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Sintecho en Ibiza: «Piensas que no te va a pasar y te ves en la calle, sin trabajo y sin nadie a quien acudir»

La ibicenca Laura Riera accedió al Centro de Acogida Municipal tras quedarse sin casa y sin trabajo y asegura que le ha cambiado la vida

Laura Riera ha estado más de un año usando los recursos de acogida del Ayuntamiento de Eivissa. Irene Vilà

«Siempre piensas que a ti no te va a pasar y, de repente, te toca. Te ves en la calle, sin trabajo y sin nadie a quien acudir». Lo dice Laura Riera, quien, tras quedarse sin recursos, tuvo que acudir en 2019 a los servicios sociales del Ayuntamiento de Ibiza a pedir ayuda.

Esta ibicenca logró entrar en el albergue municipal justo el día que tenía que dejar la habitación que tenía alquilada. Allí estuvo un mes y medio hasta acceder a uno de los pisos que el Consistorio tiene en Dalt Vila; de ahí, pasó al Centro de Acogida Municipal (CAM), donde vivió siete meses. «Este recurso me ha salvado la vida», dice.

Esta frase es tan cierta como que Riera ha recuperado las ganas de vivir. Durante su estancia y con el apoyo de los profesionales del centro, logró un trabajo en la ONCE, debido a su discapacidad visual, con el que ya puede volver a pagar un alquiler y vivir, de nuevo, con sus dos hijos. «Ahora estamos recuperando el tiempo perdido», cuenta. Separarse de sus hijos ha sido duro, pero «a la vez te alegras de que te haya tocado a ti y no a ellos», añade.

Riera lamenta la imagen que tienen los vecinos de personas como ella, que tienen que hacer uso de un servicio como el CAM. «Me acuerdo de cuando se estaba construyendo y todos los de la zona estaban en contra porque decían que no querían a gente así en las calles», explica. ¿Cómo es la gente ‘así’? «Hablaban de que íbamos a robar, a estar drogados... y todos somos personas a las que nos gusta que nos respeten», insiste, al tiempo que dice que, en general, falta empatía en la sociedad.

En este centro hay diferentes casuísticas, desde personas que se han quedado sin nada y tienen que hacer frente a una deuda hasta otras que necesitan recuperarse de una lesión o no tienen derecho a una pensión y tampoco están en edad de trabajar. «Que se asocie este recurso a la drogadicción es absurdo, más aún después de una pandemia que ha arrasado con la vida de muchos», recalca la integradora socia Lidia Córdoba.

Ella es una de las trece empleadas que atienden este tipo de situaciones en el municipio con el único objetivo de «ayudar a mejorar la calidad de vida del usuario». Es un trabajo vocacional con el que, al acabar la carrera, pensaba que iba a «salvar el mundo». «Pero luego te das cuenta de que las cosas van muy lentas y no sale todo como a ti te gustaría», añade esta joven ibicenca.

A ella también le molesta la visión que tiene la sociedad de las personas sin hogar. Córdoba sabe que nadie pediría ayuda si no fuera porque se sienten con el agua al cuello. «Aquí llegan rotos. Hay que pensar que lo básico para un ser humano es tener casa y comida, pero esta gente no lo tiene», sostiene. En cuanto cruzan la puerta de entrada empieza el proceso de transformación.

En el CAM hay normas que cumplir, como el horario de las comidas o los días en que se puede hacer la colada, así como la obligación de no consumir ningún tipo de sustancia estupefaciente o alcohol durante la estancia. Por eso la entrada es voluntaria. Si el usuario no cumple, no puede hacer uso de este servicio.

Lo que muchos no saben es que la mayoría de los 15 usuarios del CAM y de los usuarios de la decena de pisos de asuntos sociales trabajan. «Piensan que no hacen nada y eso es falso», matiza Córdoba. De hecho, Riera consiguió ahorrar para costearse el alquiler durante su estancia en el centro.

Lecciones

Esta usuaria dice que ha aprendido varias lecciones tras su paso por las diferentes instalaciones del centro, lecciones que se han quedado grabadas a fuego. La primera, que aunque tengas familia o amigos que puedan acogerte, «tienes que saber que, a veces, no pueden o no quieren». «Me ha costado mucho aprender que nadie tiene ninguna obligación con nadie, seas padre, hijo, etc», indica. La segunda, que hay que tener previsión de futuro, pero a corto-medio plazo. «No sabemos qué circunstancias se pueden dar y hay que pensar un poquito en el mañana», señala. Y tercera, aunque no menos importante, que hay que ser «más humilde» y ponerse en la piel del de al lado, por lo menos para no juzgar.

Enseñanzas que han conseguido que Laura Riera valore hasta sentarse a tomar un café en una terraza. «Algo que dabas por hecho, pero que te puede faltar porque no te lo puedes permitir», explica. Estas cosas son las que, a pesar de vivirlas cada día, le siguen sorprendiendo a la integradora social.

Córdoba llega a las instalaciones de la calle Vicent Serra i Orvay con la batería cargada al 100% y se va a casa bajo mínimos, pero feliz. Son personas muy demandantes, que necesitan todo el tiempo atención, pero saber que les estás ayudando es muy gratificante», explica. Y si tiene un mal día, ¿cómo lo afronta? «Aquí no puedes explotar porque se reirían de tus problemas. Esta gente tiene problemas mucho más importantes que los míos. El simple hecho de no tener dinero para pagar la hipoteca de tu casa me parece un drama y, aun así, ellos tienen una actitud positiva. Yo estaría en la mierda», reconoce.

Paralelamente, Córdoba lamenta la falta de recursos de este tipo en la isla y asegura que el centro de Es Gorg «cambiará la vida de mucha gente». «Si tú le das a las personas un techo, comida y gente que le motive, cambian», dice. Y vuelven a tener ganas de luchar. Ganas de vivir.

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