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Ruido, furia y caos de tráfico en Ibiza para ver la puesta de sol en es Vedrà

Los vecinos de Cala d’Hort sufren a diario el colapso de la carretera que da acceso al mirador y a la cala a causa de la masificación turística que sufre este paraje en la hora de la puesta de sol

Ruido, furia y caos de tráfico en Ibiza para ver la puesta de sol en es Vedrà

Ruido, furia y caos de tráfico en Ibiza para ver la puesta de sol en es Vedrà Irene Vila

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Ruido, furia y caos de tráfico en Ibiza para ver la puesta de sol en es Vedrà David Ventura

El día en el que acudimos al mirador de es Vedrà para este reportaje -el pasado martes 9 de agosto- el sol se ponía en la línea del horizonte a las 20.57 horas. Una hora y media antes, el aparcamiento habilitado cerca del mirador principal, con capacidad para cincuenta turismos y veinte motocicletas, ya está completo y los coches empiezan a acumularse en los accesos.

«Parece que he llegado tarde», se lamenta Zoe, una catalana que trabaja en la isla y que ha aprovechado su único día libre para acercarse al mirador: «El parking es muy pequeño y no hay nadie organizándolo. La gente aparca en doble y triple fila y se acabará liando». Y nos pide si nos podemos adelantar hasta el descampado que sirve como aparcamiento para ver si «todavía hay algún espacio vacío o si mejor doy media vuelta».

Zoe, en el interior de su vehículo, se toma la espera con buen humor. David Ventura

Muchos vehículos se concentran en un mismo punto. Irene Vilà

Con la zona habilitada para aparcar saturada, los vehículos se desparraman a lo largo de un kilómetro y medio por toda la carretera de acceso, que es de titularidad municipal. Los turistas dejan sus coches en los laterales de la carretera pese a que el año pasado el Ayuntamiento de Sant Josep pintó una línea naranja en la vía que indica la prohibición de estacionar, y a los letreros que advierten de que la grúa se llevará a los vehículos infractores. Las señales no tienen ningún efecto disuasorio y en los días de mayor afluencia, como los fines de semana, los vehículos llegan a acumularse a ambos lados de la carretera.

«Sí, ya sabemos que está prohibido aparcar aquí, pero no tenemos más remedio. Es que no hay otra», comentan Ana y Álex, una pareja de turistas alicantinos. «Hemos ido hasta el parking pero hemos tenido que dar media vuelta porque ya no cabe nadie más. ¡Espero que la grúa no se lleve el coche», exclaman Mara y Paula, dos turistas de Madrid, que señalan que «si viene tanta gente deberían habilitar una explanada un poco más grande». Una pareja de guipuzcoanos, Joseba e Iratxe, con sus dos hijas adolescentes, camina por la carretera tras dejar su vehículo a un kilómetro de distancia y coinciden en que «deberían poner un guía porque con todo el tráfico que hay, esto es inseguro».

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Caos circulatorio para ver uno de los mejores atardeceres de Ibiza, frente a es Vedrà Irene Vilà

A las 20.30 horas ya cualquier espacio es un lugar que sirve para dejar el coche, en lo que se ha convertido ya en una carrera contra el reloj: «¡Rápido, rápido, que solo quedan veinte minutos de luz!». A esa hora, entre 600 y 700 personas se han concentrado ya en el mirador principal, mientras que otro centenar lo hace en el que se sitúa más cerca de Cala d’Hort. En el mirador principal, el ritual de la contemplación de la puesta de sol es una especie de festival multitudinario en el que no falta un puesto de venta de mojitos -a 10 euros-, familias que han instalado un picnic con bocadillos y sillas plegables y grupos de amigos cargados con neveras llenas de cerveza.

Un dolor de cabeza diario

«Es como tener un festival cada día en la puerta de casa», se queja Santi Donaire, vecino de la zona, que denuncia que ha llamado «infinidad de veces a la Policía Local y a la Guardia Civil y no ha servido para nada. Todos se pasan la pelota diciendo que es competencia de los otros».

«Todos los días , en esta carretera de doble sentido, te encuentras coches aparcados a lado y lado a lo largo de centenares de metros, y tras al puesta de sol hay un colapso de coches y motos que esquivan a familias con niños y a gente borracha y bailando», relata este vecino, que señala que cada día recorre este camino para ir a tirar la basura y que en este breve trayecto «he visto de todo», y que incluso en ocasiones «los hay que reaccionan violentamente y le pegan patadas a mi coche».

Donaire apunta que la zona queda llena de basura y que le indigna la sensación de que «hay una complacencia con estos disparates, pero el turismo manda». «La Guardia Civil me dice que venir aquí no es una prioridad, cuando creo que difícilmente va a encontrar otro sitio donde haya un centenar de coches aparcados incorrectamente».

Los vehículos invaden el lateral de la carretera a lo largo de un kilómetro y medio. Irene Vilà.

La estampida

Cuando a las 20.57 horas el sol cruza por fin la línea del horizonte, los centenares de asistentes irrumpen en un breve aplauso. Sin embargo, no hay demasiado tiempo para reflexiones kármicas ni para inspirar profundamente para saborear con intensidad el momento mágico, sino que tan pronto el sol desaparece del firmamento, una avalancha de gente se precipita sobre el camino de salida para alcanzar los coches a la carrera. «¡Deprisa, deprisa!», le urge Sara a su amiga Sandra, que acelera el paso camino del aparcamiento: «Si no sacamos el coche rápido luego nos tenemos que comer una hora de atasco».

Veinte minutos después de la puesta de sol, el caos es total. El sendero de acceso al aparcamiento se convierte en un cuello de botella donde convergen los vehículos correctamente aparcados con los que se han situado a lado y lado del camino, taponando la salida. Algunos vehículos, además, deben maniobrar para dar la vuelta mientras que otros prefieren salir haciendo marcha atrás entre los gritos de quienes les intentan orientar, bocinazos de motocicletas y protestas.

«He flipado. Esto es un peligro. Soy de aquí y nunca había visto algo parecido», señala Isaac, uno de los conductores. A un lado, una pareja de malagueños, Carmen y José, espera a que el atasco escampe: «Tal y como tenemos el coche es imposible salir. Cuando todos se vayan ya saldremos nosotros. ¡Paciencia!».

En la carretera, una pareja de franceses, Sullivan y Caroline, se desespera porque hace media hora que han llamado a un taxi y todavía no ha aparecido. A las diez de la noche, una hora y cuarto después de la puesta de sol, los últimos vehículos abandonan el lugar y todavía hay una docena de personas que esperan un taxi. Cuando se enteran de que nosotros nos marchamos, nos ofrecen dinero para que les llevemos «a donde sea».

Acerco a dos de ellos hasta Sant Josep, pero sin cobrar.

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