Adiós a la pizzería Da Nino de Ibiza: «Este lugar es como mi hijo»

El restaurante italiano, uno de los negocios más longevos del barrio de ses Figueretes, cerrará sus puertas definitivamente el próximo 31 de enero por jubilación después de 42 años de historia

David Ventura

David Ventura

Cuando nacieron, a Próspero Bognani y a María Antonia Casado les tocaron muy malas cartas. Ambos nacieron en familias muy humildes, en regiones empobrecidas de sus respectivos países. Desde niños tuvieron que trabajar: Próspero a los 13 años ya ponía ladrillos en la obra; María Antonia, a los 12 era criada en la casa de una familia pudiente en Benavente (Zamora). «Teníamos medio día libre a la semana si había suerte, porque a veces ni eso», recuerda. Tuvieron que hacer las maletas y abandonar su tierra natal para buscarse un futuro en Alemania. En definitiva, habían nacido para perder. Hoy, observan lo que han levantado con sus manos: un negocio, la pizzería Da Nino, que ha dado de comer a varias generaciones de ibicencos. Un local pequeño, con clientes fieles que siempre les han mostrado cariño y lealtad.

La pizzería Da Nino abrió sus puertas el 15 de mayo de 1979. 42 años y 8 meses más tarde, cierra sus puertas porque Próspero y María Antonia se jubilan. «Yo seguiría», dice ella, «pero ya tengo setenta años y la edad no perdona». «Siento un vacío muy grande», admite él.

Próspero Bognani asume con resignación el cierre del negocio que ha sido su vida.

Próspero Bognani asume con resignación el cierre del negocio que ha sido su vida. / J.A. RIERA

El verano que lo cambió todo

Próspero Bognani nació en la región de la Puglia, en el sur de Italia. En los años 70 trabajaba en la construcción en Alemania. María Antonia Casado lo hacía en una fábrica de enchufes. Se conocieron y se enamoraron. En Alemania nacieron sus hijos. Pero un viaje en 1978 lo cambió todo.

«Vinimos a veranear en Eivissa y nos pareció el paraíso», confiesa Próspero. «Nos gustó la libertad y el carácter de la gente». También se dieron cuenta de que había pocos restaurantes italianos, y surgió la idea: «Fuimos a la pizzería Pinocho y nos dimos cuenta de que no paraban de trabajar. Llenaban todas las noches. Y pensamos que nosotros lo podríamos intentar». Destinaron sus ahorros -38.000 marcos- a alquilar y acondicionar un local junto a la playa de ses Figueretes. También contaron con la ayuda de los hermanos de ella, que se habían instalado en la isla. «No teníamos ninguna experiencia en la restauración. Fue una aventura», confiesa.

Las cosas no resultaron fáciles y el primer invierno se les hizo muy largo: «No pensábamos que en invierno hubiera tan poca gente. Nos dimos cuenta de que si queríamos seguir, nuestra base de clientes debía ser local», explica Bognani. Era el inicio de una travesía que se ha prolongado durante más de cuatro décadas.

Adiós a la pizzería Da Nino: «Este lugar es como mi hijo» | ARCHIVO FAMILIAR

Foto de grupo frente al restaurante. De izquierda a derecha: Carlos Alvarado, camarero; Roberto Bognani; María Antonia Casado; Lupe Rivera, cocinera; y Próspero Bognani. / J.A.Riera

Adiós a la pizzería Da Nino: «Este lugar es como mi hijo» | FOTO DE J.A.RIERA

María Antonia y Próspero comen con su hijo en su propio negocio, en una imagen de la década de los 80. / Archivo familiar.

Al gusto local

¿Cuál ha sido el secreto de su supervivencia? María Antonia lo tiene claro: «No engañar a la gente y ser honestos». Y recuerda que, en una ocasión en que no pudieron adquirir la mozzarella ‘de siempre’, la sustituyeron por otra y los clientes se dieron cuenta. «A la gente la puedes engañar una vez, pero dos no, y al trabajar con clientela local queremos que vuelvan», completa Roberto, el hijo de la pareja.

Próspero admite que ha tenido que adaptar los platos al gusto español: «En Italia, las pizzas tienen pocos ingredientes por encima, pero esto aquí no gusta». La pasta también se cocina de otra manera: «Allí, a los spaghettis primero se les pone el queso por encima y luego se les vierte la salsa caliente, para que el queso se funda y se mezcle con la pasta. En cambio, el gusto español es distinto. Aquí el queso debe ir aparte».

