jardineros y hacen que el mundo sea mejor, más habitable, más agradable.

El covid dio un respiro a la naturaleza y en los meses de confinamiento fuimos testigos de cómo, sin la presión humana constante, se empezaba a recuperar de todos sus males. Pero parece que nada de eso nos ha hecho reflexionar y replantearnos las cosas...

No nos ha hecho reflexionar. Era un poco ingenua la pretensión de que el confinamiento nos llevaría a una nueva manera de habitar la tierra y de relacionarnos con los otros habitantes del planeta. Escribí sobre esto en un artículo en Diario de Ibiza, explicando que aquella imagen de la isla blanca que teníamos del pasado, gracias al confinamiento, la podíamos recordar. Pudimos hacer un viaje en el tiempo y añorar aquella isla que habíamos ido perdiendo. Pero lejos de servirnos de reflexión creo que hemos vuelto a las andadas con renovadas fuerzas. Todo este libro es un intento de replantearse esta manera de habitar la tierra. Está claro que si seguimos así en el planeta nos abocamos a un desastre anunciado.

¿Y si Eivissa sigue así también va en la misma dirección?

Sí, va en la misma dirección. Es un modelo insostenible y, añadiría, insalubre y que no es replicable. Estamos entrando en un callejón sin salida, nos estamos condenando a un modelo que inevitablemente va a colapsar y en poco tiempo. Esto debería hacernos reflexionar. Somos muy conscientes de que no podemos seguir creciendo ilimitadamente y, sin embargo, nos cuesta vivir por debajo de nuestras posibilidades. Y asumimos que la isla no es propiedad nuestra, pero luego no estamos dispuestos a consumir menos recursos de los necesarios y actuamos con imprudente temeridad. Pensar que cada cuatro minutos llega un avión a Eivissa durante el verano, que soportamos una carga turística de entre tres millones y medio y cuatro millones al año es claramente insostenible. Como creo que asustar a la gente o añadir más argumentos o datos abrumadores de este desastre medioambiental en marcha no cambia las conciencias, yo con este libro he intentado acudir a otro registro, la ficción literaria, para así tocar la fibra emocional y el nervio moral de las personas y hacerles conmoverse y pensar. Creo que no nos queda otra, es decir, que la alternativa es colapso climático o una cosmovisión biocéntrica. Este libro, como los otros, es mi contribución a esta cosmovisión holística o ecosistémica, como prefieras llamarle.

"Eivissa se parece cada vez más a una ciudad de Sudamérica que a una de Europa"

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Imaginemos que Eivissa es un jardín, ¿qué cuidados requeriría?

Es o era una isla jardín. Primero deberíamos tomar conciencia de que Eivissa , que es un buen ejemplo del mundo como isla, es un microcosmos y como tal tiene unos límites biofísicos. No podemos mantener el dogma del crecimiento ilimitado en un medio limitado. Es decir, estamos limitados por la falta de límites al crecimiento turístico. Ésta es una idea que la gente debe entender. Vivimos en una isla de 40x20, es un jardín vallado por el mar. No podemos desbordarnos. Por otro lado, la calidad de vida no es sinónimo de crecimiento ilimitado. Conforme hemos visto un crecimiento desmesurado, la calidad de vida ha ido bajando,. Más no significa mejor, esto es obvio, pero también hay que decirlo. Parece que cuantos más turistas, más hoteles y más consumo per cápita va a ser mejor y está siendo peor. Otro tema importante es el altruismo recíproco. La brecha social se va ahondando cada vez más por esta dinámica de crecimiento sin control. Eso es una de las cosas más preocupantes de Eivissa. No quiero ser agorero, pero se parece cada vez más a una ciudad de Sudamérica que a una de Europa, porque amplias capas de la sociedad se están quedando fuera y los ricos son cada vez más ricos. También creo que es importante echar una mirada al pasado para saber de dónde venimos, para proyectarnos hacia el futuro. Eivissa era una isla de recursos limitados, de vida frugal y de gran inteligencia ecológica. No se trata de volver al pasado, creo que es mala idea idealizarlo, pero es importante ver de dónde venimos para saber dónde queremos ir. Hay que retroceder de alguna manera para saltar más lejos. A Eivissa le toca una nueva reencarnación, tenemos que mudar de piel y avanzar a otro modelo que permita a la isla volver a convertirse en un jardín en medio del mar. Deberíamos aprender de otras islas con tamaño parecido como Lanzarote y Menorca, que son Reservas de la Biosfera.

¿Y qué tiene que decir de Formentera?

Formentera tiene un camino mejor que Eivissa, bastante más sensato. El problema del jardín de Formentera es que se convierte en una marca de distinción, es un signo de estatus. Es el lugar del Mediterráneo donde la gente precisa de más dinero y gasta más para parecer pobre. Es un modelo interesante, pero deja fuera a la inmensa mayoría de las personas. Creo que la política medioambiental que se ha llevado a cabo en ella ha sido más inteligente o sostenible que la de Eivissa. Limitar el tráfico rodado, las construcciones y el consumo de territorio es esencial, pero hay que intentar que eso no signifique un oasis para las personas más pudientes.

Ha comentado antes que las Pitiüses aparecen en un par de relatos. Tengo curiosidad por saber qué escenarios concretos ha escogido porque aquí no andamos sobrados de grandes parques y jardines...

En Eivissa la historia tiene como centro el Ibiza Botánico Biotecnológico, una maravillosa creación de la que soy un gran admirador. Creo que es una apuesta por un modelo de Eivissa diferente al que estamos acostumbrados y creo que es una iniciativa privada, pero de un héroe social, de una persona que se atreve a hacernos imaginar una isla diferente a la que parecemos condenados por el turismo de masas. En Formentera el escenario es un pequeño huerto familiar cerca de la Mola.

Por cierto, siendo residente de Vila, ¿se ha inscrito para optar a una parcela en los huertos urbanos de Can Tomeu?

No lo he hecho hasta ahora porque últimamente viajo mucho, pero tengo la intención de solicitarlo. Me parece una iniciativa estupenda porque los huertos urbanos son un espacio de inclusión y cohesión social y, además, nos ayudan a imaginar la Eivissa que queremos. La persona que cultiva un trozo de tierra experimenta la sensación de que las cosas importantes de la vida nunca suelen estar unidas ni a la productividad ni al consumo desenfrenado. El cáncer de la isla es la lucropatía y plantar es una manera de plantarse contra esa obsesión por el dinero imperante y esa atrofia moral del siempre más.

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