Pobreza en Ibiza: una ayuda para salir del túnel

Cáritas Sant Antoni ha realizado un reparto de comida navideño extraordinario a 70 familias que viven en una situación de vulnerabilidad

Cola de personas que esperan la ayuda frente a la sede de Cáritas Sant Antoni.

Cola de personas que esperan la ayuda frente a la sede de Cáritas Sant Antoni. / Toni Escobar

David Ventura

David Ventura

Son las 9 de la mañana y frente a la sede de Cáritas en Sant Antoni casi veinte personas esperan pacientes su turno. Sus rostros están serios y permanecen en silencio, Nadie de ellos querría estar aquí. Aguardan para recoger uno de los lotes especiales de comida que reparte Cáritas para estas fiestas navideñas. Cestas de 15 kilos que, aunque no les resuelven la vida, sí que suponen una pequeña ayuda y la garantía de que podrán esquivar el fantasma del hambre durante estos días. Todas sus historias se parecen, nos hablan de pobreza y de precariedad, pero también todas ellas son distintas, cada experiencia es única y particular.

Sus historias

Adriana es la primera vez que acude a por comida. Nació en Argentina y llegó a España en febrero, acompañada de su marido y de sus seis hijos. Durante el verano trabajó pero, como no tiene papeles, lo hizo en negro y sin contrato. Ahora está en el paro y no cobra subsidio. Viven realquilados y pagan 475 euros por estar hacinados en un cuarto. «Mi esposo hace unas horitas y con eso nos alcanza para pagar el cuarto y poco más».

Según nos explica Silvia, la trabajadora social de Cáritas, el caso de Adriana es paradigmático: «Al vivir subalquilados en negro y no tener un contrato de alquiler, no se pueden empadronar y no pueden acceder a las ayudas del ayuntamiento o a los cursos de orientación laboral». Estar empadronado es la clave, porque les permite tener tarjeta sanitaria y, a partir de los tres años, optar a tener papeles y regularizar su situación.

María del Mar acude por segunda vez a recoger el lote de comida: pasta, legumbres, leche, aceite... y algunos productos navideños para los niños: chocolate, bombones y algo de turrón. Explica que vive de alquiler en un apartamento de Cala Vedella y que la propietaria ha decidido no renovárselo. Ha pagado durante cinco años un alquiler de 750 euros al mes, pero ahora hace cinco meses que no paga: «Me han dicho que me echan en marzo. Nunca le he fallado, así que he decidido no pagarle el alquiler. Tampoco tengo dinero. Vivo con el miedo de verme en la calle en cualquier momento».

Nos explica que este verano ha trabajado de camarera de piso, pero «solo unas horas» a causa de los intensos dolores que padece: «Tengo las rodillas y la espalda destrozadas». Sin vehículo propio, su apartamento en Cala Vedella se ha convertido también en una ratonera: «No vine al último reparto de comida porque perdí el autobús y no tuve forma de llegar. Vivo aislada». La falta de transporte público perjudica, especialmente, a las personas sin recursos.

«El 90% de las personas nos vienen derivadas de los servicios sociales del ayuntamiento», explica Silvia, «son personas sin ingresos estables. En verano tienen trabajillos y van tirando, pero en invierno, sin subsisidio de paro, lo poco que ganan es para pagar su habitación». Esta pobreza, es su gran mayoría, tiene rostro de mujer: casi todas las personas que están hoy en la cola son mujeres. «Sus parejas en invierno tienen trabajillos en la construcción, pero para ellas es más difícil encontrar algo», explica la trabajadora social.

Yudimar llegó hace ocho meses, con su pareja y sus dos hijos, procedente de Venezuela. Viven de alquiler y pagan 750 euros. Actualmente no tienen ingresos y están en una situación límite. Mientras recoge la comida y la guarda en un carrito, explica que tiene la esperanza de que su suerte cambiará: «Mi esposo está esperando el paro y lo empezará a cobrar en enero». Y no terminan aquí las posibles buenas noticias: «Estoy tramitando mis papeles y, si todo va bien, en marzo ya los tendré».

«Acá se ve la verdad»

Antonio Mohedas es el director de Cáritas Sant Antoni, y nos cuenta que estas navidades darán lotes de comida a 70 familias: «Son las mismas cifras que el año pasado». El pico de la crisis social lo vivieron en 2020, cuando la pandemia dejó sin ingresos a muchísimas personas: «Fue un año terrible. Tuvimos que asistir a 400 familias».

Mientras Silvia atiende a las personas que van llegando, Víctor y Eugenia, dos voluntarios, se afanan en traer los productos del almacén y preparar los lotes. Víctor empezó a colaborar en Cáritas cuando se jubiló: «Si sobra tiempo, hay que ayudar», comenta, y señala que «acá se ve la cara de la verdad».

«Lo más gratificante es ver a la gente mejorar», explica Eugenia, «dar comida es fácil. Lo interesante es el trabajo social, la orientación laboral. En los momentos dramáticos, esto de ahora [el reparto de comida] es un empujoncito, pero también sirve para que vean que no están solos en el mundo, que tienen un lugar donde venir. Lo gratificante de verdad es verles salir adelante».

La historia de María Rosa es peculiar. Trabajó de conserje en villas, en talleres de yoga y fue donante del banco de alimentos de Cáritas: «La comida que la gente dejaba en las villas, la traíamos aquí». La vida da muchas vueltas y ahora es ella quien acude a por alimentos. «La dueña del piso no me ha renovado el alquiler después de doce años y me he quedado en la calle», explica, en lo que es una constante en muchas historias. Desde entonces, vive a salto de mata: «He estado un tiempo viviendo en casa de mi hijo, en Portugal, pero quería volver a la isla y una amiga me ha dejado su casa durante el invierno para que le cuide los gatos».

Vive en Port des Torrent y ha caminado hasta Sant Antoni para poder recoger la comida: «Se me ha escapado el autobús por tres minutos», comenta. Ella también sufre la falta de transporte público, aunque se lo toma con humor, que es el último refugio para mantener la cordura: «Camino tanto que se me estoy poniendo en forma. ¡El próximo verano pobre lucir minishorts!». Explica que tiene una cita en el SOIB y que, pese a que su trabajo es de decoradora, está dispuesta a «trabajar de cualquier cosa». Carga sus bolsas de comida e inicia su camino de regreso, andando, casi seis kilómetros, hasta Port des Torrent.

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