Lo mismo sucede con la salsa carbonara: «Es un plato humilde, de los carboneros que bajaban de la montaña, iban a la ciudad y comían lo que tenían a mano, pasta con algo de bacon cortado y un huevo, nada más. Pero aquí la gente quiere la carbonara con nata, la quieren más untuosa».

Pese a todo, el toque tradicional lo han mantenido en la elaboración propia de las salsas. Así, el pesto es casero, con albahaca y perejil procedentes del huerto de su casa. Próspero es un enamorado de la albahaca y recuerda que, en su Puglia natal, se ponía una hoja de esta planta en las conservas de tomate para quitarle la acidez.

Adiós a la pizzería Da Nino: «Este lugar es como mi hijo» | ARCHIVO FAMILIAR

Un joven Próspero Bognani, tras la barra del restaurante, poco después de su inauguración. / Archivo familiar

Una vida de trabajo

La vida de Próspero y María Antonia ha sido trabajar, trabajar y trabajar. La pizzería ha sido un negocio familiar, en el que se implicaron primero sus hermanos y después sus hijos. «Abríamos todos los días, todo el día. Éramos los primeros en llegar y los últimos en salir. Ahora las cosas han cambiado y a la gente no le entra en la cabeza que se trabaje así, pero fue la cultura en la que nos criamos. Trabajo y trabajo», explica Próspero. Ella asiente y lo corrobora: «Cuando me voy a dormir ya estoy pensando en los platos que he de preparar para el día siguiente. Si descanso un momento, mi cabeza ya está pendiente de todo lo que tengo que ir cocinando».

De sus más de cuatro décadas al frente del negocio, recuerdan multitud de anécdotas. Explican que, en una ocasión, en una cena en la que se juntaron varias parejas con muchos hijos, los clientes se ‘dejaron’ a un niño encerrado en el lavabo. «Se fueron, cerramos el local y el niño se quedó dentro, fue un susto tremendo» explica Próspero, quien también recuerda el cambio que ha vivido el barrio: «Antes en ses Figueretes había muchos negocios de prostitución y algunas prostitutas venían a comer aquí». Con muchas de ellas establecieron una relación de confianza y, en algunos casos, de amistad: «Algunas se casaron y pudieron cambiar de vida, e hicieron el banquete de bodas aquí».

Otros clientes habituales son el poeta Toni Roca y la directora teatral Merche Chapí. Bognani recuerda con mucho cariño que «cuando venían con los del grupo de teatro y con Miquel Ramon, hacían larguísimas sobremesas y no paraban de hablar y hablar, y se estaban hasta las tres de la madrugada», explica con una sonrisa, «yo me iba a casa y los dejaba aquí, pero mi hermano se quedaba con ellos».

Adiós a la pizzería Da Nino: «Este lugar es como mi hijo» | ARCHIVO FAMILIAR

Fotografía de la primera terraza de la pizzería, a principios de los años ochenta. / Archivo familiar

Su hijo, Roberto, trabaja en el negocio desde que tenía 15 años. Sin embargo, ante la jubilación de sus padres, ha decidido no continuar: «Con la familia en bloque trabajando, esto se puede llevar adelante. Pero solo, no lo veo», admite. Señala la enorme complicación que supone contratar personal solvente y de confianza: «Nadie quiere venir a trabajar a Eivissa. El año pasado no nos llegó ni un solo currículum. No encontramos gente y no me puedo arriesgar a que me dejen tirado a media temporada. Eso en un hotel, donde son mucha gente, lo pueden gestionar. Pero aquí somos pocos, si se va alguien, me dejan vendido».

Roberto admite también que la hostelería es muy sacrificada: «Son todo dolores de cabeza. Pagar proveedores, pagar la luz. Trabajar todos los fines de semana». Durante meses, el dilema le ha estado torturando hasta que finalmente tomó una decisión que ha sido muy difícil: «Lo he meditado, y me ha surgido una oportunidad laboral que me permite pasar más tiempo con mi hijo y tener libres los fines de semana. Ahora lo que prefiero es estar en un sitio en el que me paguen por trabajar de lunes a viernes y vivir más tranquilo».

Los padres entienden la decisión, pero el cierre de este local les supone un inevitable desgarro interior: «Este sitio es como si fuera mi hijo», admite María Antonia, quien mira las mesas todavía vacías de la pizzería: «Mi vida ha sido esto y seguirá siendo esto. ¿Qué voy a hacer ahora? ¿En qué voy a pensar?».

El día 31 de enero bajarán la puerta metálica definitivamente y, antes de despedirse, Próspero insiste en que quiere dejar un mensaje: «Gracias a los ibicencos que durante 42 años nos habéis acompañado. Os lo debemos todo». Si quieren despedirse de ellos y de sus pizzas, aún están a tiempo.

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